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Tino Vetusta: libros hasta el final

Tino Vetusta

Quisiste irte, pero nadie acepta que te hayas ido. Se nos fue Tino Vetusta. Se fue en silencio. Sin que nadie se lo esperase. Así era, venía y desaparecía sin despedirse. Podíamos estar una tarde paseando y quedar para hacer algo al día siguiente. No aparecía y te llamaba por teléfono para decirte estoy en Salamanca. Imprevisible. Así fue su final, totalmente imprevisible incluso para el mismo. Vigiló su salud su hermana Encarnación, la Doctora Gómez, pero no pudo hacer nada. Al final la mesentérica no quiso hacer su función.

 Tino, nació a destiempo en Cezana de Belmonte de Miranda. Se consideraba coetáneo de Valle Inclán. Cada vez que veía una postal, un artículo o un libro suyo no podía resistirlo, lo compraba. Tuvo las sonatas de Espasa Calpe en lujo y de la de Invierno, o Historias del Marqués de Bradomín, tuvo más de una vez la publicada por la Revista de Archivos. Yo le decía eres como el Marqués pero tu republicano, elegante y sentimental. No se quedó con ninguna de las obras excelentes que pasaron por sus manos.

 Se rodeó de libros por necesidad. De pequeño un profesor impresionado por su lectura le preguntó ¿cuántos libros hay en tu casa? El agachó la cabeza y contestó que uno. Era un pequeño diccionario de La Fuente. Este hecho me lo contó muchas veces. Aquel profesor, sin querer hizo que Tino tuviese una relación especial con el libro. Allá donde se instalaba formaba una biblioteca cuidada, con estudiados montones de libros aparentemente tirados  en el suelo, entorno a una mesa y adornada con objetos siempre alusivos al libro, imágenes religiosas y su inseparable calavera sobre la mesa, donde yacen algunos libros viejos, viejísimos señalados con alguna mano de bronce.

 Su última obra un pequeño rincón en Cezana, debajo de un hórreo que con mimo diseñó para que su amigo José Luis, el carpinterín del pueblo, fuese forrando las paredes con madera. Allí replicó la librería de la calle la Merced. Tienes que venir a vérmela. No me dio tiempo.

 Él y sus habitáculos, donde salían y entraban libros, primero en la calle Doctor Bellmunt y luego en la de la Merced al lado del antiguo Instituto Jovellanos en Gijón, desempeñaron una especial labor en el singular mundo de la cultura libresca. Especial porque así era él y todo lo que hacía. Por allí pasaron ministros en ejercicio y hombres de ciencia y letras de primera línea. Al final, al atardecer nos acercábamos sus amigos. Entre ellos, José Antonio Mases y Jesús Menéndez Peláez. La conversación era lo que más le interesaba y que hacía con gusto y maestría.

 No era un librero al uso. Era catedrático en el mundo de los libros antiguos. No tenía un negocio, tenía una singularidad en el ese mundo del papel impreso encuadernado. Un día puso el cartel que decía: Ponga usted el precio. Cuando entré y lo vi, enseguida me dijo esto vale para todo el mundo excepto para ti. Nos reímos y a el lo que le gustaba era ver la reacción de la gente. Alguno preguntó cuánto es y el le señalaba el cartel. En general no aceptaron el reto y sólo uno puso un precio que como el le dijo, le resultó justo y razonable, y le dio las gracias.

 El día que cerró definitivamente le dije cuanto sentía no haber hecho las fotos a sus escaparates. Hubiese hecho un buen libro. No sólo buscaban la belleza sino querían expresar alguna idea, que como en la Codorniz era el escaparate más audaz para el observador más inteligente. Uno de los últimos fue un libro en pergamino colgado de un rústico cordel y debajo una esquela. El intento había llegado a su fin.

