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Arquitectura personal || Herminio Menéndez | Piragüista olímpico

“En casa se tranquilizaron con el deporte cuando entré en Ensidesa”

“Mi padre se enfadó un poco cuando dejé de jugar al fútbol en el Candás juvenil por el piragüismo, un deporte de andar por ríos y fiestas de verano”

Herminio Menéndez

Todos los oficios del mundo del deporte

El piragüista Herminio Menéndez Rodríguez (Candás, 1953) se hizo con tres medallas en las cuatro Olimpiadas que van de Munich a Los Ángeles y eso, en un tiempo en el que no abundaban los podios olímpicos, supuso que después de los Juegos de Moscú de 1980 atesorara el 35 por ciento del medallero español. Desde Candás se convirtió en un campeón para España dentro de un deporte dominado por los países del Este en los años en que estaban cerrados por el Telón de Acero.

Iba para trabajador de Ensidesa y la vida le llevó desde una disciplina minoritaria a una carrera completa en el deporte español. Fue director deportivo del Grupo Cultura Covadonga, representante de los deportistas y presidente de la comisión de atletas en el Comité Olímpico Español, asesor del Principado y del presidente del Consejo Superior de Deportes Javier Gómez Navarro –con quien participó en la elaboración de la ley del Deporte de 1989, que convirtió en sociedades anónimas deportivas los clubes de fútbol y baloncesto–, metió la antorcha en el estadio de Montjuic en Barcelona-92, fue director general del Sporting, del Sevilla y del Cacereño. También fue agente de futbolistas.

Se casó dos veces y tiene dos hijas.

Ahora jubilado, vive en Madrid y escapa a Candás para reunirse con su extensa familia. 

–Nací en Candás en 1953 y tengo un hermano, Ángel, cinco años más pequeño. Mi padre, Herminio, fue pescador, como mi abuelo, pero cuando yo nací ya trabajaba en Ensidesa, en la torre de control de salida de mercancías en el puerto de Avilés. Mi madre, Victoriana, era ama de casa y trabajó esporádicamente en fábricas de conservas.

–¿Cómo era su padre?

–Tranquilo y bonachón, tertuliano, lector e instruido. Tuve una gran relación con él, aunque hubo una época en que trabajaba 12 horas y apenas lo veía. De pequeño salí mucho con mis tíos.

–¿Una familia extensa?

–Mis abuelos tenían seis hijos. El abuelo se llamaba “Bombita” y era un patrón de pesca que se ganaba bien la vida, pero la que mandaba era mi abuela Basilisa. En un terreno que tenían levantaron una casa y dieron un piso a cada hijo. Vivíamos todos juntos y podías comer en cualquier casa. Éramos muchos primos. Tuve una vida bastante desahogada.

–¿Cómo era su madre?

–Maravillosa: muy cariñosa, exigente y pendiente de nosotros. Mis padres salían juntos y eran un matrimonio sin discusiones.

–¿La ideología de casa era...?

–No se hablaba de política. Mi abuela ayudó a gente de las dos partes y tuve tíos en cada lado. Mi madre iba a misa el domingo. En el club Gorilas fueron más insistentes en la misa del sábado.

–¿Dónde estudió?

En la escuela pública de San Félix, en el instituto y después en la Escuela de Aprendices de Ensidesa. Era un estudiante normal.

–¿Cumple usted eso de que si quieres ser olímpico tienes que elegir muy bien a tus padres?

–Mis abuelos y bisabuelos faenaron muy fuerte, alguna buena genética tendrían de remar todo el día. Yo hacía deporte a todas horas, el cuerpo me pedía actividad, tenía facilidad para correr y todo deporte me resultaba fácil.

–¿Qué deporte hacía?

–Podía hacer tres partidos de fútbol al día, en la arena o en la carretera. Me gustaba jugar y que los equipos fueran compensados. No me gustaba perder, pero ganar no era una obsesión.

–Dejó el fútbol por la piragua.

–Y mi padre se enfadó un poco. Yo jugaba en el juvenil de Candás y el piragüismo era para andar por ríos y fiestas en verano.

–¿Cómo llegó al piragüismo?

– El club Gorilas entrenaba en la dársena. Eran seis amigos que habían ido al Sella y estaban los tres hermanos Prendes, Amando, Carlos y Pipo. Un amigo mío entró y Amando, que me vio desarrollado, me enroló. Caí tantas veces de la piragua que mi abuelo materno le dijo a mi madre que no perdiera el tiempo con aquello. En cambio uno de fuera le dijo: “No se ría, que igual un día llega a ser olímpico”.

