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Raúl Suevos

Sonrojo y protesta en el Muro

Sobre la bandera de La Escalerona y otros asuntos del emblemático paseo

Esta mañana dominical, como casi siempre que tengo visita de algún amigo de allende el Negrón, me he ido a presumir del Muro de San Lorenzo, la mejor tarjeta de presentación para cualquier ciudad y orgullo de todos los gijoneses. Y, como en anteriores ocasiones, llegando a la maravillosa expresión de urbanismo art decó que es La Escalerona, surgió la embarazosa pregunta: ¿Qué bandera es esa? Seguida de forma inmediata de la no menos ruborizante. ¿Y dónde está la de España?

Siempre intento una vía de escape apoyándome en el mástil del Club de Regatas, una institución privada, no lo olvidemos, y a veces pruebo a escaparme del asunto ponderando su maravillosa ubicación, que aún luce más cuando el nordestín las hace flamear como esta mañana. Pero no siempre cuela y hoy mi amigo me hizo notar que las dos pilastras que dan entrada a las escaleras serían un perfecto lugar para sendos mástiles donde pudieran ondear las banderas de Asturias y Gijón, en lugar subordinado a la de España, como marca el protocolo vexilológico, con lo que, además, cualquier visitante deduciría inmediatamente que esa bandera blanca con bordes rojos, en la que luce Don Pelayo espada en ristre, es la bandera de Gijón. Una pena.

En el muelle, dominio de la autoridad portuaria y de la Comandancia de Marina, lucen las tres espléndidamente, con preeminencia para la de España por ubicación y dimensiones, lo que es natural, adecuado y reglamentado en el protocolo del Estado; algo, eso de la normativa y los reglamentos, que nuestros actuales ediles, con su Alcaldesa al frente, que ye mui mandona, según dicen muchos de sus administrados, o con tendencias dictatoriales, para cualquier politólogo recién licenciado, no parecen tener muy en cuenta a la hora de conducir los asuntos de la villa de Jovellanos.

Es quizás por lo anterior que, rebasado el Náutico, un griterío proveniente de la calle Cabrales nos sorprendió, y no se trataba de un tumulto, ni riña, sino de una manifestación perfectamente encauzada por la policía municipal en la que unas 250 personas gritaban un claro “Alcaldesa dimisión”, que supongo basado en sus actuaciones unilaterales y alejadas del consenso en asuntos como la prohibición de los toros en Gijón, cuya trascendencia pone en evidencia la visita de la alcaldesa santanderina para invitarnos a la feria de su ciudad; el desastre judicial en que se ha convertido el asunto del “cascayu”, en el que se aprecian tácticas mafiosas para detener a la agrupación vecinal tras las protestas; o la más reciente imposición de la pegatina ambiental para circular por Gijón. Tres muestras de un continuo ordeno y mando que recuerda a otros tiempos. Ye lo que hay.

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