La Nueva España

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Arquitectura personal 1

Religión, política, investigación, sindicalismo...

-Nací en Oviedo, año 1945, en la calle Marqués de Pidal, frente al chalé de Concha Heres y junto al de Tartiere. Soy el último de nueve hermanos. El mayor me sacaba 24 años y estudiaba ingeniero industrial en Bilbao. Estudiamos los cinco hombres y las cuatro mujeres, sin distinguir por sexo. No hace falta feminismo para reconocer derechos y obligaciones.

-¿A qué se dedicaban en su casa?

-Mi padre, Laureano Fernández Allende, tenía un comercio de muebles, Casa Viena, en la calle Melquíades Álvarez. Mi madre, María Luisa Canteli Rodríguez, era ama de casa.

-Primeros recuerdos de Oviedo.

-El primer semáforo, en la calle Gil de Jaz, que era intermitente para todos. El primero con colores fue en Cervantes. Recuerdo las vías del tranvía en Toreno, donde la atracción era la casa del Coño; las primeras excavadoras mecánicas para hacer "La Jirafa" y, en 1954 o 1955, los primeros autobuses de Traval expuestos en la plaza del Ayuntamiento.

-¿Cómo era su padre?

-Era de Valle, Infiesto (Piloña), donde pasábamos de junio a septiembre. Había estudiado en la Escuela de Comercio de Gijón con una tía que servía en casa del oftalmólogo Moriyón. Estuvo en una mueblería, Casa Blanco, y en 1921 o 1923 creó la empresa en Oviedo. Era de autoridad no excesiva. Nos sembró los conceptos de obligaciones y de orden y prendió en todos los hermanos.

-¿Y su madre?

-Era de Bimenes, un carácter. Cuando nací tenía 45 años. Podría decirse que tuve más abuela que madre, pero mis hermanos no la habían desgastado... más bien al revés. En Valle teníamos que estudiar, tocar el piano, arreglar el jardín y barrer la calle. Aprendimos ecologismo práctico. Teníamos la casa de mi abuelo y otra que hizo mi padre. Nuestra integración en el pueblo era completa. Me siento más de Valle que de Oviedo porque colaboraba con la gente e iba a la hierba. Eso despertó mi interés por la etnografía, por las madreñas, y la diferenciación que puede haber en la belleza de los elementos tradicionales de uso. Hay diseño. Lo vi claro recientemente en un gaxapu (zapica).

-¿Cómo su padre, de pueblo, fue capaz de hacer un comercio burgués capitalino?

-Debió de haber un maestro excepcional en Cardes que transmitió un concepto de progreso a los alumnos de 1905 a 1915, porque traté con gente culta y moderna que no salió del pueblo. También influyó su estancia con la burguesía gijonesa.

-¿Cómo era la vida en casa?

-A los 16 y 17 años tenía que estar en casa a las nueve, una hora antes que mis compañeros, para la cena, y lo sentía como una tiranía. Los hermanos teníamos una vida bastante independiente. Había servicio. Las hermanas ayudaban y los varones no. A cambio, ellas podían estar sentadas y hacer punto durante el rosario, mientras que nosotros lo hacíamos de rodillas. Fui de misa diaria hasta los 23 años.

-¿Dónde estudió?

-En la Milagrosa hasta Ingreso, en los Dominicos hasta cuarto de Bachiller y en el Instituto Masculino hasta Preu. Por mi amistad de verano con Ramón Joglar, de Infiesto, aprendí a hacer ejercicios de Química del curso siguiente divirtiéndome. En el instituto bajé las notas porque no te controlan y tienes que ser más responsable. La acogida del grupo receptor no siempre es de buen grado y tuve que adaptarte al estatus nuevo. Remonté en Preu e hice un buen selectivo. Con Virgili tuve la mejor nota de Química, pero no me dio matrícula porque le dije que quería ser ingeniero industrial. La llevó uno que iba a hacer Química.

-Estudió Piano.

-Recuerdo el terror de los exámenes en el Conservatorio con una luz intensísima y el pánico de tocar ante gente. En verano teníamos que tocar de nueve a once de la noche. Formaba parte de la disciplina. Tres hermanos estudiamos piano y otro, violín. La idea de aprender un oficio además de la carrera. Un hermano hizo prácticas con un zapatero; una hermana, encuadernación... Pedí herramientas de carpintería para Reyes.

-A usted le gustó el curso selectivo.

-Me veía concentrado en asignaturas concretas, había buen ambiente, tuve buenos resultados y me pareció bien el sistema multidisciplinar.

-Bilbao, 1963. ¿Era la primera vez que salía de casa?

-En Preu y selectivo pasé el verano en Tours (Francia), mi primera salida al extranjero. Me preguntaban "¿ustedes cocinan con aceite?", y yo bajaba la cabeza humillado: sí. Lo contrario de ahora. El segundo año fui hasta Basilea en tren para ver la fábrica de compases de Kern y seguí en autoestop por Suiza y Austria. Me convenció la educada convivencia entre la ciudad y el campo. Lástima que no se haya logrado en Asturias.

