La inesperada supresión de la feria taurina de Begoña a partir de 2022, anunciada el miércoles por la alcaldesa de Gijón, ha generado un agitado debate político y social sobre una tradición con 133 años de historia. Para un sector de la ciudad, los toros constituyen por su antigüedad un símbolo. Tan solo la Guerra Civil y la pandemia en 2020 frustraron la celebración de corridas en El Bibio. La tauromaquia cuenta aquí con una de las aficiones más arraigadas “de Madrid p’arriba”, como dicen los clásicos, es decir, del cuadrante Noroeste de España y el Sur de Francia.

Ana González explicó que la erradicación de los festejos se ha precipitado porque los nombres de tres astados lidiados el pasado 15 de agosto, uno llamado “Feminista” y dos “Nigeriano”, atentan contra la igualdad. Un razonamiento que parece muy forzado para una medida tan contundente. Pero también afirmó que la decisión estaba tomada de cara al futuro más inmediato por una cuestión de convicciones ideológicas y porque las “voces en contra de esta actividad van en aumento”. El actual empresario de la plaza, Carlos Zúñiga, no tendrá por lo tanto derecho a prórroga y tampoco habrá un concurso para una nueva adjudicación. La medida deja huérfanos a los amantes asturianos de la fiesta –entre quienes también se encuentran socialistas–, satisface a quienes llevan décadas luchando contra esta práctica y abre un boquete en la programación de la Semana Grande, en particular, y en el verano local, en general.

Porque una de las derivadas más impactantes del fin de los toros, y paradójicamente de la que menos se está hablando, es la repentina reconfiguración a la que se ve abocado un estío gijonés que no puede perder atractivo. La oferta lleva sujeta al mismo modelo desde hace años, al margen del fluctuante nivel de participación de los promotores privados que organizan festivales musicales. Esta programación pivota en torno a clásicos que cualquiera se conoce de carrerilla: la “Semana negra”, la exhibición aérea, la programación de Begoña, la noche de los Fuegos, el Hípico, la Feria de Muestras y el Festival de la Sidra, por citar los platos más multitudinarios.

Sin las corridas, se produce un notable vacío que corresponde ahora llenar para que la ciudad no pierda impulso en fechas tan señaladas como motor del ocio y la cultura de toda Asturias y para evitar un retroceso económico en sectores tan importantes como la hostelería. Los festejos taurinos generaban cada año 6,7 millones de euros, según un informe de la Cámara de Comercio desvelado ayer por LA NUEVA ESPAÑA.

Esta necesidad de reformular, por ejemplo, la Semana Grande ya la puso sobre el tapete la patronal hostelera Otea hace meses con un proyecto para colocar casetas que animen a pie de calle las celebraciones. Finalmente, el plan fue aplazado y será revisado de cara al próximo año en diálogo con el Ayuntamiento y los vecinos. Acabe como acabe esta propuesta, la iniciativa en absoluto compensa, en términos de generación de actividad y oferta lúdica, la supresión de la feria taurina (que, por cierto, no venía recogida en ningún programa electoral). A una ciudad tan dinámica como Gijón le convienen operaciones que sumen y multipliquen, en lugar de otras que resten y dividan. Al equipo de Ana González le queda por delante lidiar, y nunca mejor dicho, con la batalla que le plantearán con todas las armas los aficionados taurinos y un año para rediseñar el verano local. Poco después, los gijoneses acudirán a votar.