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Filippo Priore

Por libre

Filippo Priore

La culpa es de los padres

La vuelta al colegio tras las vacaciones de Navidad

Metidos de lleno en el primer mes del calendario, con algunos empezando a sudar tinta gorda con la traicionera cuesta de enero, y que este año podría debido a una inflación desbocada, alargarse más que la subida al Angliru, los más pequeños de la casa han vuelto a la rutina de sus clases y actividades extraescolares, en medio de la incertidumbre que nos lleva acompañando desde hace casi dos años, con el maldito coronavirus acomodado en nuestras vidas, sin que nadie se atreva a vaticinar si algún día desaparecerá para siempre de ellas.

Por otro lado, mientras las tasas de vacunación entre la población adulta siguen más o menos en los números que se habían planteado como objetivo desde las autoridades sanitarias, en el caso de los menores, sobre todo entre los más pequeños, me atrevería a decir que los mismos adultos que no tuvieron reparos en seguir la pauta establecida para su vacunación, con sus hijos se muestran más recelosos. Es algo comprensible: demasiadas contradicciones vividas con el tema como para enfrentar a los suyos al más mínimo riesgo o complicación a largo plazo, sin tener la certeza plena de que se hace lo correcto.

Pero permítanme que sin abandonar a esas nuevas generaciones que están desarrollándose física, pero también y quizás más importante aún, mentalmente, en unas condiciones sociales que habrá que ver qué consecuencias tendrán a nivel psicológico, les traiga a colación otro ‘virus’ que está entrando en nuestros hogares, ante la pasividad y permisividad de quienes deberían velar celosamente por evitar su transmisión. Me estoy refiriendo a la insalubre exposición a contenidos violentos y de cualquier otro género, inadecuados para la edad de quienes los absorben.

Los más veteranos recordarán cuando en la televisión aparecían aquellos famosos rombos (uno o dos), para catalogar una emisión como apta o no apta para determinadas edades. Y aquello para un amplio porcentaje de los padres ‘iba a misa’ y el niño o los niños, se retiraban a su habitación o a la cama si había llegado la hora.

El grave problema al que nos enfrentamos en nuestros días no es ya solo la mayor laxitud a la hora de calificar el contenido de una emisión televisiva o de un videojuego (del libre acceso y sin control alguno a internet mejor ni hablamos), sino el que con todo, muchos padres hacen la vista gorda y permiten que los más benjamines pasen por ejemplo horas y horas enganchados de manera adictiva al Fornite o en los últimos tiempos, a una serie como El Juego del Calamar, calificada para mayores de 16 años, pero que a multitud de niños de Primaria les permiten ver, cuando médicos especialistas en salud mental alertan de los trastornos psicosociales que podrían causarles a una edad tan inmadura.

Después, cuando sucede algo, culpamos a la sociedad que nos rodea. Sin ánimo de ofender y recurriendo a aquella famosa y grosera frase pronunciada por Santiago Segura en “Airbag”, va a ser que no, y que en verdad la culpa es de los padres.

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