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Mi aula es una pantalla: así son las clases de la Universidad en tiempos de covidAmor Domínguez

Mi aula es una pantalla: así son las clases de la Universidad en tiempos de covidAmor Domínguez

El coronavirus mata la vida universitaria

Algunos estudiantes iniciaron su carrera sin pisar el campus, al que otros no van desde marzo

El salto del instituto a la Universidad de Marina Berros González no es el que había imaginado, ni mucho menos deseado. “A primera hora de la mañana –cuenta– nos conectamos a las clases y prácticamente estamos delante del ordenador hasta la hora de comer. Por la tarde, volvemos a sentarnos en el escritorio para hacer las tareas que nos mandan. Cuando queremos darnos cuenta, hemos pasado el día entero en la misma habitación”. Solos. Así desde que se inició el curso, el pasado 10 de septiembre. 

Berros, gijonesa de 18 años, empezó online el grado de Maestro en Educación Infantil. Debido a la falta de espacio para acoger al alumnado con garantías de seguridad, el decanato de su Facultad, la de Formación del Profesorado y Educación, ubicada en el campus de Llamaquique de Oviedo, tomó la difícil decisión de impartir todos sus grados de forma telemática.

Marina Berros, que ya tuvo que terminar el Bachillerato en casa, se estrenó en la Universidad de Oviedo también desde su habitación.

Conoce la Facultad y a sus compañeros solo del primer día, una jornada de presentación presencial. Desde ahí, toda su vida académica ha transcurrido a través de una pantalla. “Psicológicamente es insostenible, como si estuviese en cuarentena”. Como ella se encuentran multitud de jóvenes de primer curso. .

Si algo bueno han traído las clases telemáticas es que entre todos han hecho piña. “Ya en el verano crearon grupos de Whatsapp y hasta una cuenta de Instagram. Eso nos fue ayudando para conocernos, aunque lógicamente el contacto es más frío. Al final, todos tenemos nuestro grupo y en la mayoría de los casos coincide con los creados por los profesores para hacer trabajos en equipo”, comenta.

Marina Berros González

La gijonesa valora otro aspecto de las clases online: “Como prácticamente no nos hemos visto, no nos hemos juzgado entre nosotros y no nos hemos dejado llevar por los estereotipos. Todos nos estamos apoyando mutuamente”.  

Otros seis universitarios opinan en este reportaje sobre las clases online. La segunda ola del covid obligó a la Universidad de Oviedo, por mandato del Principado, a suspender temporalmente el pasado 3 de noviembre su actividad presencial, con la excepción de algunas prácticas consideradas esenciales o inaplazables y la investigación.

En algunos centros se pasaron mucho antes al formato virtual: unos desde principios de curso y otros en cuanto el número de contagios empezó a ascender.

En general, los estudiantes encuestados por LA NUEVA ESPAÑA dicen tener problemas de concentración y motivación para seguir las clases a distancia y para separar la vida académica de la personal. Porque todo transcurre entre las mismas cuatro paredes.

“Estamos desgastados, pero queremos una vuelta a las aulas segura, sobre todo en el transporte público”, reclaman.

Laura Rodríguez Campo, ovetense de 23 años, lleva desde marzo –es decir, más de ocho meses– sin pisar la Facultad de Formación del Profesorado y Educación. En septiembre empezó online tercero de Educación Infantil y de Pedagogía.

“Estamos sufriendo un efecto confinamiento, porque nos pasamos una cantidad exagerada de horas delante del ordenador. A mí eso me está generando mucho desgaste, también porque es difícil encontrar un equilibrio entre el ocio y el estudio”.

Después de tanto tiempo sin ir a la Facultad, Rodríguez asegura que las relaciones con los compañeros “están deshumanizadas” y que hacen trabajos con personas que no conocen personalmente. “Además, la tendencia en las clases es no activar las cámaras. En este sentido los estudiantes deberíamos hacer un poco de autocrítica e intentar utilizarlas para que la docencia sea más dinámica”, opina.

Laura Rodríguez Campo

Echa en falta una formación más innovadora por parte de algunos profesores. “Se nos pide constantemente en la carrera que innovemos y luego ellos no lo aplican. Hay docentes que están haciendo un uso muy bueno de las herramientas y otros que no, que ni nos facilitan antes el material y se limitan a leer la presentación, a dar su clase magistral sin tener en cuenta si la estamos siguiendo o no”.

