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Punto de inflexión en la pandemia de coronavirus

Asturias embrida la pandemia: esta es la autobiografía del virus que infectó a 52.000 asturianos

La pandemia está controlada en la región, tras sufrir 2.450 muertes y afrontar una crisis sanitaria cuyo apogeo se vivió a finales de octubre de 2020

Una UCI asturiana.

LA NUEVA ESPAÑA se pone en el pellejo del coronavirus SARS-CoV-2 y hace un recorrido completo por sus casi 15 meses de andadura por Asturias. En este periodo ha logrado infectar a cerca de 52.000 personas y ha segado la vida de casi 2.450. Ahora, con la vacunación, ve cómo su terreno se achica inexorablemente. 

Soy un virus. Me llamo SARS-CoV-2. Casi nadie me ha visto y, sin embargo, soy una celebridad planetaria. Sí, sí, soy ese mismo al que buscan los de las pruebas PCR. Al principio, la gente me subestimaba. Solo me creían capaz de generar un síndrome respiratorio agudo severo, que no es poca cosa. La realidad es que soy capaz de trastocar gravemente buena parte del organismo humano, incluso en personas jóvenes y sanas.

Llegué a Asturias a finales de febrero de 2020. Ya me habían avisado de que me costaría entrar en los dominios de Don Pelayo. Está mal comunicado, tiene una orografía compleja, en invierno no registra muchas entradas y salidas. Me dijeron que si trataba de internarme en tren desde el sur podía morir de aburrimiento en un sitio que llaman Pajares. Por eso llegué a través de un escritor, vía Portugal, y a día de hoy he logrado infectar a cerca de 52.000 personas y he segado la vida de casi 2.450. Esas son mis credenciales “autonómicas”. Si vamos a mis hazañas mundiales, hasta la fecha he infectado a cerca de 165 millones de personas y he generado casi tres millones y medio de víctimas mortales.

Como todos sabéis, fui descubierto y aislado por vez primera en una ciudad de China, llamada Wuham. Es un territorio muy abonado para los de mi especie. Mi origen es zoonótico, es decir, me transmito de un huésped animal a uno humano. Hay cierta confusión sobre mi biografía temprana, pero podéis quedaros con estos datos: mi primer contacto con un humano se produjo en noviembre de 2019. El 30 de diciembre de ese año se anunció al mundo que yo andaba por aquí: en concreto, en un mercado chino. El 7 de enero de 2020 fui encuadrado en la familia de los coronavirus. Produzco una enfermedad a la que han llamado covid-19 (unos dicen “el” y otros “la”; a mí me da igual).

Un sanitario carga una dosis de vacuna. Irma Collín

Os decía que, como a los musulmanes en el siglo VIII, me costó llegar a este ignoto y aislado terruño llamado Asturias. Eso sí, mi fama me precedió. Ya en enero de 2020 un laboratorio del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) tuvo la mala idea de ponerse a estudiarme. Son tenaces los virólogos de este lugar, mecachis. En pocos días tenían dispuesta la tecnología necesaria para identificarme en cuanto llegara. Eso alteró bastante mis planes: provocó que mi entrada, triunfal en otros sitios, fuera aquí mucho más enrevesada. Donde sí entré en plan imperial fue en Italia. Así llegué a Europa. Más tarde, os enterasteis de que había llegado a Asturias un sábado, el 29 de febrero del año pasado. Mi portador, ya digo, era un escritor: muy conocido, chileno y afincado en Gijón. Luis Sepúlveda se llamaba. Le produje una serie de daños que no pudo superar. El fin de semana del 7 y 8 de marzo empezó mi apogeo difusivo en numerosos eventos multitudinarios de toda España. Me pareció asombrosa la ceguera de las autoridades ibéricas.

El 11 de marzo me cobré mi primera víctima en el Principado: Avelino Uña Gutiérrez, un religioso salesiano de 68 años. Formaba parte del primer foco de covid-19 que logré organizar en Asturias, donde me acantoné en el colegio Fundación Masaveu de Oviedo. Para entonces, los pesaditos del HUCA seguían obsesionados con identificarme e impedir que pasara de unas personas a otras. En otros lugares de España y del mundo yo campaba a mis anchas.

