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Sariego

Nuevas epístolas a “Bilbo”

José Manuel Sariego

Un mal sueño

El despertar tras una experiencia desagradable mientras dormía que afloró a la consciencia

También tú tienes malos sueños. Lo sé porque cuando duermes en el sofá, cuan largo eres, en ocasiones tus patas tiritan, tu pecho pega saltos intermitentes y emites como gemidos de niño pequeño. Ya me gustaría averiguar lo que pasa por tu cabeza de chorlito dormido. Como no puedo adivinarlo ni tú eres capaz de explicarlo, me sumerjo en un mar de dudas: dudo si agitar un poco tu corpachón para sacarte del mal sueño o dejarte recorrer el tránsito que impone la cartografía de tu subconsciencia. Al final, me limito a acariciarte el lomo. Suavemente, por temor a despertarte.

En mi mal sueño reciente, íbamos el Zorro cuatralbo (el perrín de Julia), tú y yo en una especie de ascensor. Digo especie porque no sabría precisar si el cubículo que nos contenía era la caja de un ascensor o un vagón de mercancías, dado que por momentos nos movíamos verticalmente y en otros horizontalmente.

De pronto, en el suelo de esa especie de ascensor se abrió un agujero. Zorro se asomó y cayó al vacío. Me puse a dar golpes como un loco en las paredes de ese cajón que dejó de moverse en sentido vertical e inició un recorrido horizontal, como si nos alejara por los raíles de una vía férrea. Mientras yo golpeaba las paredes de aquel contenedor como un descosido, tú ladrabas como un poseso.

De pronto, se abrió un ventanal en la jaula metálica por donde veíamos a Zorro chapotear con desesperación en un tenebroso río de lodos, tratando de alcanzar una orilla firme, mientras el vagón se desplazaba despacio.

De pronto, la ventana se transformó en un portalón en el aire por el que saltamos los dos al río oscuro y pantanoso en auxilio de Zorro, que seguía peleando a todo lo que daban sus cuatralbas patas cortas por salir a flote.

De pronto, llegamos a su vera, lo cogí en mis brazos, dejaste de ladrar, salimos los tres a la orilla, el sueño se esfumó, desperté. Volví a dormirme en seguida.

No suelo recordar los sueños. A veces pienso que ni sueño. Eso sí, cuando me aflora alguno a la consciencia siempre resulta desagradable, como el que te acabo de narrar. No sé si a ti te pasa lo mismo. Nunca lo sabré.

Está más claro que el agua que si me percato de que te asalta un mal sueño que haga tiritar tus patas, te provoque tembleques en el pecho y te cause gañidos como llantos de bebé, trato por todos los medios de buscar la caricia menos abrupta que lo espante. Cuando el soñador aterrado soy yo, ni rascarme el lomo te dignas.

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