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Sariego

Nuevas epístolas a Bilbo

José Manuel Sariego

Ya no necesitas reflexionar

La configuración de las capacidades cerebrales

Dicen los estudiosos que tu cerebro y el de tus congéneres resulta de un proceso de domesticación que venís experimentando desde hace 10.000 o 15.000 años. Del tuyo en concreto no puedo aportarte datos porque eres un simple híbrido, un mestizo innoble que no aparece en la taxonomía de las razas caninas estudiadas. Siempre hubo clases, “Bilbo”. Los expertos constatan ahora, gracias a la neuroimaginería y la neurobiología, que el cerebro humano no es solo un almacén de neuronas sino una escultura moldeada por tres entornos. El primero es el entorno inmediato del bebé: el líquido amniótico, la química. El segundo es el afectivo: la madre, el padre, la familia, el barrio, la escuela. Y el tercero es el entorno verbal: los relatos, los mitos.

Nos interesa especialmente ese entorno verbal porque supone la característica distintiva visible que más separa a tu cerebro del mío. Tú eres incapaz de articular discurso alguno, mientras que yo me empeño en escribirte relatos de toda índole que nunca desentrañas. Desconoces si las cartas que te escribo cuentan realidades o ficciones. ¿Significa eso que mi cerebro es falaz o engañoso? ¿Se puede colegir, al caso, que el nazi dispone de un cerebro totalitario? Dice Boris Cyrulnik, científico, divulgador, autor prolífico, que no. Que lo que hay no son cerebros totalitarios, sino relatos totalitarios. Que tales relatos no esculpen el cerebro, pero causan un efecto tranquilizante, proporcionan seguridad. Cuando un creyente reza, dice, todos los signos eléctricos de angustia en el cerebro desaparecen. Es un sedante natural. Los creyentes, religiosos o políticos, se sienten mejor. Hay, además, un efecto de solidaridad: si todos recitamos lo mismo al mismo tiempo, nos sentimos en un contexto solidario, seguro. Pero, añade, dejamos de pensar. El lenguaje totalitario deriva de una intención euforizante y perezosa. Los relatos y el lenguaje totalitario, concluye, detienen el pensamiento, ya no necesitas reflexionar. Lo practicaron los nazis y todas las dictaduras. El jefe, político, religioso, científico, nos dice dónde está la verdad y ya no necesitamos pensar. Se detiene el desarrollo cerebral.

El factor social esculpe nuestro cerebro. El tuyo, a través del proceso milenario de domesticación. El mío, bajo la influencia de esos tres entornos: el químico, el afectivo y el verbal. Te pongo un ejemplo plástico de boca del científico referido: “Los hijos de los ricos aguantaron el confinamiento mejor que los hijos de los pobres. Estos vivían en apartamentos con una densidad excesiva, exasperados por la presencia de los demás. Se calmaban delante de las pantallas. Las pantallas entumecen el psiquismo y hacen aumentar el peso”. En resumen: durante el confinamiento los hijos de ricos mantuvieron la línea; los hijos de pobres engordaron.

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