En el fin de semana del 14 y 15 de marzo paralicé España y enclaustré a la gente en sus casas. Algunos entraron en pánico y en los supermercados dejaron vacías las estanterías de papel higiénico y lejía. Muchos pensaban que aquello duraría poco, infelices ellos. Logré lo que parecía imposible: cerré los bares, paralicé el fútbol. Hubo quien pensó que las parejas se entretendrían haciendo niños y que habría un boom de nacimientos nueve meses después. Nada. Muchos se pusieron a ver series, algunos leían, otros discutían… He provocado un nuevo desplome de la natalidad. Le di, yo solito, un gran impulso al teletrabajo y a las teleclases.

Yo, SARS-CoV-2, convertí los hospitales en búnkeres. Y reduje drásticamente la atención presencial en los centros de salud. La gente empezó a morir en soledad. Sus familiares no podían ni velarlos ni despedirlos en condiciones. Debo admitir que aquí se me fue un poco la mano. Es mi naturaleza… Logré convertir a mis “hermanos” mayores (SARS-CoV, surgido en 2002, o MERS-CoV, descubierto en 2012) en pigmeos casi insignificantes.

Pepita Paleo, la primera vacunada en Asturias.

Pepita Paleo, la primera vacunada en Asturias. Irma Collín

Una vez que encerré a la gente en su casa, algunos empezaron a asomarse a las ventanas por las tardes para aplaudir a los profesionales sanitarios. Menudos pelmas los sanitarios. ¡Cómo trabajaron, cómo me combatieron al principio sin apenas equipos de protección! Parecían las huestes de Pelayo tirando piedras en Covadonga. Lo mismo puedo decir de los trabajadores de los supermercados y de otros colectivos a los que denominaron “esenciales”. Me deben el haberles dado una visibilidad que jamás habían tenido. Los convertí en héroes. Mientras los políticos se peleaban y trataban de sacar rédito en un contexto dramático, y se negaban a renunciar ni a uno solo de sus privilegios, entre la gente de la calle se desató una ola de solidaridad sin precedentes.

El Ejército tomó las calles y montó hospitales de campaña. Yo penetré sin compasión en las residencias de mayores. De nuevo se me fue la mano. En una de Grado me cargué a treinta ancianos. En Asturias he logrado cosechar la mayor tasa de letalidad de toda España en el conjunto de la pandemia: acabé con la vida del 3,8 por ciento de las personas a las que infecté. Un territorio con tanta gente mayor y vulnerable está abonado para que mi trabajo de coronavirus sea fecundo.

A principios de mayo, se acabó el encierro domiciliario. Mes y medio. Exitazo por mi parte. Los expertos hicieron balance y resultó que el Principado era una de las comunidades autónomas que mejor parada había salido de la gran refriega.

Durante el verano, Asturias se vino arriba y se convirtió en lo que algunos llaman “Paraíso Natural”. Lograron expulsarme durante 25 días, entre junio y julio. Ni un solo contagio. Pero no hay bien que cien días dure. La gente de fuera se enteró y acudió de forma masiva a descansar. Eso sí, conseguí imponer a todo el mundo el uso de mascarilla en la calle y en muchos espacios interiores. La verdad es que amargar la vida a la gente se me da de virguería, ¿no os parece?

Poco a poco, también yo, SARS-CoV-2, logré reponerme de la primera batalla. Avanzado septiembre, de nuevo comencé a difundirme en serio por el Principado. En torno al puente del Pilar, comencé la gran ofensiva. Creo que pillé a la gente confiada y desprevenida, como si estuvieran durmiendo la siesta después del plácido verano. Entré con ímpetu en Gijón y colapsé sin problema el Hospital de Cabueñes, demasiado pequeño para su población.

De nuevo me cargué derechos y libertades fundamentales: llegó el toque de queda y, de un día para otro, la gente dejó de trasnochar en las calles. Provoqué el cierre perimetral de los tres grandes concejos: Oviedo, Gijón y Avilés. Clausuré los bares durante 40 días.

Personal de Jove, el centro donde murió el primer sanitario de covid.

