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ENTREVISTA Isidro Bango Torviso Catedrático jubilado de Arte Antiguo y Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid

“El Naranco es inconcebible sin la tradición de la romanidad”

"Soy un gran defensor del Camino pero me molesta mucho cómo se maltrata el concepto de peregrino y de peregrinación"

Isidro Bango Torviso, este viernes, en Oviedo. IRMA COLLÍN

Isidro Bango Torviso (Ferrol, 1946) es una figura de referencia para varias generaciones de medievalistas. Catedrático jubilado de Arte Antiguo y Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid, Bango Torviso tiene obras clave en la historiografía sobre el arte románico, el Camino de Santiago y el arte de la Monarquía Asturiana. Bango estuvo esta semana en Asturias, invitado por LA NUEVA ESPAÑA, para una jornada técnica centrada en la protección del patrimonio jacobeo, dentro del ciclo “Oviedo, origen del Camino”.

–Tiene usted raíces asturianas, en Oviedo, Avilés y Taramundi, si no me equivoco.

–Sí. Yo nací en Ferrol, pero mi padre era de Avilés, de ahí Bango, un apellido bastante normal en Asturias, y mi madre era de Taramundi, que entonces era más gallego que nada, aunque esto pueda parecer mal a algunos de allí. Pero mi madre tenía un gallego extraordinario. Por eso puedo decir que en teoría soy más asturiano que gallego, aunque el apellido Torviso es muy muy gallego.

–En 1993 publicó usted “El Camino de Santiago”, que es aún hoy un libro de referencia sobre el Camino, y que coincidió con ese momento de explosión del Xacobeo.

–Sí. Yo llevaba tiempo trabajando sobre el Camino y Espasa me pidió un libro. Seguramente es el libro sobre el tema, se lo merezca o no, del que más ejemplares se han producido. Hablamos de entre medio millón y un millón de ejemplares. No soy capaz de precisarlo porque luego se hicieron muchas ediciones para empresas y bancos. El Santander hizo dos ediciones inglesas de 10.000 ejemplares cada una. Mi línea de investigación sobre el Camino ha sido muy larga.

–Su tesis doctoral se centraba losen el románico en Pontevedra. ¿Había ahí ya una conexión con el Camino?

–No tanto. Yo soy un gran defensor del Camino pero me molesta mucho cómo se maltrata el concepto de peregrino y de peregrinación. Siempre he sido terriblemente crítico contra esos abusos que se hacen sobre el Camino. Hace unos días vi una película sobre el Camino en televisión y todo lo que se decía era mentira. Se mistifica de una manera facilona y vulgar, y se traen a cuento del Camino una serie de temas que están relacionados con otras cosas, pero nunca con la peregrinación. En este sentido casi hecho más la voz diciendo “Esto no, esto no” que aportando otras cosas. En el fondo creo que hay que depurar estos conceptos.

–Un buen amigo suyo, Ignacio Ruiz de la Peña, cortaba esos debates con una sentencia célebre: “A priori, no me lo creo”.

–(Risas). Nacho, que tenía muy pocos años más que yo y casi podemos entrar en la misma generación, era un historiador muy crítico. En ese sentido, Nacho era un muy buen historiador. Hoy día se confunden los términos de lo que significa “historiar”. No es que yo niegue lo que hacen algunos colegas en otras ocasiones, pero sí creo que son cosas distintas. Historiar es conocer los fenómenos en el contexto en el que ocurren los hechos. No lo que nosotros interpretamos, con la cultura actual, del pasado. Y Nacho era, en ese sentido, un historiador de la vieja escuela. Los trabajos y las aportaciones de Nacho siempre serán útiles, mientras que las modas de muchos de nuestros historiadores no irán a ningún lado.

–Ese presentismo, ¿distorsiona entonces nuestra visión del Camino de Santiago?

–Sí, de manera brutal. Hay una manera de hablar de la brujería, de la recuperación de un culto ancestral introducido en la sociedad del momento... Todo es mentira. Todo eso no se debe a la peregrinación. Es un comportamiento similar a lo que ocurre en Francia o Italia en el Camino o fuera, no tiene nada que ver. La Iglesia necesita, para hacer más fácil de comprender sus principios, asimilar lo que ya es popular. Por eso adaptan y rehacen los cultos más ancestrales para hacerlos a la medida de lo eclesiásticamente permitido.

–Este resurgir del Camino en las últimas tres décadas, a partir de las campañas del Xacobeo por parte del Gobierno de Galicia, ¿ha ayudado a profundizar en el conocimiento del Camino y nuevas vías de investigación o, por el contrario, ha cerrado opciones de estudio?

