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Isabel Menéndez Benavente

Tormenta de ideas

Isabel Menéndez Benavente

Podría ser yo

Sobre la guerra en Ucrania

Oigo las sirenas. Ya casi no me dan miedo. Llevamos más de una semana y me parece que he pasado toda mi vida en este garaje. Mi nuera coge a la peque, y yo le doy la mano a Paula, a quien estamos salvaguardando de los ruidos, poniéndole dibujos en la tablet y unos cascos que la aíslan. Aún no sabemos nada de su padre. Se ha alistado, como tantos otros chicos. A veces nos llama, pero no sabemos dónde está. Doy gracias a Dios de que mi hijo pequeño esté en Alemania, al menos de momento está a salvo. Él nos dice que vayamos, pero ahora mismo no es fácil llegar a la frontera. Podríamos coger el coche, pero no nos fiamos. Dicen que disparan a todo, que los misiles impactan en todo el norte, y que Bilbao ya ha caído. Prefiero no saber el número de muertos, trato de no ver demasiado las noticias. Necesito estar fuerte para ellos, para mi familia. El padre de mis hijos tampoco está con nosotros. Se pasa los días intentando ayudar con nuestros amigos y vecinos, a todos los que lo necesiten, que me dice que son muchos. Ahora mismo no nos falta la comida, pero enseguida empezarán los problemas porque los pocos supermercados que resisten están quedando desabastecidos. Pero él al menos vuelve todas las noches a casa, aunque siempre nos queda el miedo de que le pase algo. Todos sabemos que debemos vivir al segundo, que es lo que realmente nos queda, el presente. Cuando empezábamos a salir de la pandemia, esa que nos ha hundido la vida a todos, pensaba que era lo peor del mundo. Dios mío, qué equivocada estaba.

Aunque esto acabara pronto, que no creo, nada volverá a ser igual. Me dicen que han bombardeado todo el centro, que ha desaparecido prácticamente la plaza del Seis de Agosto, que el colegio de Paula también está destruido, que la calle Corrida está devastada. Recuerdo cuando pasaba en el confinamiento para acudir a mi clínica, que por ahora sigue en pie, y veía las calles desiertas y me parecía que estaba viviendo una pesadilla, que era algo irreal. Pero ahora lo que veo no es soledad, es terror, es muerte, es desolación, y sigo pensando que tengo que despertar. Que no es lógico, que no puede ser verdad, que en pleno siglo XXI, en una sociedad occidental, silben los misiles sobre nuestras cabezas, que veamos soldados con metralletas, con Kalashnikov, niños como los nuestros que siguen combatiendo sin saber muy bien por qué, a los órdenes de un loco que invade nuestro país, y nosotros solo podemos defendernos, sabiendo como sabemos que nunca lograremos vencer. No entiendo por qué no nos ayudan, por qué Europa no lanza una ofensiva, por qué no tratan de parar esta sangría, por qué no neutralizan como sea a este monstruo. Odio las armas, la muerte, siempre he estado en contra de la pena de muerte, de la guerra, pero ahora que sé que la vida de mi marido y de mi hijo está en peligro, y que tengo dos nietas a las que tengo que dar el mejor futuro que pueda, por su madre, por todos ellos, sé que puedo empuñar un arma, que, si es para defenderlos, lo haré… Y sé que lucharé, hasta la muerte si es necesario. Sí, esta podría ser yo.

Oigo las sirenas. Ya casi no me dan miedo. Llevamos más de una semana y me parece que he pasado toda mi vida en este garaje. Mi nuera coge a la peque, y yo le doy la mano a Paula, a quien estamos salvaguardando de los ruidos, poniéndole dibujos en la tablet y unos cascos que la aíslan. Aún no sabemos nada de su padre. Se ha alistado, como tantos otros chicos. A veces nos llama, pero no sabemos dónde está. Doy gracias a Dios de que mi hijo pequeño esté en Alemania, al menos de momento está a salvo. Él nos dice que vayamos, pero ahora mismo no es fácil llegar a la frontera. Podríamos coger el coche, pero no nos fiamos. Dicen que disparan a todo, que los misiles impactan en todo el norte, y que Bilbao ya ha caído. Prefiero no saber el número de muertos, trato de no ver demasiado las noticias. Necesito estar fuerte para ellos, para mi familia. El padre de mis hijos tampoco está con nosotros. Se pasa los días intentando ayudar con nuestros amigos y vecinos, a todos los que lo necesiten, que me dice que son muchos. Ahora mismo no nos falta la comida, pero enseguida empezarán los problemas porque los pocos supermercados que resisten están quedando desabastecidos. Pero él al menos vuelve todas las noches a casa, aunque siempre nos queda el miedo de que le pase algo. Todos sabemos que debemos vivir al segundo, que es lo que realmente nos queda, el presente. Cuando empezábamos a salir de la pandemia, esa que nos ha hundido la vida a todos, pensaba que era lo peor del mundo. Dios mío, qué equivocada estaba.

Aunque esto acabara pronto, que no creo, nada volverá a ser igual. Me dicen que han bombardeado todo el centro, que ha desaparecido prácticamente la plaza del Seis de Agosto, que el colegio de Paula también está destruido, que la calle Corrida está devastada. Recuerdo cuando pasaba en el confinamiento para acudir a mi clínica, que por ahora sigue en pie, y veía las calles desiertas y me parecía que estaba viviendo una pesadilla, que era algo irreal. Pero ahora lo que veo no es soledad, es terror, es muerte, es desolación, y sigo pensando que tengo que despertar. Que no es lógico, que no puede ser verdad, que en pleno siglo XXI, en una sociedad occidental, silben los misiles sobre nuestras cabezas, que veamos soldados con metralletas, con Kalashnikov, niños como los nuestros que siguen combatiendo sin saber muy bien por qué, a los órdenes de un loco que invade nuestro país, y nosotros solo podemos defendernos, sabiendo como sabemos que nunca lograremos vencer. No entiendo por qué no nos ayudan, por qué Europa no lanza una ofensiva, por qué no tratan de parar esta sangría, por qué no neutralizan como sea a este monstruo. Odio las armas, la muerte, siempre he estado en contra de la pena de muerte, de la guerra, pero ahora que sé que la vida de mi marido y de mi hijo está en peligro, y que tengo dos nietas a las que tengo que dar el mejor futuro que pueda, por su madre, por todos ellos, sé que puedo empuñar un arma, que, si es para defenderlos, lo haré… Y sé que lucharé, hasta la muerte si es necesario. Sí, esta podría ser yo.

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