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Maribel Lugilde

El ventrílocuo fullero

José Luis Moreno, fin de la impunidad del supuesto hacedor de éxitos

“Un gigantesco decorado construido con huesos de estrellas o aspirantes”, así definía el periodista Miguel Ángel Prieto en “Un paseo por el lado oscuro de Hollywood” aquella industria cuya historia oculta estaba tan férreamente silenciada que hubo que esperar al siglo XXI para empezar a desnudarla. Hay un buen puñado de tesis, obra escrita y audiovisual sobre el submundo de la meca del cine, la vida paralela de sus leyendas, sus rodajes infernales, caza de brujas, abusos y mafias, pero el libro de Miguel Ángel Prieto me conmueve por el doble salto mortal de su historia: el propio autor se suicidó años después. Siempre me he preguntado si salpicado por las tragedias que documentó.

Lo hemos visto con el movimiento #MeToo, epítome de la supervivencia al infierno del abuso. Sucede que un depredador campa a sus anchas porque las reglas no escritas del sistema se lo permiten, acumula poder, controla el negocio hasta decidir sobre el éxito o fracaso ajenos, se siente Dios. 

Y así años y años de no rendir cuentas, dejando atrás una estela de tropelías contra personas, casi siempre indefensas. Atropellos perpetrados en privado, de los que corren rumores pero nunca se denuncian porque si alguien osa será acallado, vetado, sacado del juego, civilmente asesinado.

Y sucede que, de pronto, esa impunidad se evapora y el crápula aparece desnudo y señalado por todas aquellas personas que violentó, algunas cuyo nombre quizás ya había olvidado. La fuerza de toda esa verdad acallada, vomitada ahora, es arrolladora. Y el mito cae, blasfemando primero, amenazando. Pero en su imperio construido sobre el abuso a las personas, la palabra “amistad” no existe. Hay voluntades compradas, cómplices, palmeros interesados, eso sí, pero son los primeros, junto a las ratas, en evacuar la nave que se hunde. Está solo.

Es, creo yo, el periplo que ha iniciado el artista y empresario José Luis Moreno. Habían asomado esporádicamente, como pequeños indicios, historias de impagos, arrebatos de cólera en programas de televisión o aquella misteriosa agresión en su propia casa. Pero su detención en una macrooperación contra una red de estafa y blanqueo de dinero procedente del narcotráfico le ha dejado nudo y solo. Y han surgido las voces. Historias de impagos, acosos, humillaciones. De su paso por Gijón como gestor del teatro de la Laboral -seis agónicos meses- ya hay acreditado más de un pufo.

Del neurocirujano, tenor, escritor, traductor, artista polifacético y políglota, finalmente empresario del “show business”, se han ido cayendo los presuntos atributos y ya sólo es un presunto ventrílocuo abusón y fullero. El fin de su impunidad. Demasiado tarde.

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