–¿Qué le gustó de la piragua?

El reto de dominarla. En tres días estaba sentado y paleando... y disfruté. El puerto de Candás no era tan cerrado, el mar nunca está quieto y nos movíamos entre las olas. Eso nos daba ventaja respecto a los que entrenaban en aguas tranquilas cuando había viento en el embalse. Nuestro salto de calidad fue en 1968, con 14 años, cuando empezamos a entrenar en el embalse de Trasona.

–¿Cómo era?

–De febrero a agosto llegaba al embalse a las 6 de la mañana y luego iba, andando por el monte, hasta Llaranes para entrar a las 8 en la Escuela de Aprendices. Salía a las tres, comía de tartera, volvía a entrenar, cogía el Carreño y me plantaba en Candás a las siete y media. En verano lo pasábamos muy bien. Éramos 20 e íbamos al Narcea, al Miño, al Sella y las competiciones coincidían con las fiestas de los pueblos y enganchaba.

–¿Cómo llevaba los estudios?

–En el último curso de Aprendices renqueaba en dos asignaturas y mi padre me dijo que si no aprobaba todo no me dejaba ir con la selección al Campeonato de Europa juvenil, así que hinqué los codos. Terminé en la escuela y entré a trabajar en el tren semicontinuo de laminación en frío y tuve que pedir un aplazamiento para después del campeonato juvenil en Rumanía. Cuando mis padres vieron que tenía trabajo se tranquilizaron y me dejaron mejor en el deporte.

–¿Qué suponía Ensidesa?

–La meta del trabajo seguro. Mi primera nómina fueron 18.000 pesetas y comparado con lo que ganaban mis amigos por talleres estaba muy bien pagado. Cuando entrenaba tenía permisos y excedencia a partir de las concentraciones para la Olimpiada de Montreal.

–¿Tenía claro que quería ser deportista?

–Con 17 años, no. Quería viajar y eso era raro. En el pasaporte decía “Para todos los países del mundo excepto Rusia y los países satélites”. Los recorrí todos con permisos especiales. En Munich-72 me caló dedicarme a ello. En España el piragüismo era nada.

–En seguida salió de casa.

–En cuanto entré en la selección nacional, dejé los ríos y me dediqué a la pista y a las distancias olímpicas. Fui a la Residencia Blume en Madrid e íbamos a Sevilla a entrenar en el Guadalquivir por el clima. Cuando la Feria de Abril volvíamos a Madrid al embalse del pantano de San Juan, de donde salíamos para Europa. Mis padres no me pusieron inconvenientes, viajaban algo con el club Gorilas para verme competir, pero no fueron controladores.

–¿Cómo era Rumanía?

–Deportivamente, otro mundo. En España estábamos en pañales, en general, porque la dictadura de Franco nos tenía aislados del conocimiento, de los congresos de medicina deportiva...

–¿Y en otros sentidos?

–Para el deporte era una maravilla porque estaba al servicio de la propaganda del Estado, pero conocí el verdadero comunismo porque los deportistas estaban atemorizados. Para salir del país a competir casi les obligaban a casarse para tener a su familia de rehén. Y aun así muchos quedaban fuera aunque eran privilegiados, tenían mejor casa y promocionaban según su carrera deportiva: si estaban en el Dinamo, en la Policía; si en el Steaua, en el Ejército.

–¿Qué libertad tenía?

–Había que seguir la disciplina como de cuartel, acostarse y levantarse temprano. Estábamos lejos de Madrid en un paraje maravilloso, demasiado tranquilo, y nos dejaban salir el domingo cuando había menos ambiente.

–18 años, el cuerpo pica...

–Sí, pica, pero me estaba sacrificando para mejorar y se veía. La primera vez que salí, en Rumanía, quedamos los últimos y cuatro años de trabajo espartano después, en Belgrado, fuimos campeones del mundo.

–¿Tuvo alguna crisis?

–En 1974, en el pantano, pensé qué voy a hacer con mi vida. En Ensidesa habían empezado los turnos, de 12 horas, muy bien pagados, pero yo no podía aceptarlos porque no habría podido entrenar. Mis compañeros llegaron a oficiales y yo seguí de aprendiz.

–Un año después fue campeón del mundo. ¿Qué pasó?

–Los rumanos nos eligieron de intercambio por el clima de Sevilla y porque pensaron que no éramos rival. En cuanto nos enseñaron que el piragüismo no era solo el tren superior, sino todo el cuerpo, la cadera, los riñones y hasta la uña del pie, aprendimos lo elemental. La fuerza bruta de tirar la pala no vale, armonizar todo el cuerpo hace que la piragua se desplace.