Mi apogeo total tuvo lugar a finales de octubre y principios de noviembre. Los ingresos en las plantas y las unidades de cuidados intensivos (UCI) se aceleraron como esta gente nunca había visto. Provoqué un “noviembre negro” con 596 muertos. En la segunda ola conseguí lo que no había logrado en la primera: la de Asturias fue de las más agresivas de todo el país y, desde luego, mucho más trágica que la primera.

Me anoté un nuevo éxito en la Navidad: las fiestas familiares fueron menos multitudinarias que nunca. No obstante, hubo quien me dio la gran satisfacción de incumplir las normas en Nochevieja. Un brote en Grado (de nuevo Grado) rebasó los 200 contagiados.

A finales de diciembre, llegué a Asturias en mi formato británico, más contagioso que el originario chino. Entré por Avilés y su comarca y así logré que eclosionara la tercera ola. Hice mi agosto entre la gente más joven. De nuevo cerré concejos y bares. A los hosteleros, por cierto, los he machacado. Si sobreviven, es de milagro. El Gobierno de Asturias puso en marcha, en enero, un sistema de medidas restrictivas con arreglo a un mecanismo estadístico. Se le ha denominado “4 Plus”. Se propusieron reprimir la actividad social, que es mi caldo de cultivo, y reprimirme a mí, con decisiones que afectan a municipios concretos con peores cifras, y no a otros, como había sucedido en las olas anteriores. Por desgracia, les salió bien.

El 27 de diciembre sucedió algo sobrecogedor para mí: empezaron a aplicar en las residencias de mayores una vacuna dirigida específicamente a liquidarme. Y, lo peor, en Asturias el proceso se desplegó con agilidad y eficacia. Hasta en Nochevieja, Año Nuevo y Viernes Santo la administraron con solvencia. A mediados de enero ya aparecieron los primeros indicios de que la inmunización estaba masacrándome. La tercera ola estaba en marcha, pero la cifra de casos graves y hospitalizados en las residencias disminuía con relación a las dos oleadas anteriores. Esta onda epidémica alcanzó una altura grande, tanta como la segunda, pero sus efectos graves fueron mucho menos numerosos. La vacuna ha dejado muy mermada mi capacidad mortífera.

Se me ha terminado aquel chollo de la incertidumbre, cuando nadie sabía casi nada de mí. Lo que sí he conseguido es acogotar, e incluso enviar a la UCI, a pacientes relativamente jóvenes que logran sobrevivir, pero después de pasarlo fatal

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Aplanada la tercera onda, Asturias entró en una fase de “falso llano”, con pequeñas subidas y bajadas. Por mucho que los gobernantes asturianos anduvieron propalando que mi cuarta ola estaba aquí, para asustar a la gente y evitar desmadres, lo cierto es que yo estaba muy acabado. Este territorio de Don Pelayo ha logrado zafarse de esa nueva onda, al contrario de lo que sucedió en buena parte de España.

Con la llegada de la primavera, intenté recomponerme, pero solo he logrado difundirme a través de gente joven, sobre todo de 15 a 25 años. Son, a su pesar, los que mejor secundan mis intereses. Me favorece mucho su incapacidad de juntarse con otros. Son chavales y chavalas bastante resistentes a mis envites, pero siempre albergo la esperanza de que me traspasen a los mayores de sus casas. Esta estrategia me funcionó bien al principio. Ahora, con la vacuna y el trabajo de los rastreadores (otros enemigos puñeteros donde los haya) todo es más complicado. Ya conocen mis trucos.

Se me ha terminado aquel chollo de la incertidumbre, cuando nadie sabía casi nada de mí. Lo que sí he conseguido es acogotar, e incluso enviar a la UCI, a pacientes relativamente jóvenes (con una media de 60 años). Lo habitual es que logren sobrevivir, pero después de pasarlo fatal en largas estancias en áreas de críticos. A duras penas logré tener bastante ocupadas las UCI de los hospitales asturianos, pero me temo que no doy para mucho más.

