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BARRER PARA CASA
FRANCISCO PARRA Catedrático de Bioquímica, dirige el Instituto Universitario de Biotecnología de Asturias

“El virus del covid seguirá mutando en tanto no se consiga su erradicación”

“No debemos dejarnos llevar por una falsa sensación de que si nos infectamos no pasará de ser un simple resfriado”

Francisco parra. | | IRMA COLLÍN

Francisco Parra es catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo. Lleva tres décadas dirigiendo un grupo de investigación sobre virología y parasitología molecular que ha analizado diversos virus en humanos y animales para combatirlos con antivirales o vacunas baratas y efectivas. Dirige el Instituto Universitario de Biotecnología de Asturias desde el año 2017. Al inicio de la pandemia de covid-19, Parra ya apuntó algunas de las claves que luego se constatarían en la evolución del virus.

–Al principio de la pandemia se comparó el covid con una gripe y eso fue un error. Ahora se compara el efecto de la variante ómicron con la gripe o un catarro, basándonos en su tasa de hospitalización. ¿Nuevamente eso contribuye a hacernos una idea equivocada del problema?

–Comparar virus siempre es un error, sobre todo porque, en general, se desconoce la importancia real que tienen muchos de ellos. Decir que el virus causante del covid era como el de la gripe daba a entender que el virus de la gripe causaba una enfermedad trivial, ignorando los miles de muertos que cada año causaba este virus antes de la emergencia del SARS-CoV-2. Es algo parecido a lo que muchas personas piensan ahora de la variante ómicron. Es cierto que para muchos esta variante pasará inadvertida o producirá un cuadro leve, similar a un resfriado, pero para otra mucha gente supondrá un riesgo grave que podría amenazar su vida. Por otro lado, las enfermedades infecciosas tan altamente transmisibles como la covid-19 pueden llegar a bloquear más fácilmente los sistemas de salud produciendo efectos colaterales indeseables sobre otras patologías no infecciosas que quedarán desatendidas.

–Al inicio de todo esto usted señalaba que el camino para lograr una vacuna era largo. ¿Le ha sorprendido la celeridad con la que la ciencia ha dado una respuesta?

–Normalmente el desarrollo de cualquier fármaco es un proceso de varios años. En casos de emergencia, como el que supone la pandemia de la covid-19, pueden acortarse los plazos y autorizar el uso de emergencia de algunos fármacos. Por otro lado, la humanidad ya había sufrido otras infecciones causadas por virus similares en 2002 (SARS-CoV-1) y 2012 (MERS-CoV) y se había estado trabajando desde entonces en vacunas frente a este tipo virus que no llegaron a ser conocidas ampliamente por el público, debido a la limitada propagación geográfica de estos dos patógenos humanos.

–¿Estos antecedentes dejaron abierto el camino para el desarrollo de las vacunas contra el SARS-CoV-2 con gran rapidez?

–Sí. Por decirlo de un modo sencillo, en algunos casos podría requerirse únicamente la sustitución en las vacunas desarrolladas hace años del gen de la proteína S de uno de esos virus (CoV-1 o MERS) por el del causante de la covid-19. Por otra parte, la tecnología basada en el uso de ARNm (que emplean las vacunas de Pfizer y Moderna) venía desarrollándose para otras aplicaciones, y la emergencia de la covid-19 fue la ocasión perfecta para poner a prueba la capacidad de esta técnica para producir vacunas eficaces. Parece claro que esta última aproximación ha venido para quedarse en el campo de las vacunas, al menos frente a patógenos en los que no se requiera una respuesta inmune muy sofisticada.

–A veces hay la sensación general de que la ciencia debe dar respuestas inmediatas y certeras sobre lo que ocurre, incluso que debe atinar con el pronóstico del futuro. Pero ante un problema desconocido solo puede aventurar hipótesis basadas en el conocimiento adquirido e ir modificándolas según los acontecimientos. ¿Qué ha supuesto para la comunidad científica enfrentarse al SARS-CoV-2?

–Como suele decirse, sin ciencia no hay futuro, y yo añadiría que tampoco hay presente. No hay respuestas inmediatas, ni soluciones mágicas, para casi ningún problema. Como dice en su pregunta, solo es posible avanzar hipótesis y propuestas basándose en el conocimiento existente. Lo demás es jugar a la ruleta rusa. Por eso debemos invertir en ciencia y tecnología todo lo posible y en todos los campos, para no acordarse de Santa Bárbara solo cuando ya está tronando. Todo conocimiento es o será útil y no debe desdeñarse lo que hoy parece básico porque puede ser la solución de algún problema importante en el futuro. La historia de la ciencia está plagada de ejemplos aleccionadores en este sentido.

–En el combate contra el virus seguimos viendo diferentes respuestas: desde defender la normalidad con precaución y la convivencia con la enfermedad, actitud que se asienta en Europa, a seguir confinando población a la mínima, como hemos visto recientemente en China. ¿Hay receta acertada?

–No hay una respuesta única para situaciones que no son comparables ni social, ni política, ni, por supuesto, sanitariamente. La lógica nos dice que hay que evitar la propagación del virus y ello requiere reducir en lo posible el contacto entre personas. Cuando no había vacunas resultaba obvio que las únicas herramientas disponibles eran el distanciamiento entre personas, evitando los espacios cerrados con mala ventilación, y las barreras físicas (mascarilla). Es bastante evidente que estamos conviviendo con este y otros virus y que la política del aislamiento total no es compatible con las actividades humanas, y no solo las económicas.

–¿Por tanto...?