En una situación parecida se encuentra Elena Gutiérrez Martínez, ovetense de 22 años y estudiante del máster en Formación del Profesorado para Secundaria y Bachillerato. Empezó el curso con semipresencialidad. Tenía solo una asignatura en la Facultad y el resto eran online. “Pero en el momento en que la actividad presencial se suspendió para toda la Universidad, también me quedé sin ella”.

¿Y cuál es su sentir? “Que hay muchas dificultades: el campus no funciona bien, algunos profesores no graban las clases, con lo cual es difícil seguir el ritmo y entenderlos, a veces no respetan las evaluaciones continuas y nos cargan de más con trabajos que apenas puntúan...”.

Gutiérrez lamenta que los docentes no tengan en cuenta lo “agobiante” que resulta “estar encerrado en casa”. “Entre que el Principado recomienda el autoconfinamiento, tenemos clases de hasta cinco horas al día que pasamos sentados solos delante de un ordenador y que luego no podemos salir a tomar algo para despejar, resulta muy agobiante”, dice la ovetense.

Elena Gutiérrez Martínez

“Es difícil separar tu vida personal de la Universidad. Acabas las clases y sigues en la habitación con el ordenador. Es imposible rendir igual que antes”, apunta.

Elena Gutiérrez espera que las vacaciones de Navidad sirvan “para oxigenar”, pero reconoce que “desanima no saber cuándo volveremos a la normalidad”. Si es que vuelven.

Elena Donoso Alonso, gijonesa de 21 años, lleva especialmente mal los días de estudio en soledad en su casa. Desde hace un mes cursa a distancia el grado de Administración y Dirección de Empresas (ADE) en la Facultad de Economía y Empresa, en Oviedo, y desde entonces su vida social se ha reducido prácticamente a cero.

“Por situaciones personales –tengo a mi abuelo enfermo–, me paso los días en la habitación con el ordenador. Esta situación me está matando, es un horror. Antes por lo menos iba a la Facultad, me relacionabas, desconectaba... Pero es que ahora estás todo el rato en casa. Los diez minutos de descanso entre clase y clase, por ejemplo, no puedes hacer otra cosa que ir y volver al salón”.

Donoso está deseando volver cuanto antes a las aulas. “Yo tengo la suerte de que puedo ir en coche, por eso entiendo que haya gente que tenga miedo a regresar por coger el transporte público. En la Universidad se han tomado todo tipo de medidas y, si las cumples, es casi imposible que te contagies”, defiende.

Lo tiene claro: “Prefiero tener una vida ajetreada a estar en casa encerrada”.

Elena Donoso Alonso

Elvira Suárez Herrero, gijonesa de 23 años, estudia el máster de Ingeniería Industrial. Y asegura que concentrarse en casa durante una clase online es “difícil” porque no tiene las mejores condiciones para ello: “Cada dos por tres se me va la wifi, hay ruido... Y, sobre todo, que nuestro cerebro ya asociaba docencia a la Universidad”.

Hace un mes que Suárez no va por la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón: todas sus clases y prácticas son a distancia. “Llevo sin ver a mis compañeros un montón cuando antes estábamos todo el tiempo juntos. Somos chavales muy sociables y todo lo hacemos en equipo. Cuando hacemos una videollamada para algún trabajo en grupo me animo mucho”.

“A veces me paro a pensar y me digo a mí misma: ‘Madre, pero si estoy aquí solísima’. Quiero pensar que cuando la pandemia pase, todo vuelva a ser como antes”.

Suárez cree que las clases online, por el formato en sí, “desmotivan”. “Tienes la cama al lado y es muy fácil tirarte en ella. En clase, puede costarte más o menos, pero haces el esfuerzo de concentrarte”.

Elvira Suárez Herrero

Para Alejandra Díaz Rocha, ovetense de 36 años y alumna del máster de Protección Jurídica de las Personas y los Grupos Vulnerables, en la Facultad de Derecho, las clases online son “una inversión de neuronas” por el desgaste. “No es lo mismo estar en clase, que te concentras mejor, que es más fácil interactuar con alumnos y con profesores, que levantas la mano y te resuelven la duda al instante... a estar en casa. Aquí es todo más frío”, opina.

Díaz dice que no querría estar en la piel de quien ha empezado la Universidad en la era covid. “Es duro comenzar así, porque te pierdes la vida de los campus, interactuar con los compañeros, quedarte en el pasillo y preguntarle a uno y a otro cómo va enfocar el trabajo... Todo eso lo echamos de menos”.

