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Javier Gómez Cuesta

El roble de Villamanín

“Como el roble de Villamanín, dio sombra al que la quiso”. Es una frase suya, de Pío, pronunciada en una entrevista a LA NUEVA ESPAÑA que le hizo hace años el ahora director de la edición gijonesa, Eloy Méndez, al cumplir el cincuentenario de párroco en su Somió. Se define bien a sí mismo y con esta imagen cualifica su larga misión pastoral en esa parroquia señera de Gijón. El roble puede ser bien el icono de su personalidad y de su trabajo.

Pío es nombre usual de papas. Este nuestro Pío podemos decir que fue como el Juan XXIII de esa feligresía multisocial que, parcela a parcela, se ha ido transformando de rural a urbana. Quedan algunas huertas para los sabrosos tomates tan ponderados. Bondadoso, afable, de sonrisa acogedora, de buena y firme formación, de palabra sobria y justa, con sabiduría popular para entender y saber tratar a las personas. Así se ganó una autoridad moral que le hizo ser considerado buen consejero y párroco muy querido y respetado. De él se puede decir con verdad que fue una institución.

Nació en Rapalcuarto de Serantes (Tapia) el 3 de febrero de 1928 en el seno de una familia agrícola y muy cristiana. Recién cumplidos los10 años fue al seminario de Valdediós. Era entonces lo más normal manifestar de niños balbuceos de vocación; hoy por el contario es en la edad juvenil o madura. Pasó luego a Oviedo y terminó sus estudios cursando Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Comillas.

Una de sus singularidades es que fue ordenado muy joven, de tal manera que necesitó de la dispensa más amplia que la Santa Sede concedía en aquellos tiempos, de año y medio, para poder recibir la ordenación sacerdotal cuya edad fijada era de 24 años cumplidos. La recibió el 6 de agosto de 1950, fiesta de la Transfiguaración del Señor o también llamada del Salvador en barrios de Luna en León, juntamente con otros dos condiscípulos Luis Pola, reciente mente fallecido y que fue capellán de cementerio de Oviedo y Pepe Morán que tenía un tío arzobispo, Luis alonso Muñoyerro, oriundo de ese lugar de la montaña asturleonesa y que fue Vicario General Castrense.

Su periplo pastoral fue corto. Sus primeras parroquias fueron Páramo, San Salvador de Alesga y Foncella de Teverga.Como cura del Occidente astur, tan apegado a su tierra y su cultura, tuvo la suerte de poder estar en su parroquia de origen, Serantes, diez años, aunque suele decirse que nadie es profeta en su tierra. Pío lo fue, su carácter sereno y templado, más escuchador que hablador, lo hizo fácil. Y en el último concurso a parroquias que hubo en la diócesis, en 1960, según se divulgó, firmó uno de los mejores exámenes que le fue reconocido asignándole la parroquia de San Julián de Somió. Tenía entonces 33 años. Tomó posesión en la iglesia del arquitecto gijonés Manuel del Busto el domingo 13 de agosto de 1961. Llegó en coche descapotable acompañado del alcalde como era costumbre entonces. ¡Oh tempora, oh mores!

Fueron cincuenta y un años de trabajo tenaz, concienzudo, de servicio a todos de esa zona de origen rural que poco a poco, año a año, se fue haciendo residencial, sabiendo tratar a todos con igualdad, sintiéndose cercano a todas las familias y recorriendo el jeroglífico de sus calles para llevar a la Sagrada Comunión y atender a los enfermos. De pastoral clásica, pero siempre abierto sobre todo a las novedades conciliares del Vaticano II, en las reuniones arciprestales acudía con formalidad y escuchaba con mucha atención. Rara vez tomaba la palabra. Le gustaba más bien opinar en privado, en el diálogo personal y estaba preocupado, como muchos de os sacerdotes mayores, con encontrar una evangelización que pudiese llegar a las nuevas generaciones. Como experto en Derecho Canónico, durante muchos años, fue consultor y Juez Prosinodal del Tribunal Eclesiástico, ayudando a resolver situaciones matrimoniales, siendo valorado su criterio por su experiencia y sensatez.

La parroquia de Somió admiró y premió su trabajo dedicándole un parque y levantándole una estatua en signo de agradecimiento y para perpetuar su recuerdo. No puede dejar de reseñar que fue un fumador empedernido, disfrutaba con el tabaco; el pitillo, fumado con lentitud, saboreándolo, pertenecía a su esencia e imagen.

Llevaba ya nueve años jubilado en su casa familiar de Serantes, leyendo, paseando, disfrutando de sus paisajes, encariñado con su familia, ayudando en la pastoral de la zona en lo que todavía podía. Recibía la visita de muchos amigos y feligreses que no le olvidaron. Así cumplió hasta 93 años. La muerte le llegó discreta, silenciosa, mientras dormía. El roble seguirá dando sombra. Porque la vida de los justos está en manos de Dios.

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