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Sariego

Nuevas epístolas a “Bilbo”

José Manuel Sariego

Sensación de poderío

La victoria del Sporting de Preciado en el Santiago Bernabéu

Dice Berto, el buen amigo de La Camocha, que me deje de rollos patateros de filósofos y poetas, que te cuente historias como aquella de Manolo, la soledad y los suicidios. Creerá Berto que uno es Cervantes o Tolkien. Supondrá que te interesa la literatura cruda o fantasmagórica. Me da que nada conoce de tu acentuado perfil de rutinaria domesticidad.

No obstante, le haremos caso y te escribiré la carta que narra el episodio épico que viví tal día como un 3 de abril, 10 años ha. Digo épico porque aquel Sporting derrotó al Madrid en el Bernabéu por 1 gol a 0. Tú no habías nacido aún. Yo era concejal de mi pueblo. En esa fecha acompañé a la Alcaldesa al estadio, después de haber participado, creo recordar, en una reunión de municipios convocada en la capital. El protocolo ubicó a la alcaldesa en la fila preferente del palco, como mandan los cánones; a mí me situó en otra hilera menos relevante, como dicta igualmente la disciplina protocolaria.

El encuentro venía precedido de un agrio rifirrafe entre Preciado y Mourinho, entrenadores de ambos equipos. La pota andaba caldeada algo más de la cuenta. Mas poco importan los prolegómenos sino los acontecimientos siguientes. En el minuto 78 del partido, según fijaron las crónicas, De las Cuevas marcó el tanto de la victoria. No pude contenerme. Me levanté del asiento como un cohete, saltando y elevando los brazos al cielo en demostración de júbilo. Dime cuenta al instante de lo incorrecto de mi proceder. En los palcos no están bien vistas las efusiones de alegría o de enfado, excepto si las cometiere el anciano presidente de Italia Sandro Pertini, quien, al parecer, disfrutaba de bula para prorrumpir en tales manifestaciones sin la contención convencional. Como me di cuenta, decía, de la incorrección, me senté a toda prisa, volví la cabeza gacha hacia la fila de atrás y junté las manos en posición de solícita disculpa. Entonces oí una voz: “Disfrútalo, chaval, que os lo merecéis”. Levanté la vista y reconocí al autor de aquella frase de condescendiente reconocimiento. Era Bertín Osborne. Como te lo cuento, “Bilbo”.

El resto del tiempo trocó en suplicio hasta el pitido final. Terminado el partido, me acerqué a la Alcaldesa con el propósito de regresar juntos a Gijón. Me miró con ojos salteados de pícaras chiribitas y susurró que pidiera un piscolabis en el ambigú, que la proeza merecía festejo. Allí, en medio de aquel pasillo triunfal de los palcos, congregose un desfile ritual, un rendido rendibú ante la Alcaldesa, protagonizado por gentes de toda catadura. Te confieso que nunca me sentí tan poderoso como en aquella escena.

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