Ahora, la vacunación avanza lenta, pero segura. En este momento, están pinchando a las personas de 53 años. Buena parte de los mayores de esa edad ya han recibido, al menos, una dosis. Mi terreno se achica inexorablemente. Me identifican y me liquidan. Aconsejo que nadie cante victoria por adelantado. Solo mucha gente haciendo mucho el bestia podría darme oxígeno. Bien sé que “están locos estos humanos”, como diría el gran Astérix. Pero mis opciones son pequeñas. En breve llegará el final de la mascarilla en los espacios exteriores. Ahí ya muchos pasarán a olvidarse de mí. Pero, bueno, siempre quedará esa ancha y larga estela de dolor y muerte que he dejado a mi paso por este planeta. No os vengáis arriba, queridos humanos. Sois tercos y os cuesta aprender las lecciones. Disfrutad en tanto llega mi próximo hermanito.

Los protagonistas

Luis Antuña.

“En la segunda ola nos noquearon las cifras, nos entró una gran incertidumbre”

LUIS ANTUÑA MONTES

Presidente del Colegio de Médicos de Asturias y jefe de Urgencias del HUCA

“El momento más crítico para mí fue la segunda ola. Habíamos superado la primera con cierto éxito y quizá pensábamos que teníamos tomada la medida al coronavirus. Llegó la segunda ola y nos noquearon las cifras de infectados, hospitalizados, ingresos en UCI y muertos. Nos entró una incertidumbre muy grande y nos asaltó la duda de hasta cuándo podía durar la pandemia. De repente, todo lo que había funcionado en la primera ola se desbarajustó. La agresividad del virus nos puso los pies en la tierra”.


“Me quedo con la emoción de haber encontrado una mano tendida”

Edurne Mezquita.

EDURNE MEZQUITA

Presidenta de la Sociedad de Enfermería Familiar y Comunitaria de Asturias

“Me quedo con la sensación de sorpresa y emoción al encontrar la mano tendida de alguien de forma inesperada. Estando en cuarentena, las bibliotecarias de mi pueblo, que conocen mi afición por la lectura, me trajeron unos cuantos libros para que estuviera entretenida y se me hiciera más llevadero. Los libros fueron elegidos deliberadamente según mis gustos. El cariño y el cuidado no comprenden la distancia en metros”.

Luis Hevia.

“Recuerdo el impacto de ver las calles desiertas alrededor del HUCA”

LUIS HEVIA

Gerente del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA)

“Recuerdo el impacto de ver las calles desiertas alrededor del HUCA y la entrada de una columna de vehículos del Ejército de Tierra y el posterior despliegue, en escasas horas, de un hospital de campaña en el parking. Emocionalmente, el 11 de marzo de 2020, cuando nos comunicaron el primer fallecimiento por covid de un profesor. En lo asistencial, a mediados de noviembre, con casi 500 ingresados covid en el HUCA y el Monte Naranco, 92 de ellos críticos”.

“Lo más impactante fue el momento inicial, el miedo, la desprotección...”

Belén G. Gusto

BELÉN GARCÍA BUSTO

Médica de familia del centro de salud de Cudillero

“En mi experiencia profesional, lo más impactante fueron los momentos iniciales: sin pruebas diagnósticas, con EPI a cuentagotas, con protocolos cambiantes de manera que lo que ayer no era un caso hoy sí lo era. La inseguridad, la desprotección, el desconocimiento, el miedo... fueron brutales. Miedo por nuestros pacientes, por nosotros mismos, pero sobre todo miedo por nuestras familias cuyo riesgo aumentábamos exponencialmente a nuestro pesar”.

Dolores Escudero

“Sentí que entrábamos en un territorio desconocido sin mapas ni brújula”

DOLORES ESCUDERO Jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario Central de ASTURIAS (HUCA)

“Cuando ingresó el primer paciente en la UCI, tuve la extraña sensación de entrar en un territorio totalmente desconocido, no cartografiado. No teníamos mapas ni brújula; solamente nuestra profesionalidad y la responsabilidad de hacerlo lo mejor posible. Otro momento que tengo grabado fue la conversación con la mujer de un paciente que acababa de ingresar en la UCI. Le dije: ‘Su marido está muy grave y lo vamos a sedar y a intubar. Quiere que le diga algo de su parte?’. Y ella me contestó: ‘Dígale que lo quiero mucho’” .

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