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Castilla soñó que navegaba hasta el mar

El canal castellano, una vía navegable construida para dar salida al Cantábrico al cereal de Tierra de Campos, fue la gran obra de ingeniería del siglo XVIII en España, pero quedó inconclusa al pie de la Cordillera por la competencia del tren

Una de las históricas barcazas tiradas por mulas. Confederación Hidrográfica del Duero

En Medina de Rioseco, que lleva el secarral castellano en el topónimo, llamaban "la ría" a aquella enorme masa de agua con puerto que el niño miraba con la fascinación de lo prohibido. Todavía no sabía que aquel lugar "mágico" y "poético", aquella especie de lago enigmático y peligroso, que cruzaba andando de camino al colegio cuando estaba helado en invierno, fue en su tiempo un descomunal prodigio de ingeniería de doscientos kilómetros de longitud, pensado y ejecutado parcialmente en la España del siglo XVIII para sacar Castilla al mar, para navegar el secarral castellano y transportar el cereal y la harina en barco hasta el Cantábrico. Aquella "herida de agua" es el Canal de Castilla, un sueño que nunca llegó a buen puerto, amargamente derrotado por el progreso y el ferrocarril, pero que se ha quedado aquí para que aquel niño de Rioseco, Eduardo Margareto, lo rescate andando el tiempo en su dimensión histórica y romántica, contándolo en un documental recién estrenado que se llama "Canal de Castilla, el sueño ilustrado".

Sobre el mapa es una "Y" invertida con tres brazos, que parten uno de Valladolid y otro de Medina de Rioseco, se unen en El Serrón (Palencia) y llegan hasta Alar del Rey, el punto más alto del recorrido, al pie de la montaña palentina que el ingenio de la época pensaba que podría horadar y cruzar para salir al mar supuestamente por Cantabria. No tiene pruebas, pero Margareto, fotógrafo y editor gráfico de la agencia de noticias "Ical", quiere pensar que el Canal acababa en Suances, quién sabe si redondeando una "metáfora preciosa" junto a una playa que se llama "de los locos".

En la obra, hoy en uso para el abastecimiento de agua y el recorrido turístico en barcos eléctricos, hasta mediados del siglo pasado también para el transporte de personas en barcazas que todavía se recuerdan en la zona, resiste la huella de un tiempo en el que muchos iban "soñando caminos" por los campos de Castilla mucho antes de que Antonio Machado lo hiciera en verso. Tal y como lo dice en el documental el periodista y escritor Asier Aparicio, el Canal es el fruto de un tiempo en el que "se valoraba la razón y la inteligencia por encima de todo", aquella Ilustración en la que "se soñaba alto, sí, y muy bien, porque los países que sueñan bajo se estrellan". Tendría éste, en la versión del escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, el encanto de "los lugares de un fracaso, que son los de los sueños, porque los sueños siempre hablan, en el fondo, de algo que se trata de conseguir y no es posible".

Margareto lo enseña con los ojos de este siglo, a vista inédita de dron y con los relatos de quienes piensan en Tierra de Campos que "el agua del Canal es la tinta de nuestra historia" y que está demasiado olvidado, o con la firme conciencia de que merecía la pena remontar el tiempo al rescate del ingenio del marqués de la Ensenada, de las inquietudes del reinado de Fernando VI, de los más de cien años que transcurrieron de julio de 1763 en adelante y en los que miles de presos salieron de las cárceles de la época para cargar con la obra descomunal del Canal de Castilla.

Revolviendo la mirada del niño que contemplaba el agua de Rioseco sin comprender, el autor cuenta que hay quien desemboca en ésta cuando busca "la gran obra que tenemos en Castilla en el XVIII, incluso comparable a las catedrales", o que cuesta asimilar que haya lugares en los que su trazado o sus dársenas no están hoy ni siquiera señalizadas. De la envergadura del proyecto hablan en sus 207 kilómetros las 39 esclusas para salvar desniveles, "treinta de ellas ovales basadas en diseños de Leonardo da Vinci, y una cuádruple en Frómista que es una maravilla" en la voz de Margareto y "una obra de escultura" en la del escritor Raúl Guerra Garrido. En sus orillas perviven los restos singulares de las viejas harineras o del gran astillero de Villaumbrales (Palencia), donde se fabricaban y reparaban las barcazas y las puertas de las esclusas. Cerca de Melgar de Fernamental, en Burgos, el acueducto de cinco ojos de Abánades pone agua sobre agua, haciendo al Canal "volar" sobre el río Valdavia para salvar su cauce, y otra vez en Frómista, hay un momento "mágico" "para quien tenga algo de sensibilidad", dice en el vídeo Guerra Garrido. En un punto de la localidad palentina, vecino de la iglesia románica de San Martín, se cruzan el Canal y el Camino de Santiago, "esta ruta laica de civilización con la sagrada" a Compostela, "el camino de la fe con el de la razón".

"Un museo al aire libre"

La síntesis de Guerra Garrido ve en el canal "un museo al aire libre". Otros le añaden al aliño la poética romántica del fracaso. Lo que ha quedado construido es una porción de un proyecto inicial muchísimo más extenso que partía de más al Sur, "incluso desde Madrid", afirma Margareto, y acababa donde empieza el mar en algún lugar de Cantabria. Sería así si se trazase el recorrido "en línea recta", abunda el autor, imaginando la dimensión de la obra que quedaba por delante, agujereando la montaña y haciendo "cunas" para permitir el paso de las barcazas. "No hay documentos, nada que impida pensar que también pudieran haber planeado entrar por Asturias", asegura. Nada es completamente cierto salvo el fracaso de aquella obra de ingeniería a manos de otra obra de ingeniería. Al Canal lo mata el tren, la llegada del progreso a través transporte más rápido y fiable que la navegación a la sirga en barcazas tiradas por mulas desde la orilla a través de la gran acequia castellana.

Llegó el ferrocarril de Valladolid-Alar del Rey, trazado en paralelo al cauce, y murió el Canal. El tren le pasa por encima, literal y metafóricamente, en Alar, cerca del lugar donde el Canal toma las aguas del río Pisuerga, y da fe de que ésta "es una historia triste. Allá por mediados del siglo XIX, lo dice en el documental el jurista y escritor Francisco Sosa Wagner, "el agua es más literaria, es para los enamorados, para mirarse en el espejo, y el hierro duro, agreste, gárrulo". Aquí el hierro mata al agua, "pero ese es el signo de la historia".

Testimonios como éste recorren los 64 minutos del metraje, resultado de dos años de trabajo porque para rodar bien las imágenes aéreas, cuenta el autor, "quisimos grabarlo sólo en invierno", cuando la vegetación obstaculiza menos la vista del agua. El resultado confía en haber transmitido "esa idea romántica de la navegación. Lo que hago es un viaje desde Rioseco buscando el mar". No llega, porque tampoco nunca llegó el Canal, pero puede que esto no sea un final. Eduardo Margareto y algunos de los dieciséis estudiosos que intervienen en la obra abogan por una segunda vida para rescatar de su paradójico olvido esta gran obra de ingeniería civil de la España del XVIII. Una segunda vida turística que ya tiene parcialmente pero que además de la navegación aproveche el camino de sirga que recorre sus orillas. Hay ruta para navegar, para andar, para recorrer en bicicleta, para hacer acopio de adeptos para los que Raúl Guerra Garrido tiene propuesto ya incluso un nombre colectivo: "canaleros".

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