Oslo / Pekín, Agencias

El activista chino Liu Xiaobo envió ayer un mensaje de conciliación y de esperanza a su país en la ceremonia de entrega del Nobel de la Paz, en la que se le recordó con una silla vacía y una gigantesca foto. Liu, que cumple una pena de 11 años de prisión, es el quinto galardonado que no acude a la ceremonia y el segundo que ni siquiera puede enviar a un familiar o un amigo a recogerlo.

El acto -que el régimen de Pekín tachó de «farsa» que no «quebrará la resolución y confianza del pueblo chino»- no sólo quedó deslucido por la ausencia de Liu, sino por las de los representantes de los 15 países que cedieron a las presiones de Pekín, de los que Amnistía Internacional dijo que «deberían avergonzarse».

Las palabras del ganador del Nobel de la Paz fueron escuchadas en el Ayuntamiento de Oslo con la voz de la actriz noruega Liv Ullmann, que leyó un texto pronunciado por Liu el 23 de diciembre de 2009, en el juicio en el que se le condenó por incitar a la subversión como coautor del manifiesto «Carta 08».

Frente a lo que él definió como la «mentalidad del enemigo» del régimen chino, Liu dijo no tener «enemigos» ni sentir «odio», porque esa forma de pensar «incitará a luchas mortales y crueles, destruirá la tolerancia y humanidad de una sociedad y dificultará los progresos de una nación hacia la libertad y la democracia».

En «No tengo enemigos, mi declaración final», título del discurso, Liu admitió no obstante progresos, y resaltó que la reforma y la apertura impulsadas en China tras el fin de la era de Mao Tse-Tung fueron un «proceso de debilitamiento gradual de la mentalidad del enemigo y de la psicología del odio».

Ese proceso favoreció, a juicio de Liu, el desarrollo de la economía de mercado, los avances hacia el Estado de derecho, la diversificación de la cultura y también una mayor tolerancia respecto al pluralismo social por parte del régimen.

«Espero ser la última víctima de las -literalmente- inquisiciones infinitas de China y que de ahora en adelante, nadie sea incriminado por expresarse», dijo Liu, quien definió como «punto de inflexión en su vida» su participación en las protestas de Tiananmen en junio de 1989.

Liu sucede en el palmarés del Nobel de la Paz al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que ayer reconoció que el opositor chino merece el premio «mucho más» que él.

Que nadie venga a recoger el premio refleja que éste era «necesario y apropiado», resaltó en su discurso el presidente del Comité Nobel Noruego, Thorbjoern Jagland, quien depositó el diploma y la medalla del premio en el sillón vacío de Liu. Jagland le calificó de «símbolo de la lucha por los derechos humanos en China» y pidió su liberación porque, según él, sólo se ha limitado a ejercer la libertad de expresión.

Jagland comparó la ausencia del disidente chino con la de otros destacados opositores que tampoco pudieron recibir personalmente el galardón, como Aung San Suu Kyi, Andrei Sajarov o Lech Walesa.

Pero Pekín no cedió un ápice en sus críticas y advirtió «contra los intentos de cualquier país o individuo de usar el Nobel de la Paz para interferir en los asuntos internos e infringir la soberanía judicial china».

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