Aunque las cosas de la investigación agraria, como las de palacio, van más bien lentas, enumerar las aportaciones que ha realizado el Serida al campo asturiano, desde su fundación como estación pomológica, en el año 1956, es hacer una carrera de fondo por la historia reciente del sector agrario asturiano.

De los laboratorios regionales ha salido la catalogación de variedades de manzana autóctona, de faba, de avellano o de escanda. La infraestructura inaugurada en el año 1956 comprendía bodega experimental, cámaras frigoríficas para fruta, tres laboratorios de trabajo y uno de prácticas, aula para treinta alumnos, naves de maquinaria, almacenes y despachos.

En los sesenta se amplió la superficie con las fincas «Pumarín», «Baragañes», «Samielles», «Llavanderu» y «Pumaradona». Ya ha llovido. El punto de inflexión en la moderna investigación agraria asturiana lo marcó el traspaso de competencias a la comunidad autónoma en 1984. Si algo les duele a los científicos del Serida es que se les acuse de no estar pegados a la realidad. Alberto Baranda insiste en que el principal objetivo estriba en que la investigación llegue de forma efectiva a las explotaciones agrarias.

Uno de los ejemplos más gráficos lo pone Juan José Ferreira, el hombre que lo sabe todo acerca de la faba asturiana. «Cuando conseguimos una nueva variedad la difundimos a través de viveros para que los agricultores la puedan conseguir».

Ferreira, que mima sus plantas alineadas en el invernadero, a 28 grados de temperatura, sueña ahora con erradicar el moho blanco y el oídio, dos enfermedades devastadoras en la judía.

Ayer mismo, el Serida difundió un estudio que recoge los resultados de la evaluación de las variedades de maíz más frecuentes en Asturias.

La información pasará directamente al sector ganadero, cooperativas o centros de compras. El análisis, dirigido por Antonio Martínez, jefe tecnológico del Serida, demuestra que alrededor del 70 por ciento de los costes de producción son fijos y sólo el 30 por ciento depende de la producción obtenida, con lo que disminuye sensiblemente el coste por kilo a medida que aumenta la producción por hectárea. Es clave elegir las variedades de siembra que más se adecuen a las condiciones del lugar donde se vaya a desarrollar el cultivo, es fundamental para lograr la máxima rentabilidad.

La maquinaria científica no se para ni un instante. Una de las próximas adquisiciones será el cerezo, una especie poco difundida en Asturias, con un alto valor añadido, por la fruta y la madera.

La investigación forestal más actual se centraliza en Illano, donde ha comenzado un proyecto para evaluar las posibilidades de aprovechamiento de las más de 300.000 hectáreas de monte improductivo en Asturias.