Díaz indica que, a nivel de recursos, la Universidad online falla. “Se han puesto a disposición de los alumnos ordenadores portátiles, pero son pocos materiales para la cantidad que somos. A eso se une que las conexiones saltan cada poco en la zona rural, el problema que supone que tengas otro hermano en casa dando también clases online en el mismo espacio... Y es complicado y es estresante seguir la docencia así”.

Alejandra Díaz Rocha

La joven reconoce, no obstante, que antes del cierre de la Universidad el 3 de noviembre muchos universitarios tenían “miedo” a ir a clase. Sobre todo por el transporte público.

“Tengo compañeros que no iban a clase no porque no quisiesen, sino por temor a contagiar a sus familiares”, afirma Díaz, que pide, para cuando puedan volver a las aulas, más autobuses y más frecuencias horarias, así como más instalaciones para aumentar la distancia social. “Queremos una educación presencial, pero con garantías”. 

A Elías Palacios Paíno, ovetense de 26 años y estudiante del máster de Caminos, Canales y Puertos en la Escuela Politécnica de Mieres, las clases online no le pillaron desprevenido. “Teníamos la experiencia del confinamiento”, apunta.

La experiencia de ahora es mejorada. “Se ve que la Universidad todavía no está preparada para ofrecer una enseñanza online perfecta, pero es cierto que los profesores se están esforzando mucho, al menos en mi máster”.

En la línea de otros alumnos, Palacios indica que “cuesta separar la vida del ámbito académico, porque todo está en casa”. Y, sobre todo, cuesta no tener contacto social. “Aunque estuviese con mascarilla, aunque apenas pudieses hablar... Solo poder ver a los compañeros ya era agradable”.

Ahora no ve caras. “La mayoría de clases se hacen por videoconferencias sin cámara, así que no hay interacción”.

Elías Palacios Paíno

A pesar de todo ello, el ovetense lleva “bastante bien” el medio encierro. “Sé de otros compañeros que se agobian mucho. Eso depende de cada uno. Pero no poder socializar nos afecta a todos un poco. A mí el descanso de media hora entre clases me daba la vida para hablar con la gente”.

Palacios piensa que la juventud que la pandemia ha puesto patas arriba acabará volviendo “en año o año y medio pero habrá gente que tendrá miedo a retomar la vida de antes”.

“Mi curso pasado fue de estudiar mucho y mi única motivación era viajar en verano. El coronavirus truncó todos mis planes de golpe. Es como si se me juntasen dos cursos sin descanso de por medio. La pandemia nos ha desorganizado”.

El “Erasmus” sigue siendo inolvidable

Prometía ser uno de los mejores años de sus vidas, pero... Los estudiantes “erasmus”, tanto los asturianos que se van al extranjero como los extranjeros que vienen a Asturias, han visto trastocados sus planes de conocimiento y diversión por las restricciones sanitarias. Su oportunidad única de conocer mundo, gente y costumbres nuevas se ha convertido en una experiencia más recoleta, en un ámbito más íntimo y con menos fiesta de la que espera un universitario a miles de kilómetros de lo conocido.

“No es lo que esperaba, pero es lo que hay”, reconoce la gijonesa Adela Riesco, estudiante de cuarto curso del doble grado de Periodismo y Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid. Desde octubre es una más de la treintena de españoles de “Erasmus” en Verona, una cifra “muy inferior a otros años”, porque el virus infunde respeto y muchos han optado por quedar en casa.

Desde su aterrizaje en Italia supo que todo sería distinto: el número de extranjeros, las condiciones de movilidad. “Está todo cerrado, las cafeterías bajan la persiana a las seis y solo se puede quedar con la gente en las casas. En la Universidad prima la formación online, aunque te puedes apuntar a alguna clase presencial. Te cuelgan todas las clases en internet y lo noto mucho. No estoy tan atenta”.

Adela Riesco

Los “erasmus” suelen aprovechar la estancia para moverse por el país y para saltar por media Europa desde sus destinos académicos aprovechando vuelos baratos. “Por Italia está imposible porque está dividida en zonas de incidencia”, señala Adela. Su grupo de amigos “erasmus” solo ha podido viajar a Estocolmo “porque en Suecia no pedían PCR ni cuarentena”. Pasaron miedo “en el trayecto al aeropuerto de Milán porque no puedes moverte por turismo”.

Su vuelta a casa en Navidad está prendida con alfileres. “Encontré un vuelo el día 21, pero pensé que pasaba aquí las fiestas; no había nada programado”.