-Vamos a Bilbao.

-El colegio mayor que había era del Opus, así que me fui, cerca de la escuela, junto a San Mamés, a una pensión de filetes duros, luz mortecina, calentador cuando apretaba el frío y ducha una vez a la semana. Estaba encima de un taller de carrocerías de camiones, con ruido de chapa y soldadura. La llevaban una señora de Bermeo y su marido, de León, trabajador de General Electric. Coincidí con José Álvarez Fidalgo, luego ingeniero del Ayuntamiento de Oviedo. Estudiábamos desde las ocho de la mañana y sólo teníamos tiempo libre el domingo por la tarde. Éramos noventa en clase, muchos.

-¿Le influyó que ser ingeniero estuviera socialmente muy valorado?

-Era una carrera de responsabilidad y sacrificio, a la que no vi más privilegio que tener un puesto de trabajo y un oficio donde te sentías relevante porque podías hacer algo bueno. Me pesaba la limitación de cinco convocatorias. Hubiera preferido hacer Caminos, pero era la más difícil y creí que no lo lograría. Severino Fernández, el mejor de selectivo, se fue a Caminos. Luego estaba Aeronáuticos y, más difuso, Montes, Minas..., que no me atraía como ingeniería.

-Entró en la Juventud Estudiante Católica.

-En verano había visto en Gijón carteles que decían "Vete a oír a Joseph Cardijn", un cura flamenco promotor de la JOC y de la JEC. El compromiso social me parecía un complemento a ser ingeniero. El jefe de la JEC era de la escuela, un alumno que me sacaba dos cursos. En tercero o cuarto intentamos concienciar en la oposición, más social que política, al franquismo. En cuarto establecí contacto con uno de los grupos formados por un cura llamado Carrascosa, que organizaba pisos de cinco estudiantes comprometidos. A mediodía cocinaba una señora y por la tarde nos hacíamos una tortilla. Estaba Alberto Cardín.

-Ensayista y antropólogo, activista gay, muerto de sida en 1992. ¿Cómo era?

-Culto y disciplinado. Hacía Filosofía en Deusto. No tuve especial relación con él porque venía con una formación humanística muy sólida y los ingenieros le parecíamos bajados de la braña. Nos costó algún choque. En ese piso no me sentí integrado.

-¿Dónde estaba su mundillo?

-En el Conservatorio, donde acabé la carrera de Piano, con muy buen profesor y haciendo música de cámara. Lo social estaba en el piso, en una especie de ejercicios espirituales. Los de Económicas, para decir que estudiaban mucho, repetían "estoy muy alienado". Entonces defendíamos un socialismo cristiano al que se llegaba sin violencia, sin revolución, sin imposición.

-¿Y lo religioso?

-Leer la teología de Robinson, la teología de la muerte de Dios... Estábamos interesados en entender los problemas de fe. En cuarto curso hice prácticas en Alemania y leí a Dietrich Bonhoeffer en alemán, protestante opuesto a Hitler, inteligible y cotidiano.

-¿Tenía dudas?

-Vinieron después y siguen sin resolver. Ahora aprecio un cristianismo que ha sido importante para el respeto a los demás. Con la ciencia es difícil aceptar el mensaje de Cristo como mensaje divino. Como profeta, no hay problema. Su mensaje es trascendente y grandioso: iguala a hombre y mujer, clases sociales y razas. Voy poco a misa, pero soy un cristiano con dudas y con voluntad de superarlas. Sigo leyendo "Las bienaventuranzas" de Georges Chevrot, que las enfoca de manera genial.

-¿Y respecto a la izquierda?

-A una parte de mi generación se nos transmitió que como ingenieros éramos colaboradores de un sistema social injusto. Desde tercer curso complementé los estudios con las actividades sociales sin pretender llegar al máximo en la escuela y bajaron mis notas. Perdí identificación con la carrera. El ideal era Alfonso Carlos Comín, ligado a la Iglesia, relacionado con alternativas de contratos que no fueran los de la empresa y el sistema injusto. En Zurich recuperé la ilusión por el estudio.

-Hizo la mili en Monte la Reina.

-Con compañeros de Bilbao. Repetí un curso por culpa de dos alféreces gallegos a los que cantamos una parodia del Ejército y nos cogieron ojeriza. Conocí gente muy original que leía a Fernando Arrabal y que oía a Orff y Debussy. De la mili me gustó la disciplina, madrugar, la gimnasia, el desfile, la convivencia. Todo lo que no era militar. Uno me dijo que estudiaba alemán en el Instituto Goethe y empecé a estudiarlo a las nueve y media de la noche con un profesor, José Borja, que enseñaba muy bien. Al principio, el alemán es duro pero luego es muy ordenado.

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