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José María Ruilópez

Qué delito cometí

La moderada audiencia a la presentación de un libro

El jueves 26 de mayo presenté en la librería La buena letra mi novela “El viajero peregrino”, como puntualmente se informó. Como suelo hacer al principio, y tras la espléndida, afectuosa y bien documentada introducción del escritor Paco Trinidad, echo un vistazo al auditorio, y noto rápido las faltas de aquellos que invité y no están. El día era soleado y no era cosa de meterse allí a las ocho de la tarde, puede que fuera ese el motivo de una asistencia moderada. El caso es que empiezo a exponer mis opiniones sobre el libro, y comienzo confesando mi complejo de culpa por convocar ese acto.

Me explico: al día siguiente llamo a varios de los invitados que no acudieron. El primero. “Uf, no sabes que tengo una rodilla deshecha, llevo meses y nadie da con lo que tengo, ni resonancias ni nada de nada. Estoy desmoralizado total”. No te preocupes. Lo primero la salud. Hay que tener paciencia. Al siguiente: “Ando casi sordo. Me pusieron unos aparatos en el oído y no acabo de adaptarme, estoy pasándolo muy mal, la verdad. Ya no sé qué hacer”. Tranquilo. Eso lleva tiempo, hay que regularlos bien, y sobre todo dar con un buen otorrinolaringólogo (creo que se dice así). Oye, chata, (tengo mucha confianza con ella), qué me dices. “Sí, ya sé por dónde vas. Lo siento muchísimo. Tenía un compromiso desde hace cinco meses y no se me ocurrió ni avisarte. Soy un desastre, chico. Tienes que disculparme”. No pasa nada, mujer. Otra vez será. Mientras decía esto estaba pensando, pues sí que tenía solera el compromiso, nada menos que cinco meses. No soy experto en compromisos, a lo mejor ese tiempo ya le da autenticidad de compromiso casi matrimonial, digo yo, aunque está ya casada, pero, bueno, nunca se sabe. Hace un par de años que no nos comunicamos, y en ese tiempo... Hablo con otra amiga a la que conocí en unas clases de inglés que duraron unos dos años, aunque ambos seguimos sin entender una palabra. “Sabes una cosa, mi suegra cayó en la calle y rompió la cadera, con tan mala suerte, que pasó un chico en un patinete y la llevó por delante”. Pero si tu suegra hace años que no pisa la calle, le digo intentando un tono conciliador, que dicen los políticos. “Sí, pero aquel día se empeñó, y es que tú no la conoces bien, desde que quedó viuda y vive con nosotros está insoportable. Antes también, pero ahora mucho más”.

¡Señor!, qué delito cometí contra vosotros haciendo la presentación de este libro. Que diríamos Segismundo el de Calderón de la Barca y yo: “Y los sueños, sueños son”.

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