 Cuando esto pasó aguantó unos años en Gijón pero su idea era volar. Pasó muchas horas en mi biblioteca donde tenía su sillón. Tomaba un libro, parecía que no miraba pero acertaba con algún clásico de los que le interesaba, abría por cualquier hoja, leía y comentaba. Tomábamos un café; el suyo sólo, corto y con dos sobres de azúcar y se iba a la cama temprano.

 Decidió establecer base en Cezana en la casa materna en Belmonte y disponerse a viajar. Contaba para ello con su apoyo, con Ester Castrillón. Una relación como todas las buenas, con altibajos, pero como él decía habitualmente, Ester es mucha Ester. La admiró, necesitó y quiso como Tino sabía hacer, con un precioso escrito, un ramo de flores y su especial forma de ser. Era un ácrata de la vida que supo llorar con aquellos a los que quiso.

 Unos días en Madrid, otros en Coruña, incluso se fue a tomar el sol a Benidorm.

Pero la pandemia le trastocó las idas y venidas rápidas que hacía. Enviaba fotos de los atardeceres y amaneceres de Cezana preciosos. Mimaba sus flores. Si estaba en Gijón decía, marcho que tengo que podar las hortensias. Se iba y al día siguiente mandaba una foto de la plaza mayor de Salamanca, que tenía imán para Tino. La feria del libro en octubre contaba con él. Su hermano, como él decía, Miguel Ángel el de la Librería Anticuaria La Nave de Salamanca decía que la feria no empezaría sin él. Llevaba atuendo adecuado porque siempre le hacían alguna entrevista en la televisión. Miguel Ángel vino a darle su último adiós. A su lado lloró.

 San Bartuelo en Cezana este agosto tendrá que echar de menos el escrito de Tino que todos los años hacía para la revista que anuncia las fiestas. Escribía de tirón. No le gustaba corregir, pero el escrito por San Bartuelo alguna vez me lo pasó antes para pedir opinión. Pero yo sabía que cuando te la pedía era simplemente  que no le gustaba y que volvería a repetirlo.  

 Tino, también los domingos te echarán de menos en el Fontán o en el Molinón. Todos en el rastro se interesan por ti. Quisiste abandonar esta afición, pero no pudiste, ibas furtivamente y como buen cazador tenía que enseñar la presa. Me llamabas para decirme el pergamino que habías conseguido. La última vez que estuviste en la cuesta Moyano, el día de Navidad, me escribías como te gustaba, casi al modo de las greguerías:

 Esta la cuesta Moyano invernal y amarilla: los tenderetes abren sus bocas sacadas de libros y hambrientas de clientes. Es hora temprana y casi todo sigue cerrado: los libreros indiferentes y animosos empiezan a contarse chismes y a preparar “el género”.

 El Sr. Riudavest ya está sentado y rodeado de libros de saldo tirados en el suelo; luce el librero calcetines rojos enfundados en zapatos lustrosos como perlas; fino pantalón azul y gorra visera. Por encima su tradicional guardapolvo azul que goza de tantos años como su dueño. Atrás, en la caseta, miles de libros amontonados en un desorden caótico y enfermizo.

El viajero que está de paso dejando vivir la vida, siente cierto temor de sí mismo y una atenuada melancolía; hoy es día de pausada celebración; quizá sea también día de contar cuentos e historias aunque falte la llama del llar. Aun así, felicidades y tiempo habrá y será concedido para contar otros sucesos del diario pasar.

 Hoy serás recibido en tu Belmonte del alma. Sabías usar el gadañu, el garabatu, y la pajarita: Ciudadano del mundo, del mundo de las ideas. Te acompañaré en el funeral, pero no tengo fuerzas para llegar hasta tu lugar de reposo. Un abrazo y un beso.

Antonio Suárez Marcos

Ex director general de Medio Ambiente en los gobiernos de Pedro de Silva y Vicente Álvarez Areces.

Ex-gerente de CADASA en el gobierno de Javier Fernández

Doctor en Física y en Química.

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