La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sariego

Nuevas epístolas a “Bilbo”

José Manuel Sariego

Ternura vieja

Sobre el cariño en pareja con el paso de los años

Carmen extendió el trozo de hule en el centro del balancín y se sentó encima. Mira que había bancos libres en la plazoleta; pues tuvo que sentarse en el mismo centro del balancín. Dos niños resbalaban por el tobogán de al lado.

“Vamos a comer de una puta vez”. Quien hablaba, con voz de pajarito esmirriado, era Jacinto, desde la silla de ruedas, siempre de mal talante. El reloj marcaba las 11 de la mañana y Jacinto reclamaba comer de malos modos.

Carmen, sentada en el mismísimo centro del balancín, agarraba con la mano izquierda el manillar de la silla de ruedas, con la derecha limpiaba la boca y la pechera babada de Jacinto. Le ajustó y reajustó la mascarilla mientras acercaba sus propios labios, embozados también, a un oído y le susurraba que sí, que en seguida irían a comer a un restaurante. Jacinto pareció tranquilizarse, la agitación frágil de su cuerpo desmadejado menguó. Carmen le cogió suavemente la barbilla, le levantó la cara y volvió a repetirle al oído que sabía de un restaurante próximo que tenía un rico menú. “Vamos a comer de una puta vez”, gruñó Jacinto. No pude escuchar, en esta ocasión, la rumorosa voz de Carmen, asomada a la oreja de Jacinto. De nuevo le limpió boca y pechera y le ajustó y reajustó la mascarilla con extremada delicadeza.

Tú y yo observábamos la zona de juegos infantiles de la plazoleta con distintos intereses. Tú, en posición de alerta, vigilabas los ajetreos de los niños del tobogán. Yo, con disimulo, me fijaba en la adorable parsimonia de la pareja de viejos, que a ti te importaban un pito, a pesar de que compartíamos vecindad.

Carmen se levanta. Recoge el mantel de hule. Lo dobla cuidadosamente. Ahora agarra con la mano derecha el manillar de la silla de ruedas. Ahora, con la izquierda, le baja la mascarilla. Limpia y relimpia la boca y la cara entera del viejo, que vuelve a repetir, con idénticos modales, eso de “vamos a comer de una puta vez”. Carmen, ahora, se inclina nuevamente ante su cara y algo que tampoco acierto a escuchar le murmura. Seguramente le dice que sí, que van a un restaurante próximo muy bueno que se llama “La Inmaculada”.

La Inmaculada es el nombre de la residencia de ancianos ubicada en uno de los bloques de viviendas limítrofe con la plazoleta.

Ahora, Carmen enjareta a Jacinto un ridículo sombrero de fieltro blanco, de ala levantada. Se coloca detrás de la silla, que empuja con ambas manos. Se alejan. Tú no quitas ojo a los dos niños que, ahora, se abalanzan sobre el balancín vacío. La ternura no envejece, te digo yo.

Compartir el artículo

stats