–Yo diría que ha prostituido el concepto del Camino. Sé que la palabra “prostituido” es muy fuerte, pero en aras del turismo y de conceptos políticos han llevado a dar una visión del Camino que no tiene nada que ver con la original, de tal manera que se ha mercantilizado el Camino, y la visión actual del Camino es en función de lo mercantil. Y no digo esto sin dolor, ya me gustaría decir otra cosa. Me duele tener que afirmar esto porque el Camino (y aquí hablo de la peregrinación y de los hombres que marchan por el Camino) es lo suficientemente importante en sí mismo para no buscar otras justificaciones del Camino.

–Otra línea de investigación clave en su trayectoria ha sido el mundo astur. Usted fue pionero en situar el Prerrománico asturiano dentro de la tardoantigüedad.

–Cuando empecé a estudiar el mundo astur fijé en un artículo que para mí (y aquí me refiero a mi propia trayectoria, a lo que supuso para mí mismo), es una referencia porque hablaba de la cultura asturiana no como prerrománica, sino como el canto de cisne de la tardía antigüedad. Son dos conceptos distintos: uno es el mundo antiguo, que está muriendo, y el otro, entendido como “prerrománico”, está en el origen del estilo románico. Es decir: uno es todavía tardía antigüedad y lo otro mira hacia lo medieval. Yo lo planteaba como una de las últimas manifestaciones de la tardía antigüedad. Solo investigadores franceses, y algún americano, supieron captar este concepto. Ni en Asturias ni en España en general esa tesis tuvo consistencia alguna. Ahora bien: como ahora triunfa la tardía antigüedad, todo el mundo es tardoantiguo o tardorromano, pero se olvidan de quien definió la cultura astur con ese criterio.

–Con la perspectiva de los hallazgos arqueológicos de los últimos años, ¿podemos derribar ese mito de la Asturias que se resistió a la romanización?

–Realmente, la romanización ha llegado a todo el mundo cantábrico. Aunque todavía en el mundo vasco, hace diez años, se negaba que hubiera sido romanizada y se escribían en los manuales referencias de algo distinto a la romanidad. Pero en el fondo, cuando se dijo que toda España estaba romanizada por el Senado romano, es que toda España, Asturias incluida, estaba romanizada. Y de hecho, las raíces de estas culturas se aprecian claramente en una manifestación como el Naranco, que es absolutamente inconcebible sin la tradición de la romanidad. Y unas pinturas como las de Santullano, con casi un centímetro de grosor, es una técnica que hay que dominar tan bien que no se aprende en un día ni en dos. Hay quien dice que el maestro vino de Asia... Bueno, eso se aprende porque existe una tradición local que hace posible la realización de esas obras. Es verdad que luego hemos maltratado mucho, muchísimo, lo que se llama el Prerrománico astur. Cuando (Fortunato de) Selgas nos decía que había visto pintadas estas iglesias por fuera, pues es que estaba hablando de la realidad. Y todavía cuesta trabajo que reconozcan esto en muchos manuales sobre el arte asturiano de esta época. Pero pintar un edificio por dentro y por fuera, técnica y estéticamente, habla de una potencia de romanidad no digo incomparable, pero sí muy importante.

–¿Puede ser que esa profunda romanización fuese clave para que estos territorios del norte resistiesen al empuje musulmán, que la estructura social aguantase tras la invasión?

–No tiene que ver mucho con la cultura, tiene que ver con la estrategia político-militar que el territorio depara. La conformación de un territorio que facilita su defensa va a hacer que la cultura existente siga perviviendo. Hay que pensar, como decía (José Antonio) Maravall en muchos de sus escritos, la cultura romana se dividió, se bifurcó, en dos caminos: hacia el mundo del Islam y hacia el mundo cristiano del norte. Y las dos son hijas del mismo arte. Porque en el mundo del Islam se produce también un fenómeno extraño: aunque se reconoce la relación del arte omeya con la romanidad, siempre se le pone un “pero”. El mundo omeya, sin la romanidad, no es nada. Posiblemente, más adelante, es otra cosa. Pero en el período omeya sigue siendo romanidad.Y quienes trabajan en esa época en los grandes edificios de Oriente son todavía artistas romanos. Bizantinos, si se quiere, pero bizantino y romano en estos siglos es lo mismo. Y en España existirá esa cultura sirviendo a dos religiones distintas, pero las religiones no producen cambios. El poder económico y político del Islam terminará patrocinando obras de mayor empuje, etcétera. Pero en el fondo las dos siguen siendo herederas de la misma cultura.

