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Julio Herrera retrata la ira del Cantábrico

El fotógrafo gijonés, especializado en naturaleza, aborda en una nueva serie los temporales marítimos. En estas páginas comenta cómo "caza" esas tormentas

Faro de Mouro, en Santander.

Los fenómenos meteorológicos ejercen una poderosa atracción, a medio camino entre la fascinación y el temor. Tal vez porque no pueden ser controlados, o porque influyen en múltiples ámbitos de la vida cotidiana. Y ahora interesan más que nunca: han cambiado sus pautas y se han extremado, como efecto colateral del cambio climático. También poseen una faceta estética, que es la que enganchó al fotógrafo Julio Herrera (Gijón, 1960) "hace unos cuatro años", cuando contemplaba -a través del objetivo- una tormenta en un mar Cantábrico cubierto por una cúpula plomiza y que batía con furia contra los acantilados. Entonces nació una inquietud, un proyecto que ahora ha cobrado forma de libro, "Luz de tormenta", publicado por Lente Azul Ediciones y recién llegado a las librerías. Es un amplio álbum fotográfico de este mar contenido en el Atlántico Noreste, retratado en su faceta más turbulenta a lo largo de un recorrido de punta a punta, desde Estaca de Bares (La Coruña), al oeste, hasta la desembocadura del río Adour (Biarritz, País Vasco francés), al este.

"En principio, iba a circunscribir el proyecto al Cantábrico asturiano, donde hay sitios espectaculares para captar los temporales, como la costa de Pría, en Llanes. También me interesaba reflejar cómo pegan los temporales en los puertos; luego me metí con el libro de las villas marineras y ese interés se reforzó. Por otro lado, como viajo bastante, fui localizando puntos espectaculares de Galicia y de Cantabria, como el faro de Mouro, a la entrada de la bahía de Santander", explica Herrera, especializado en fotografía de paisajes y naturaleza. La mecánica de trabajo fue simple: "Me planteé ir buscando los momentos de los mayores temporales, que suelen concentrarse entre los meses de febrero y abril, y los puntos más interesantes, aquellos donde el mar rompe con más fuerza o donde el paisaje tiene mayor belleza, teniendo en cuenta también que fuesen fotográficamente sugestivos. Me interesaban mucho los matices de las luces que se forman con las tormentas, como ese cielo oscuro en el que se filtra un rayo de luz", manifiesta. "Lo que hacía era ir a un sitio y quedarme allí varios días, buscando por programas informáticos de predicción de temporales datos como la altura y la cadencia de las olas, y los vientos dominantes, para ver dónde se iban a dar las condiciones idóneas".

El proceso de localización de los lugares llevó tiempo. "Me fue muy útil Google Earth porque permite ver, por ejemplo, la forma de los puertos, que influye en cómo rompen las olas. Muchas veces iba sólo a ver cómo era la estructura de un puerto, o la forma de los acantilados, para tener idea de cómo iba a reaccionar allí el temporal", detalla Herrera, que anteriormente ha hecho libros temáticos sobre Asturias dedicados a las villas marineras, los bosques, los lagos y lagunas de montaña, los parques naturales y nacionales, los pueblos de montaña, la costa y un séptimo título que avanza y en parte compendia el motivo de su nuevo trabajo: "La luz de Asturias".

La experiencia de Julio Herrera como "cazador de tormentas" le ha permitido fijar lugares particularmente atractivos para presenciar estos fenómenos. Por encima de todos, cita el faro de Mouro, "en la isla de La Magdalena, a la entrada de la bahía de Santander, donde vivieron los fareros hasta mediados del siglo XX, antes de que se automatizara". La impresionante imagen de la portada del libro justifica sobradamente su preferencia. "En Asturias, destacaría el faro situado a la entrada de la ría del Nalón, en San Esteban de Pravia, y los acantilados de Pría, que tienen una belleza especial y el aliciente que le dan los bufones".

Su conocimiento del terreno, permite a este fotógrafo afirmar que "la de Asturias, sin duda, es una costa muy bien conservada, aunque no lo valoramos". Al hilo de esas consideraciones, sostiene que "no sabemos vender lo que tenemos. Lo vi cuando hice el libro de los bosques, a la gente le sonaban más los bosques navarros, Irati, que los de aquí, que son más grandes y están mejor conservados". Mirando de nuevo al mar, añade que "la costa occidental es la gran olvidada, hay sitios preciosos a los que no va la gente. No hay accesos como los del Oriente, que tiene una costa suave y muchas pistas y carreteras; en el Occidente das vueltas para llegar a los sitios y a menudo tienes que dejar el coche y seguir caminando". Sobre las villas marineras, sostiene que "mantienen el ambiente de los pueblos de pescadores de toda la vida; Cudillero, Lastres y Viavélez son los puertos de hace cien o doscientos años. En otras partes hay puertos con zonas preservadas, pero el resto está transformado".

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