Lucas Alonso es gijonés y está en una de las zonas de más incidencia de Italia. Estudia el máster de Ingeniería industrial en la EPI de Gijón y hace la doble titulación con el máster de Ingeniería Mecánica del Politécnico de Milán, “Es como un ‘Erasmus’ algo más largo de lo normal con el que me dan los dos másteres a cambio de alargar la duración de los estudios”, explica. Ya pasó en toda su crudeza el primer confinamiento en el país transalpino.

“Desde marzo las clases son online, aunque en los meses en los que las restricciones por el covid se relajaron se usó un sistema mixto: se daban clases presenciales y se grababan y retransmitían online para la gente que no estuviese en Milán o que no pudiese acudir por algún motivo. Ahora se han vuelto casi completamente online porque la situación del covid ha vuelto a empeorar desde hace unas semanas ”.

Las restricciones no han sido tan duras como en marzo y abril con la primera cuarentena. “En septiembre y octubre había toque de queda en torno a las once de la noche y se permitía abrir a la mayoría de locales. Ahora la gran mayoría de locales y pequeños comercios siguen abiertos, pero en bares, restaurantes y similares solo se puede comprar para llevar”.

Lucas Alonso

“Podemos circular por la ciudad y usar el transporte público sin problemas, pero conocer gente nueva está bastante difícil entre el covid, la Universidad, el invierno frío y que anochece muy pronto. Por suerte, muchos ‘erasmus’ nos conocemos por grupos de Facebook, Whatsapp y similares y tenemos varios compañeros de piso, así que tampoco estamos solos, pero casi lo único que se puede hacer es quedar unos en casa de otros”.

“Se puede volar fuera de Italia, pero con todas las medidas y test que piden se quitan las ganas de organizar nada. Y si vamos a otro país de Europa el panorama no va a ser muy distinto”.

Comerá el turrón en Asturias: “Acabo de comprar el vuelo para dentro de unos días”.

No así los extranjeros en Asturias. La mayoría han declinado viajar a casa por las fiestas.

Lino Buddy, natural de Múnich, estudiante de Economía en la Universidad de Maastrich (Holanda) y “Erasmus” en Asturias este curso: “No voy a volver a casa antes de los exámenes. Me hubiera quedado aquí incluso sin covid”.

La experiencia asturiana no se le está haciendo especialmente dura en lo académico, porque “no me importa si recibo lecciones en línea o físicamente. Al final es importante estar interesado en el tema y que el profesor proporcione buenos materiales”.

“Algunos profesores entienden mal que en el entorno en línea el curso necesita un espacio significativo para el autoaprendizaje, porque ver a alguien hablar en una pantalla durante una o dos horas es simplemente insoportable”, desliza con una carcajada.

Lino Buddy

Con lo que le ofrece la Universidad se conforma, porque “tengo un curso de Español y es muy divertido. Puedo practicar el idioma, aprender cosas interesantes y conocer gente de Oviedo. Es un poco más difícil con las clases en línea, pero bien. Hasta ahora hemos tenido mucha suerte con el clima, la comida es muy buena, me encantan el marisco, la carne y la fabada”, enumera en un más que aceptable castellano.

Solo una pega. Importante. “Al principio fue realmente genial. El paisaje y la naturaleza de Asturias son muy hermosos y mi amigo Moritz y yo vinimos a Oviedo para ir a surfear mucho. Fuimos mucho a Salinas, Peñarrubia y Xagó, pero ahora estamos muy deprimidos porque no nos han permitido salir de la ciudad durante casi un mes y medio, ni siquiera para caminar o surfear. No entendemos cómo representamos un riesgo. Es mucho más fácil infectarse en la ciudad”.

El cierre de las tiendas y bares “personalmente no me importa. Mi felicidad no depende de eso. He podido conocer gente nueva, locales y extranjeros. Gente muy agradable. Sin covid hubiera salido más y hecho más amistades, pero la que he conocido hasta ahora es suficiente”. Eficiencia germana.

Maixent Andres, natural de la región de Borgoña en Francia, estudia Ingeniería Mecánica e informática en la EPI. Lo lleva razonablemente bien porque “con las clases online puedo dormir más y es más fácil porque no hay compañeros para hablar y distraerse”. A cambio “el móvil, los compañeros de piso y el olor cuando cocinan no ayudan a estar concentrado”. Son pequeños gajes en “el primer año que no estoy con mis padres y que tengo un piso para mí, encima en otro país... todo es nuevo y llevaban dos años esperándolo, así que está bien”, resume.