–Hay una figura que une el Camino de Santiago y este arte tardoantiguo, que es Alfonso II. Da la sensación de que fue un monarca de visión excepcional, tanto en lo político militar como a la hora de estructurar su sociedad.

–Sí, es una figura clave, absolutamente clave, tal y como la historia más tradicional ha reconocido siempre. Respecto a Alfonso II, yo siento algo que ya he dicho y escrito: yo pienso que Alfonso II fue un monje, tal cual. Con una cultura de monje, de un hombre que fue formado para ser monje. Y desde esa formación en los monasterios, donde se conservaba más esa cultura a la antigua, le va a permitir el proyecto de crear un nuevo Estado. Cuando las crónicas aluden a que se hizo todo como en Toledo, lo que había en esa expresión era un ideal político de referencia, que era la cultura hispanovisigoda, que en el fondo era la cultura hispanorromana. Y solo una figura muy formada podía llegar a esos niveles. Cuando la crónica dice que llevó una vida sin conocer mujer y que vivió castamente es una proclama de un monarca que no es nada habitual en la tradición de los monarcas españoles. Es la definición de un monje. Cuando él se expresa en la mayoría de sus trabajos como “Servus dei”, se está expresando como se expresa un monje: siervo de Dios. Es curioso que en su testamento y en las obras formales de la cultura que él promueve, siempre está la referencia “Servus dei”, que es una expresión propia de los tratados del mundo monástico hispanovisigodo, y proclamarse él mismo como “Servus dei” contribuye a configurar aún más esa figura misteriosa que para mí solo se justifica de un monarca que lleva una vida de monje.

–¿Le parece que hacemos lo suficiente en Asturias para conservar esos vestigios de la Monarquía Asturiana, ese patrimonio que es único?

–Es muy difícil contestar a ésto. Antes hablábamos del enlucido: hemos creado una imagen de los edificios que no es real. ¿Qué pasó en Santullano? Al quitar el mampuesto, se filtraban las aguas desde el exterior y estropeaban los murales. ¿Cuántas veces se han restaurado las pinturas de Santullano?

–De hecho, hay una pendiente...

–¡Claro! Y habrá más. Pero ya es restaurar sobre restaurado. Yo tampoco soy partidario de volver ahora a pintar todo, pero por lo menos eso... Aparte, esta mañana he estado en el Museo Arqueológico y me encontré una maqueta del palacio del Naranco, y es deprimente verlo. Ver las salas de Prerrománico con todo allí amontonado en el último piso... A mí me gusta el desarrollo que se ha dado en ese museo al mundo romano, pero el piso superior está dedicado a lo que hace única la cultura astur en el contexto europeo. Y si no es única, al menos de primer protagonismo, en el contexto europeo. Se le podría dar lo que se dice en el argot “darle un poco de coba a las piezas”, no amontonadas allí con unas luces que no se ve nada. De verdad que es de una tristeza ver eso... Y en cuanto a los edificios, ahora se trata de mantenerlos como están e intervenir poco en ellos. La última vez que asistí en Oviedo a una reunión sobre patrimonio, Antón Capitel decía que se tenía que prohibir la visita a los monumentos y hacer al lado una réplica. Es una solución tremenda, yo en principio no lo haría, pero sí controlar un poco las visitas a los grandes edificios, como pueden ser Santullano y el complejo del Naranco, y darles una mayor protección. Y desde luego, las salas de referencia del Museo Arqueológico, que tuviesen una mayor prestancia, darle coba a cada una de las piezas y, desde luego, cambiar la iluminación. Y luego hay una cosa que yo he comentado en el pasado con algunos consejeros del Gobierno asturiano, que es la creación de una cátedra de Arte Asturiano, en referencia a este arte de la tardía antigüedad de los siglos VIII y IX, tan importante. Nunca ha existido esta cátedra y creo que nunca existirá, por lo menos en un futuro inmediato.

–¿Es normal que se hayan leído tan pocas tesis sobre arte asturiano de esta época en la Universidad de Oviedo, y que apenas tengamos especialistas?

–No. Y yo diría, aunque ahora las publicaciones siguen otro camino, que tampoco es normal que en Asturias no haya una revista científica dedicada esta postrera antigüedad de los siglos VIII y IX, tanto española como europea. Una revista que de alguna manera fuese el órgano público de referencia, que sirviese como ilustración a esta cultura. Ya sé que el XVIII, el XIX y el XX lo merecen, que todo lo merece, pero creo que si Asturias es importante por algo es por esta cultura de los siglos VIII y IX y en ningún momento ha tenido un punto de referencia. Y no hablo ya del ámbito español solo, sino de hacer de Asturias como centro de referencia para la cultura de estos siglos, a través de esa publicación.

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