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Javier Gómez Cuesta

Palabras y silencios

Javier Gómez Cuesta

La ética de la compasión

La palabra compasión se la asimila al leguaje religioso y se la considera una virtud bonachona. Hablar de compasión en una sociedad como la actual tan marcada por el individualismo suscita, cuando menos, indiferencia y menosprecio. Invocar el valor de la compasión para solucionar algunos de los problemas sangrantes que hieren a l demostrar síntomas de debilidad para afrontar esos retos que se nos presentan.

Se la suele confundir con el sentimiento de pena. La misma sicología demuestra que no son lo mismo. Compasión es con-sufrir, sufrir de manera conjunta y lleva consigo el compromiso que nos incita a ayudar a esa persona para paliar y poner fin a su sufrimiento. Añade la sicología que nos hace más humanos.

Nosotros hemos sido educados en una ética kantiana. Ha sido la ética idealista de Kant la que ha configurado nuestra manera de pensar y que se traduce en un modelo de hombre autosuficiente y centrado en su yo. Hoy se la contrapone a la ética del judío-francés Emmanuel Lévinas que nace de la necesidad histórica del "otro", desde su situación concreta de vulnerabilidad y necesidad; nace de la experiencia de sufrimiento, quien nos mueve o nos conmueve a responder éticamente. F. Dostoyevsky decía que "La compasión es la ley principal de la existencia humana". Y la Madre Teresa de Calcuta clamaba que "No necesitamos armas y bombas para traer la paz, necesitamos amor y compasión".

Viene esto hoy a cuento porque muchas de las situaciones graves por las que atravesamos necesitan raudales de compasión. En septiembre del 2015 la fotografía del niño sirio de tres años, Aylan Kurdi, arrojado por las olas en una playa turca, conmovió al mundo, fue portada de todos medios de comunicación. Hoy la tenemos olvidada. Este 25 de junio nos heló la sangre la fotografía dantesca, hiriente, de los migrantes de Nador tirados como escoria en la carretera, ¡unos vivos y otros muertos!, al haber intentado saltar la valla. También nos espeluznaron y fueron consideradas mentirosas e indignantes las explicaciones justificadoras de algunos gobernantes. Pero va aflorando cierta indiferencia ante estas tragedias de migrantes que huyen de sus países por la guerra, el hambre, persecuciones políticas, étnicas, religiosas... (¡cuántos cristianos son masacrados!) buscando uno modo de vida digna y mejor. El problema de la migración es sin duda uno de los más graves y serios: la demografía, la guerra, el cambio climático, la enorme desigualdad de riqueza y bienestar, incita a la migración. Gestionar estos flujos no es nada fácil, pero se ve poca preocupación en Europa. No hay compasión que nos llevaría a la justicia, como afirma el papa Francisco. No nos ponemos en la piel del otro, no afrontamos los problemas con la ética levinasiana, no "tocamos sus heridas".

Mañana domingo, San Lucas nos propone la parábola revolucionaria del buen samaritano. Es el origen de la ética de compasión: "Se le conmovieron las entrañas". No anduvo con rodeos leguleyos o discusiones inútiles. Se arrodilló ante el herido, abandonado y despojado, le curó y lo cargó en la cabalgadura. La compasión nos hace más humanos.

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