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Demóstenes y tú

Sobre la oratoria y su utilidad cuando escasean las ideas

Ando al acecho de historias que contarte y no me salen, “Bilbo”. Tal que si transitáramos por un secarral de la imaginación. Nuestro deambular cotidiano no ofrece aventuras significativas: las calles que recorremos son las mismas; el paisanaje se repite como los cromos de futbolistas que, de niño, sacaba de las caperuzas de la Casera; tú ladras a los perros que tienes manía, siempre los mismos, y yo saludo apenas a los cuatro vecinos de siempre que consigo identificar pese a las mascarillas. Me embarco a leer los “Discursos” de Demóstenes, en busca de algo exótico. O no me entero o no encuentro sus excelsas habilidades retóricas. Vamos, “Bilbo”, que nos hallamos en medio de un auténtico erial, rodeados de coronavirus, vacunas, restricciones y miedos, que a ti te la refanfinfla y a mí me traen al pairo de puro aturdimiento.

Mas, si de la brizna puede saltar una chispa y a un palo chato sacársele punta, a la oratoria demosténica se le puede extraer provecho, especialmente a la pieza titulada “Discurso de la corona”. Te cuento. La Asamblea ateniense concede a Demóstenes, contrario a los afanes expansionistas de Filipo de Macedonia, la corona de oro (al caso, el toisón), como reconocimiento a sus servicios a la patria. Esquines, rival político partidario de los macedonios, discute el otorgamiento y promueve, mediante moción, que le sea retirada dicha corona por inmerecida. Demóstenes se defiende con un discurso demoledor, implacable, que no ahorra improperios, que no deja títere con cabeza. Le llama de todo menos guapo. Para que te hagas una idea, selecciono un manojo apenas de los apelativos que le endiña: fulano, zorro, charlatán, canalla, impío, embustero, lerdo, inconsciente, desgraciado, modorro, poeta de chicha y nabo, vago de siete suelas, escribiente de tres al cuarto, perfecto granuja, escoria humana, ¿te enteras, imbécil? Le dice de todo menos bonito al Esquines ese. Presta atención a este puñado de frases entresacadas: cáncer de todo lo que a tu lado ha quedado hecho trizas; nunca jamás nos serviste para nada; viniste a contarnos aquí noticias falsas, tu sarta de mentiras; un tipo que anda por ahí conspirando e intrigando a solas con un elemento enviado por los enemigos es, sin duda, un traidor y un enemigo de la patria; ¿qué clase de tipo eres y de qué ralea procedes?; ¿de qué calaña podrías ser?; ¿por qué andas buscando tres pies al gato?; ¿por qué no te das una cura de eléboro para combatir tus achaques mentales?

Tras tantos siglos, así seguimos, “Bilbo”: impertérritos, inasequibles al desaliento. Si fuera verdad eso de que perro a perro no se muerden, tu especie habría evolucionado más y mejor que la mía.

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