Lo que más le cuesta es relacionarse y hacer amigos: “Por la barrera del idioma, porque soy un poco tímido y porque esta situación no ayuda, aunque la asociación Erasmus Student Network (ESN) nos ayuda mucho. Y tengo a mi novia, que conocí aquí, es de Gijón, me ha ayudado a hacer amigos y no me siento solo”.

Maixent Andres

“No voy a volver a Francia en Navidad. Es mejor para mi familia evitar el riesgo de llevarles el coronavirus pero estoy un poco triste porque van a ser las primeras fiestas sin ellos y sin mis amigos”.

“Los estudiantes han decidido seguir viniendo porque es una oportunidad extremadamente beneficiosa de manera educativa, cultural, laboral. Es enriquecedora en general. Queremos defender su derecho a una educación de calidad y de una experiencia de internacionalización plena”, asevera Ramón Lecuna, presidente de la ESN en Asturias. “Es difícil pasar esta situación lejos de casa, en un país desconocido, pero salen adelante y disfrutan de su experiencia en Asturias”. Y con todo”. Será difícil de olvidar.

La pantalla aísla y desanima

“La soledad ya estaba ahí, el coronavirus simplemente la ha hecho más visible”. Esta es la contundente reflexión que hace Rebeca Cerezo, investigadora del área de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Oviedo, sobre cómo afectan la pandemia y las clases online a los jóvenes asturianos. 

La experta recuerda que en 2019, “antes de que nadie escuchara el término coronavirus, muchos estudiantes universitarios que acudían cada día a clases multitudinarias en campus abarrotados ya se sentían solos”. Para combatir esta soledad, dice Cerezo, “hay que buscar fórmulas efectivas que nos permitan estar socialmente conectados a pesar de la desconexión física”. En este sentido, la profesora de la Facultad de Psicología advierte de que las nuevas tecnologías “son grandes aliadas y, al mismo tiempo, enemigas”. Y se explica: “Hacer videollamadas regulares a nuestros familiares y amigos ayuda a mitigar el sentimiento de soledad. Deslizar el dedo por una pantalla u observar pasivamente la vida de los demás, no”. 

Los profesores Celestino Rodríguez y Rebeca Cerezo. | Miki López

La investigadora profundiza en esta idea. “En ocasiones, las mal llamadas ‘redes sociales’, te alejan de las personas que te rodean y te acercan, en el mejor de los casos, a completos desconocidos. Comunicarse a través de una pantalla no siempre contribuye a una mayor sociabilidad o a una menor soledad, en ocasiones contribuye al autoaislamiento”, expresa. 

Rebeca Cerezo dice que los jóvenes, al igual que los adultos, “deben comprender que, en estos tiempos, lo extraño sería no experimentar sentimientos de soledad, tristeza, ira, frustración, ansiedad o todo lo anterior”. “Hay que permitirse experimentarlos y comunicar a los demás cómo nos sentimos. Probablemente tengamos que aprender a vivir más solos, es lo que toca. Confío en la capacidad de adaptación de nuestros universitarios”, añade. 

Riesgo de “desenganche” de los estudios

Por su parte, Celestino Rodríguez, doctor en Psicología Evolutiva y de la Educación, pone el foco en el riesgo de “desenganche de la titulación” que existe entre los alumnos de primer curso. “Muchos no han pisado la Facultad, no se conocen... Eso es algo que nos preocupa mucho y que puede desencadenar un abandono temprano de los estudios”, expresa el también decano de la Facultad de Formación del Profesorado y Educación. 

Uno de los principales objetivos de su equipo es aumentar la presencialidad de estos estudiantes en el segundo trimestre, aunque tengan que sacrificar al resto de cursos. “Tienen que venir. No solo está en juego el aprendizaje académico, sino su desarrollo social y emocional”, argumenta. 

Rodríguez también se refiere a los estudiantes que están terminando sus carreras. Las clases online, explica, pueden traer consigo problemas de desarrollo de competencias, que son aún más importantes en los últimos cursos. “A lo mejor en seis meses eso no es un problema, pero sí si se alarga más. Por eso, hay que cambiar las metodologías y enfocar las prácticas desde un punto de vista diferente, ya que es en ellas donde se desarrollan más las competencias”, profundiza. 

A todo ello se une, según agrega el experto, la falta de concentración y de motivación que sufren los universitarios como consecuencia de permanecer largas horas en casa. 

“A mis alumnos les recomiendo que no pasen el día entero en casa, que salgan a airear un poco. Pero me preocupa su estado emocional, porque las situaciones de cada casa en estos momentos son muy diversas y complejas”, completa.

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