–Munich-72. ¿Oyó los tiros?

–Vi a los encapuchados desde mi apartamento. Los Juegos Olímpicos fueron una experiencia impresionante. Tenía 18 años y solo ocho antes había visto en una tele en blanco y negro los de Tokio. Para el que venía de la España franquista Alemania era un vergel tecnológico con hipermercados y alimentos desconocidos. Regresé como un héroe en el año en que fue medalla Dacal, también candasín.

–Su siguiente hito.

–En 1978 Agustín Santarúa, periodista y viajero, me metió en la cabeza hacer un homenaje a los hombres que habían muerto en la mar y una defensa de la limpieza de los océanos. Creamos la Fundación Cofradía del Alba y el día del Cristo de Candás juntamos agua de los cinco océanos en el viejo faro, que habíamos restaurado. Hicimos varios años homenaje y murales, trajimos grandes figuras y metimos más de 50.000 personas, sin costar un duro al Ayuntamiento. La época era convulsa, gobernaba el Partido Comunista, “menos fartones y más pensiones”, dimití por no luchar contra los elementos, y menos en casa.

–¿Ganó dinero en el deporte?

–Eran becas. En Montreal-76 me dieron 250.000 pesetas y cuando gané el Mundial, un Rolex. No pensé en eso. No era futbolista. Mi currículum pesó para ofrecerme y obtener los trabajos que he tenido, pero no para mantenerme.

–Moscú, los juegos de su vida.

–Íbamos con muchas posibilidades de medalla tras 4 años de podios en cuanto habíamos remado. Fui el abanderado español. Fueron espectaculares pese al boicot, que en nuestro deporte no repercutió. Conseguí medallas en 500 y 1.000. Los rusos eran imbatibles y hubo dudas de dopaje.

–¿Qué recuerda de la ciudad?

–Ya la conocía. Habían retirado a todos los niños a campamentos ve verano y no circulaba ningún coche privado, así que no había atascos y el metro iba muy bien.

“No gané dinero con la piragua, pero el currículum pesó para conseguir trabajos”

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–¿Cómo fue volver a España?

–Increíble. Era el único deportistas con 3 medallas. Eso me hizo reflexionar: tenía todo aquello, 27 años, del piragüismo no podía vivir y tenía que organizar mi vida. Me casé a los 28, con Belén, gijonesa.

–¿Cómo fue el matrimonio?

–Me separé en 1989. Tuvimos una hija, Xana, que hizo periodismo, lo ejerció en Gijón y ahora es profesora de español en la Universidad de Vancouver (Canadá). Tiene 36 años y me va a hacer abuelo.

–¿Cómo vivió del deporte?

–En 1976 di un paso muy importante y traumático. Dejé “Los Gorilas” -donde era el emblema- y me fui al Grupo Cultura Covadonga. Presidía Rogelio Llana y Manolo Llanos vino a ficharme como palista, entrenador y responsable de la sección. Ya no pensaba volver a Ensidesa.

–¿Fue a Los Ángeles sabiendo que era su salida?

–No. Aunque 1983 fue un año en blanco por una rotura de fibras en el hombro que tardó en cicatrizar, luego me preparé a conciencia para el K2 con Del Riego a 500 y a 1.000. Fui a Los Ángeles pensando en dos medallas. Era fácil. Los países del Este boicotearon la olimpiada y en su equivalente del Este, la regata de Duisburg, ganamos.

–¿Qué pasó?

–Dos cosas que me cabrearon mucho. Los juegos fueron con ánimo de lucro, lo que me parece lógico, pero tuvo consecuencias: el piragüismo se celebró en el lago Casitas. Nuestra sede estaba en Santa Bárbara, en una universidad maravillosa al lado del mar, pero muy lejos del ambiente olímpico de Los Ángeles y a dos horas y media en bus del lago, que por la tarde era impracticable por culpa del viento. La mayoría de los equipos cogieron una casita cerca del lago, pero el jefe de la delegación dijo que no había dinero.

–Segundo cabreo

–La víspera de la competición íbamos a preparar los barcos, pulirlos para que deslicen mejor, pero, con buen criterio, el ayudante del entrenador dijo “no os deis la paliza. Lo hacemos nosotros”. Empezaron las competiciones y el barco no iba. Pasé noches en vela pensando en la causa. El último día vi que el frasco del polish estaba sin abrir y uno para desmoldar fibra de vidrio, casi vacío. El chaval no sabía inglés y abrió el frasco equivocado. Remábamos como con el freno de mano puesto. ¡Cogí un bajón...! Es la primera vez que lo cuento.

