2 Luis M. Alonso

¿Han oído hablar de Julia Child? A estas alturas, lo más seguro es que sí, gracias a una película, Julie y Julia, estrenada estos días en España en la que Meryl Streep se reencarna en la cocinera que enseñó a los americanos a distinguir un pato de un pollo. Y, lo que es mejor todavía, que el pato, al igual que el pollo, también se puede comer. Pero, fíjense cómo son las cosas, los americanos no habrían llegado tan pronto a esa conclusión gastronómica si Julia Child no hubiera prestado sus servicios con anterioridad en la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), la primera central de inteligencia de Estados Unidos. Los lectores se preguntarán qué tienen que ver los espías con los patos y los pollos, pero para que el americano medio se familiarizase con Francia y la cocina francesa, en la vida Julia Child tuvo que haber primero un Washington DC.

En 1941, en el inicio de la II Guerra Mundial, nuestra popular cocinera se trasladó a la capital administrativa de Estados Unidos, donde se ofreció voluntaria como asistente de investigación de la OSS, el precedente de la CIA. En compañía de otros colegas, fue enviada en misión a Ceilán (hoy Sri Lanka). Allí, Julia Child desempeñó un papel clave en la comunicación de documentos de alto secreto entre los funcionarios de gobierno de los Estados Unidos y sus agentes de inteligencia. En 1945, la mandaron a China, país en el que entabló una relación amorosa con otro empleado de la central, Paul Child. Tras el final de la II Guerra Mundial, la pareja regresó a Estados Unidos y se casó.

Entre la legión de espías voluntarios de EE UU, que llegó a contar oficialmente, con 13.000 agentes, había soldados, académicos, historiadores, actores, antropólogos, diplomáticos, científicos, deportistas y hasta filósofos. Hubo dos premios Nobel, cuatro futuros directores de la CIA, y un número considerable de simpatizantes comunistas. Una cuarta parte eran civiles, y más de 4.500 fueron mujeres. Algunos de los contratados por la OSS llegaron a ser personajes conocidos, como es el caso de Julia Child, del jugador de béisbol Moe Berg, o del historiador Arthur Schlesinger Jr., así como el filósofo alemán Herbert Marcuse, el actor Sterling Hayden, y Miles Copeland, padre de Stewart Copeland, batería de Police. Durante años, como es lógico, sus nombres permanecieron en secreto.

Pero volvamos al hilo principal de esta historia. En 1948, cuando Child fue reasignado al Servicio de Información de Estados Unidos en la Embajada norteamericana en París, su mujer se trasladó con él a Francia. Mientras estuvo allí, se aficionó a la cocina francesa y asistió a la famosa escuela Cordon Bleu. Después de seis meses de formación asistiendo a clases privadas del chef Max Bugnard, Julia banda se asoció con dos de sus compañeras de estudios, Simone Beck y Louisette Bertholle para formar la escuela de cocina de L'École de Trois Gourmandes (La Escuela de los Tres Gourmands). Con el objetivo de iniciar en la cocina francesa sofisticada al estadounidense medio, el trío elaboró un libro de cocina de dos volúmenes titulado Mastering de the Art of French Cooking (Dominando el Arte de la Cocina Francesa) (1961). Publicado en los Estados Unidos, el libro fue considerado un trabajo pionero y desde entonces se convirtió en una biblia para la comunidad culinaria americana.

De modo que si Julia Child no se hubiera apuntado a la OSS posiblemente no habría conocido a su marido, al que acompañó a París para descubrir que la cocina francesa y sin conocimientos de ella tampoco hubiera escribir el libro que más tarde le permitió explicarles en televisión a sus compatriotas lo que se estaban perdiendo. Todo un cúmulo de circunstancias obró en favor de que las amas de casa americanas pudieran enterarse de que los patos son comestibles y tienen un hígado que también se puede comer y resulta, además, delicioso.

Child vivía entonces en Cambridge, Massachusetts. Un día, con motivo de promocionar su libro en la Boston Public Broadcasting, preparó una tortilla en el aire. La respuesta del público fue tan entusiasta que fue invitada de nuevo para grabar su propia serie en la cocina de la cadena. El programa «The french chef» (El chef francés) se estrenó en la WGBH en 1962 y poco a poco logró cambiar la relación de los estadounidenses con la alimentación, al tiempo que Julia Child se convertía en una celebridad local. Poco después, el programa fue sindicado y empezó a emitirse en 96 estaciones en toda América. La nueva heroína de los hogares recibió el prestigioso «George Foster Peabody Award», en 1964, seguido de un premio «Emmy», en 1966.

A lo largo de los años 1970 y 1980, Julia hizo apariciones regulares en el programa matutino de ABC «Good Morning, America». Sus actividades incluyen otras emisiones de televisión, entre ellas «Julia Child and company (1978), así como los libros de cocina más vendidos, que cubrían todos los aspectos del conocimiento culinario.

En su programa de cocina, «The french chef», Julia Child hablaba en 1964 de la elegancia para referirse a los huevos: escalfados o en cocotte, o a una tortilla francesa con champiñones. Todo esto parece ahora de lo más simple, pero no lo era así en aquella época, en el país donde todo consistía en lanzar los huevos a la sartén y revolverlos (scramble) con una espátula. Mucho más sofisticado era hablarles a las amas de casa americanas de un gigot de cordero, un suflé de queso, un arroz indio con curry, un salmón en un bouillon corto de verduras o un risotto. Child llegó a tener una complicidad tan enorme con los televidentes que llegó a introducirse en las cocinas de los hogares de costa a costa. En las cocinas domésticas americanas donde he podido echar un vistazo siempre he encontrado un ejemplar del libro de Child, el mejor tratado de culinaria editado en Estados Unidos. La simpática directora de televisión forma parte por méritos propios del Smithsonian como pieza indiscutible de la historia de América. Sin haberse creído nunca una cocinera galáctica hizo más que cualquier otro por la comprensión popular de la cocina. De ahí, el mérito.