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El creciente patrimonio del Principado para la Humanidad

Todos los Caminos salen de Oviedo

El Primitivo nació con una capacidad generadora que Asturias debe aprovechar

Todos los Caminos salen de Oviedo

Todos los caminos llevan a Santiago. Y en cuanto que de la capital asturiana partió el primero, todos salen de Oviedo. El Camino Primitivo surgió con esa capacidad generadora que su creador, Alfonso II, se negó a sí mismo como ser humano. El Rey Casto, tal vez llamado así porque fuera monje, se puso en marcha hacia el Occidente cuando a la sede regia ovetense llegó la noticia de que cerca de Iria Flavia se había descubierto la tumba de Santiago el Mayor, uno de los discípulos directos y dilectos de Jesucristo. Corría el año 814 y la noticia del hallazgo -también llamado invención con un sentido polivalente- no pedía menos. En una Corte atribulada por toda clase de temores, desde la amenaza musulmana a las luchas intestinas pasando por las oleadas heréticas, la aparición de los restos de uno de los doce Apóstoles fue tomada como una señal enviada por el Cielo que tenía, ante todo, un significado conciliador. Si todos los males recientes, comenzando por el mayor de todos, la pérdida de España, habían sido interpretados como un castigo divino por los pecados de los reyes visigodos, el hallazgo, acompañado de señales prodigiosas, de los restos de Santiago, bien podía significar que la cólera divina al fin se había aplacado. La respuesta debería de estar a la altura del acontecimiento.

POR LA RUTA MÁS DIRECTA

La tradición indica que la comitiva encabezada por Alfonso II, séptimo rey de la Monarquía Asturiana, partió hacia lo que comenzaba a ser conocido como Campus Stellae siguiendo una orientación Suroeste, lo que tenía una justificación evidente. En una época en la que los caminos eran escasos y malos, lo lógico era buscar los pocos buenos que existieran. Uno de ellos era la calzada romana que llevaba a Lucus Augusti, la ciudad a la que los romanos habían dotado en el siglo III de una imponente muralla que rodeaba todo su perímetro. Salvada la cordillera con que la Naturaleza protegía a Asturias por el Sur, Alfonso II entró en Lugo por la puerta de San Pedro, una de las cinco con que entonces contaba la muralla lucense. Y luego prosiguió hacia Compostela, donde honró los restos del Apóstol y mandó construir una iglesia para albergar la tumba. Se quedaría pequeña en seguida, hasta el punto de que un sucesor suyo, Alfonso III, llamado el Magno, último rey asturiano, decidió sustituirla por una mayor. El auge de las peregrinaciones no tardaría en demandar una catedral, como en la propia Oviedo, a la que el prestigio de las reliquias del Arca Santa había otorgado un papel principal en la ruta del peregrinaje, que fue sabiamente codificado en un eslogan avant la lettre: "Quien va a Santiago y no va al Salvador / visita al criado / y deja al Señor".

LOS CAMINOS DEL NORTE

Oviedo fue durante la Edad Media un importante centro de peregrinación, tal como ha quedado sobradamente documentado. La gran mayoría de los peregrinos continuaba luego hacia Santiago. Para alcanzar la capital y proseguir luego hacia el Oeste -y, obviamente, para regresar hacia sus lugares de origen- los peregrinos podían optar por dos itinerarios alternativos: el de la costa y el interior. Son los que acaban de ser reconocidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, distinción que bien pudo ampliarse al tramo León-Oviedo si una cierta desidia de las autoridades autonómicas de Castilla y León no hubiera colaborado a su preterición. Las rutas jacobeas del Norte de España serían menos transitadas que el Camino Francés, que pronto se convertiría en la gran autopista hacia Compostela, por una razón tan sencilla como su menor dificultad para los caminantes. La agreste orografía del Norte y la ausencia de infraestructuras básicas, como caminos y puentes, complicaban el paso a los peregrinos, como aquel italiano que dejó por escrito que Asturias era muy bella pero muy dura. Pero esa relegación relativa no debe interpretarse como irrelevancia. Los caminos jacobeos del Norte tuvieron muchos peregrinos. Se puede comprobar a través de las huellas que quedaron. Basta ser un viajero atento para anotar datos como que la catedral de Bilbao -pequeña, pero muy hermosa- está dedicada a Santiago, que es el patrón de la ciudad. O subir al cerro que domina San Vicente de la Barquera para entrar en la preciosa iglesia de Santa María de los Ángeles y contemplar en lo alto de un retablo la imagen de Santiago en su caracterización de peregrino y no de matamoros. De aquí partía el Camino Lebaniego, promovido por la existencia en Santo Toribio de Liébana de una macrorreliquia, como el Lignum Crucis, y legitimado históricamente por la reivindicación de Santiago como patrón de España que había hecho el monje Beato -el de los Comentarios al Apocalipsis que encontrarían la fortuna de maravillosas ilustraciones miniadas-, el cual, en el siglo VIIII, antes del reinado de Alfonso II, y, por tanto, de la invención de Compostela, había escrito un renombrado himno, "O Dei Verbum", en el que se propugnaba a Santiago como patrón de España.

AUGE, OLVIDO Y REINVENCIÓN

Es ocioso tratar de recordar la enorme importancia que tuvieron las peregrinaciones a Santiago de Compostela durante la Edad Media, no sólo como expresión de la religiosidad de la época sino también como vehículo transmisor de cultura y arte y, en fin, de vertebración y sostén de una incipiente idea europea, algo así como el tutor de un árbol joven. Luego las peregrinaciones jacobeas entraron en decadencia y llegaron a correr el riesgo de convertirse en un fenómeno residual. En los años 80 del siglo XX el número de peregrinos, que no de turistas, que llegaban a Santiago de Compostela oscilaba entre los 2.500 y 3.000 al año, nada más. Poco después desde la recién nacida autonomía gallega se produjo una afortunada reinvención que tuvo apoyos tan decisivos como el del propio Papa Juan Pablo II, cuya estancia en Santiago es recordada con un monumento en el Monte do Gozo. Hoy el aspecto turístico se ha potenciado de forma extraordinaria en Santiago de Compostela. En un Año Santo la capital gallega puede llegar a recibir hasta cuatro millones de visitantes y su catedral, con el prodigioso Pórtico de la Gloria en permanente restauración, disputa a la Alhambra el título de monumento más visitado de España. En cuanto a los peregrinos, de los que casi el 90% hace a pie el trayecto exigible para merecer la certificación de la Compostelana (como mínimo, 100 kilómetros), el número se sitúa en torno a los 230.000. Un 55% declara una motivación religiosa en su peregrinaje. Un 45% manifiesta motivos no religiosos; fundamentalmente, culturales. En unos y otros influye, sin duda, que en la peregrinación a Santiago coinciden las características de los grandes viajes: objetivo prestigioso, itinerario atractivo, infraestructuras adecuadas y dificultad exigente pero asumible como reto personal.

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