En el magnífico discurso al mundo islámico pronunciado el pasado jueves en la Universidad de El Cairo, el presidente de EE UU, Barack Obama, deslizó tan sólo una cita relacionada con España o, más bien, con sus antecedentes históricos. Una cita, por cierto, nada afortunada. Al iniciar el desarrollo de la quinta de las ocho partes en que dividió su alocución, la consagrada a la defensa de la libertad religiosa, Obama dijo: «El Islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición».

La primera de las dos afirmaciones que forman esta cita puede resultar discutible. La segunda, sin embargo, es sencillamente absurda si se toma al pie de la letra, tanto por la confusión entre Andalucía y Al-Andalus como por el anacronismo derivado de relacionar el Islam peninsular con la Inquisición. Todo ello, sin entrar en que el párrafo responde a una concepción idealizada del pasado islámico peninsular, con musulmanes, judíos y cristianos conviviendo en armonía, como bien precisan hoy algunos historiadores en estas mismas páginas.

Yendo más allá de la estricta literalidad de la frase, y para hacerla comprensible, cabe suponer que Obama quiso situar esa supuesta tradición de tolerancia no en Andalucía, sino en Al-Andalus, nombre con el que desde la Edad Media se denomina en árabe a la península Ibérica e incluso a la región del sudeste francés, con epicentro en Narbona, conocida en esos siglos como Septimania. Por extensión, se llama Al-Andalus a todos los territorios situados bajo dominación musulmana entre la fecha de las primeras invasiones árabes (711) y la toma de Granada por los Reyes Católicos (1492).

La confusión viene a reforzarse por la alusión a la hoy andaluza Córdoba, ciudad que fue capital desde 716 de los territorios árabes peninsulares. Primero, como centro de un emirato (provincia) dependiente del califato de Damasco (718-756); después, como emirato independiente en lo político, pero sumiso al califa en lo espiritual (756-929) y, por último, como califato independiente (929-1031). Se trata del esplendoroso Califato Omeya de Córdoba, cuya descomposición a principios del siglo XI generó los 39 pequeños reinos conocidos como taifas. Las fronteras tanto del emirato como del califato de Córdoba sufrieron numerosos cambios al albur de las vicisitudes de la lucha contra los reinos cristianos del Norte, entre ellos el de Asturias, pero a la altura del año 1000 se situaban grosso modo en la línea del Duero y bastante al norte del curso del Ebro. Es decir, muy lejos de las de la actual Andalucía.

Obama añadió a la confusión de referirse a Al-Andalus como Andalucía el anacronismo de situar el emirato y el califato «durante la inquisición». La Inquisición -del latín «inquisitio» (investigación)- fue una institución eclesiástica destinada desde sus orígenes al combate de las herejías. Sus antecedentes más lejanos pueden rastrearse en el Bajo Imperio Romano, pero en su forma medieval, la que la ha situado en la Historia, fue creada por bula del Papa Lucio III en 1184 para combatir a los cátaros, también conocidos como albigenses.

En la península Ibérica se estableció a mediados del siglo XIII, aunque sólo en el ámbito de la Corona de Aragón. En 1478, bajo los Reyes Católicos, se extendió a la Corona de Castilla, por bula del Papa Sixto IV, para combatir las prácticas religiosas secretas de los judíos conversos. Su definitiva extinción no llegó hasta 1834, en el inicio del reinado de Isabel II. Todo esto ocurrió, claro, muchos años después de la ruina del califato de Córdoba.

Es difícil imaginar cuál fue el erróneo cruce de datos que llevó a formular la infortunada frase al redactor del discurso de Obama. No cabe descartar, sin embargo, que este imaginario nacimiento anticipado de la Inquisición en la Al-Andalus omeya esté relacionado con la fuerte presencia del Santo Oficio, y en particular de sus sucursales americanas, en lo que conocemos como «Leyenda Negra».