–Tenía 30 años.

–Colgué la pala en el campeonato de España en Trasona y hasta hoy. Fui director deportivo del Grupo Covadonga, siendo presidente Luis Ángel Varela. Cuando Javier Llanos fue director general de Deportes, me llamó para hacer el plan ADO de 1992.

–Tuvo una carrera política.

–Siempre he sido más de izquierdas que de derechas, pero sólo he estado afiliado y poniendo pasta al CDS por invitación de Adolfo Barthe Aza para presentarme por Asturias. Cuando se fue Adolfo Suárez, me fui.

En el Comité Olímpico Español cargó contra lo más carca.

–Sí. Creé y fui primer presidente de la Fundación de Amigos del Deporte con los que más imagen tenían entonces –Paquito y Blanca Fernández Ochoa, Corbalán...– para ayudar a los deportistas y facilitar su formación cuando se retiran. El Comité Olímpico la absorbió. Javier Solana se hizo cargo del ministerio del Deporte y en una reunión pedí la palabra y di mi visión. Carlos Ferrer-Salat, el presidente del Comité Olímpico, me echaba miradas de asesino mientras yo hablaba. A partir de eso contactó conmigo Javier Gómez-Navarro, secretario de Estado de Deportes, me reuní con él en el Hotel Reconquista un día del Sella y me fichó de asesor ejecutivo. Gómez-Navarro fue muy importante en mi vida.

–¿Por qué?

–Me casé con Pilar, su secretaria, con la que tuve una hija; me dio libertad en el trabajo y cambiamos el deporte español -con las bases que siguen- que pasó de que yo tuviera en 1980 el 32% de las medallas al palmarés de hoy.

–¿En qué se basó?

–En el conocimiento. Trajimos entrenadores buenos de todo el mundo para formar a los técnicos y entrenar a los deportistas.

–¿Cuándo se casó la segunda vez?

–En 1993. Nuestra hija Pili, de 27 años, es arquitecto. Nos separamos hace 5 años. Ahora vivo solo.

–¿Fue un padre presente?

–Con Xana lo hizo todo su madre. Yo estaba en Madrid y ellas en Gijón.

–Después de 7 años y de llegar a ser jefe de gabinete del secretario de Estado, fue al Sporting de director general.

–En el consejo me había tocado el plan de saneamiento del fútbol, lo que me acercó a ese mundo, distinto. El cambio es tremendo. Juntar deporte y negocio lleva a la “locura” que es el fútbol y su mercado, que no responde a la lógica.

–Y que prepararon ustedes...

–Porque lo anterior era peor. En 1989 los clubes estaban quebrados y debían 23.000 millones de pesetas y ninguna directiva era económicamente responsable. El saneamiento del fútbol lo pagó el fútbol. Pasamos la deuda de los clubes a la Liga de Fútbol y a cambio tenían los derechos de televisión con un aplazamiento de pago a 10 años.

–¿Qué tal se defiende en el fútbol?

–Regular porque tengo otra forma de ser y he vivido otra cultura deportiva. La vida me llevó hasta ahí. Dejé el Sevilla porque tuve una arritmia por estrés y me dijo el médico, Cortina, que dejara de depender de los puntos del partido del domingo y de llegar a fin de mes sin dinero para pagar las nóminas.

–¿Es más tranquilo ser agente de jugadores?

–Sí, porque el dueño de la empresa era otro y yo estaba a sueldo y, en teoría, a comisión. Fue hace 20 años.

–¿Cómo llevó una vida con tantos cambios?

–Afronto bien y me adapto muy bien. Me valgo. Tengo la responsabilidad de mis hijas, pero me he preocupado de que estén bien preparadas y eso me da tranquilidad. En estos últimos veinte años he vivido muy bien, sin lujos, con altibajos. El mayor problema de mi vida, emocionalmente, fue la grabación de cámara oculta que me hizo la televisión valenciana, una trampa cabrona. Me costó superarlo. Luego tomé decisiones quizá equivocadas, dimití de muchas cosas, pero no me arrepiento porque me vino bien y es bueno que venga gente nueva.

–¿Qué tal cree que le trató la vida?

–Muy bien. Tengo muy buena relación con mis exmujeres y, por supuesto, con mis hijas y una familia fantástica. He tenido amigos que han respondido de manera increíble y sé de mucha gente que me quiere.

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