La cuarta mayor tragedia en la historia de los estadios de fútbol lleva la marca de otras maniobras asesinas perpetradas por el máximo jefe del Ejército egipcio, mariscal Tantaui, en el año y una semana transcurridos desde que la revuelta popular árabe prendió en el país. Su objetivo, como el de las anteriores, es preservar el estatuto privilegiado de los militares egipcios y su control del 25% del PIB nacional: ayer, con Mubarak; hoy, con la dictadura militar abierta tras dejar caer a un Mubarak que pretendía quedarse todo el pastel; mañana, en la mejor sintonía posible con los islamistas Hermanos Musulmanes, la primera fuerza parlamentaria.

De hecho, la degollina de Port Said presenta enormes similitudes con la «carga de los camellos» contra los manifestantes de la plaza Tahrir, de la que ayer se cumplió un año. Recordarla ayudará a entender por qué al menos 74 personas murieron el miércoles en las gradas.

El 2 de febrero de 2011, los militares que cerraban los accesos a Tahrir permitieron el acceso de centenares de matones armados que pretendían expulsar del recinto a los manifestantes. No lo consiguieron pero mataron a cinco personas e hirieron a más de 1.500. Los militares, que permanecieron pasivos, marcaron distancias al atribuir el ataque a «matones mubarakistas». Los observadores no lograban entender lo que calificaron de errática actitud de los militares, que hasta entonces parecían estar en sintonía con los revoltosos.

La explicación, sin embargo, era sencilla. Tantaui y sus generales se habían servido de las protestas, alentándolas y dejando el papel de «malos» a los policías, hasta que Mubarak anunció, la víspera de la «carga de los camellos», que ni él ni su hijo Gamal se presentarían a las elecciones. Desactivado Mubarak, se trataba de deshacerse de los molestos manifestantes.

Un año después, Tantaui sabía que los manifestantes de Tahrir -que ahora le apuntan a él y le exigen que entregue ya el poder a los civiles y no en junio como promete- preparaban para ayer un aniversario caliente de aquella carga. De modo que decidió darles un serio aviso que, además, le deja las manos libres para aplicar la cláusula antimatonismo que le permitiría reinstaurar el estado de excepción levantado el pasado 25 de enero y forzar que el futuro del país no se aleje demasiado de sus intereses.

El aviso de Tantaui ha sido lanzado en un partido de fútbol para atribuir la masacre al odio generado por la intensa rivalidad deportiva. Porque el núcleo duro de los revoltosos que, desde hace un año, le niegan el pan y la sal está compuesto por «hooligans» y, a la cabeza de ellos, Los Diablos Rojos, seguidores del Al Ahly, multilaureado equipo de fútbol cairota, que incluso han firmado un armisticio con sus odiados enemigos, Los Caballeros Blancos, hinchas del Al Zamalek, el «Pupas» de El Cairo.

Los Diablos Rojos han suministrado el grueso de los 74 muertos de Port Said, supuestamente atacados por la barra brava del Al Masry, el equipo local, aunque, extrañamente, éste acababa de firmar un 3-1. La prensa egipcia de ayer publicó declaraciones de seguidores del Al Masry denunciando que los ataques habían partido de «matones» a los que desconocían.

Tantaui ha hecho rodar algunas cabezas y ha abierto una investigación sobre unos hechos que, por otra parte, parecen revelar que cuenta con ayudas que no tenía hace un año. No de otra forma pueden interpretarse las declaraciones del presidente del Parlamento, el «hermano musulmán» Saad Katatni, que se limitó a denunciar la negligencia y pasividad de la Policía, sin ir más allá. Horas antes, su partido había acusado de los hechos a partidarios del derrocado Mubarak. Igual que se hizo hace un año.

Pero si entonces se podía jugar a aquel burdo «poli malo de Mubarak, militar bueno de Tantaui», ahora nadie puede creerse que policías pasivos y matones organizados respondan a directrices ajenas a una dictadura que lleva ya un año en plaza. Así pues, los Hermanos Musulmanes llevan un doble juego: denunciar fantasmas y, de paso, desviar la atención sobre las verdaderas autorías. No cabe duda de que, salvo sorpresa, están destinados a entenderse con Tantaui.