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Billete de vuelta

Francisco García

Doña Mercedes

Uno se encuentra a lo largo de su carrera con personajes que quedan al resguardo de la memoria por algún motivo, de igual forma que otros muchos son relegados a la intrascendencia. De la etapa en Gijón, la lista de unos y otros se antoja interminable. Entre los primeros encuentra un pequeño sitio, un lugar menudo como su arquitectura física, Mercedes Cavestany, recientemente fallecida tras haber contraído la enfermedad que provoca ese monstruo invisible que se está cebando, cobarde y odioso, con las personas mayores, a las que más cuesta defender y defenderse.

Durante años, doña Mercedes colaboró con LA NUEVA ESPAÑA de Gijón, remitiendo a la redacción cientos de cartas y artículos. Le encantaba escribir, había logrado incluso publicar un libro de poemas. Atenta y discreta, jamás se dio importancia esta madrileña de cuna y gijonesa de adopción, hija de Julio Cavestany, a la sazón académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando. Su abuelo paterno, poeta y dramaturgo, llegó a estrenar en el Teatro Español de Madrid. Por parte de madre, su antepasado más dilecto fue Segismundo Moret, ministro de la Gobernación y presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XIII.

El 14 de septiembre pasado publicó Mercedes Cavestany su última carta en este periódico, que siempre fue el suyo. Reflexionaba entonces sobre “un mundo en quiebra” en un tiempo de “viento frío y acorchado como un monstruo de cuatro cabezas, desconocido”. Y a modo de premonición, o epitafio, escribió: “No quedará mi voz. En la noche oscura, me dormiré soñando”.

Mercedes Cavestany tituló ese escrito “El sueño de una noche de verano”. Sirvan estas líneas, esta triste balada de un otoño triste, como homenaje a su memoria.

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