–Una vez que se dispone de vacunas hay que vacunar a la mayor parte de la gente posible, con vacunas mejoradas adaptadas a las nuevas cepas circulantes y, deseablemente, que produzcan una inmunidad esterilizante. En tanto no se inmunice a una cantidad suficiente de gente y las vacunas no sean esterilizantes, habrá que seguir utilizando también las otras medidas de un modo racional.

–¿La mascarilla ha venido para quedarse?

–Sin duda. Creo que después de esta pandemia habremos aprendido que este complemento de nuestra indumentaria actual puede ser un instrumento muy útil para evitar la propagación de cualquier otro patógeno respiratorio. Ya no nos parecerá raro usarla por la calle y será una medida solidaria el utilizarla, no tanto para no contagiarse uno como para no contagiar a otros nuestro resfriado.

–¿El coronavirus ha acaparado la investigación biomédica?

–No lo creo, pero sí puedo asegurar que la ha detenido temporalmente, al menos durante el periodo del estado de alarma y algunos meses después. Para muchos laboratorios eso supuso incluso un retroceso con respecto a la situación anterior a la pandemia. Desgraciadamente, la inversión en investigación sigue siendo escasa y la pandemia no ha estimulado el interés por apoyar a la ciencia. Ya estamos entrando en la fase de olvido hasta que ocurra la siguiente crisis.

–¿Lograr una vacuna efectiva e iniciar una campaña de vacunación masiva mundial tiene algún parangón en biomedicina o es una proeza?

–La biomedicina cuenta, afortunadamente, con otras historias de éxito en el campo de la vacunación. No debemos olvidar la erradicación de la viruela, a la que nuestro país contribuyó decisivamente con la llamada “Expedición Filantrópica de la Vacuna”, dirigida por el médico militar Francisco J. Balmis a principios del XIX para extender la práctica de la vacunación en los territorios ultramarinos españoles. Más recientemente, la incidencia de la polio se está reduciendo en más del 99%. No obstante, no resulta fácil erradicar las enfermedades que no muestran síntomas tan claros como la viruela, que se transmiten por el aire, o que tienen un periodo de incubación largo, lo que hace que individuos infectados puedan contagiar a otros antes de mostrar los signos de la enfermedad. Lo que llama la atención en este caso es el que las vacunas empleadas frente a la covid-19 son tecnológicamente más avanzadas, han sido diseñadas racionalmente, y aquellas que han recibido un mayor apoyo financiero público-privado se han desarrollado y han llegado al mercado más rápidamente. También es llamativa la rapidez con la que se está vacunando a la población, al menos en el Primer Mundo, y se echan de menos las “Expediciones Filantrópicas” a los países más desfavorecidos que, hoy por hoy, no tienen acceso a vacunas en cantidad suficiente.

–Las mutaciones más peligrosas del virus se refieren a las espículas, las proteínas insertadas en la cubierta lipídica que dan ese aspecto de “corona” al virus. ¿Las posibles variaciones son infinitas o llegará un momento en que habrá pocas opciones de mutación efectiva del virus?

–Las mutaciones en la proteína S (de “spike” o espícula) son peligrosas y más frecuentes porque afectan a la proteína que permite la entrada del virus en nuestras células contra la que se organiza la parte principal de la respuesta inmune de nuestro organismo. Los cambios en esta proteína pueden dar lugar a que las vacunas no neutralicen el virus o a que este actúe sobre otros tipos celulares, o incluso sobre otras especies animales, lo que supone un riesgo adicional para erradicar la enfermedad. Es natural que observemos muchos cambios en esta proteína porque es la que está sometida a la mayor presión selectiva por parte de nuestro sistema inmune. Resulta fácil identificar este tipo de cambios en virus que escapan a la acción de las vacunas. No obstante, no todas las regiones de esta proteína, ni las demás proteínas del virus, tienen la misma tasa de mutación debido a que tienen un papel imprescindible en la estructura y función del propio virus, de forma que su modificación lo haría inviable. Con el comienzo del uso de los antivirales, como el Paxlovid anunciado recientemente por la compañía Pfizer, cuyo modo de acción es la inhibición de la proteasa viral que tiene un papel importante en la multiplicación del virus, empezaremos a ver también mutaciones que afectan a esta proteína permitiéndole al virus resistir la acción del antiviral.

–¿Esas mutaciones seguirán produciéndose?

–Las mutaciones son la consecuencia natural de los errores que comete la maquinaria que multiplica el genoma de los virus, que no es perfecta. Al contrario de lo que podría pensarse, estos errores, que son inevitables en todo proceso sintético, les confieren a los virus una capacidad evolutiva sin precedentes y son la base de su supervivencia. Esta tasa de errores es mayor si el genoma es de ARN, como en los coronavirus. En la descendencia de un virus se producen millones de versiones distintas de su genoma, muchas de las cuales pueden resultar perjudiciales para el propio virus y se perderán en las generaciones futuras, pero otras les permitirán realizar nuevas funciones, infectar otras células o animales, escapar de la inmunidad adquirida con las vacunas o resistir al tratamiento con antivirales. Por tanto, este virus, como cualquier otro, seguirá produciendo mutantes en tanto no se consiga su erradicación.

–¿Los virus tienden a mutar a variantes menos dañinas?

–Los virus son parásitos que están obligados a multiplicarse dentro de algún tipo de célula a la que infectan de un modo muy específico. De esto se deduce que el virus necesita que haya células a las que infectar para su propia supervivencia. La relación entre el parásito y el hospedador es una especie de guerra de medidas y contramedidas de forma que ambos se adaptan mutuamente. Las células tienden a hacerse más resistentes a la infección y el virus a producir menos daños a la célula. Es decir, ambos coevolucionan, y, en el caso del virus, esta evolución suele conducir a formas menos patogénicas.

–¿Y es ómicron menos dañino o eso es gracias a las vacunas?

–No creo que la variante ómicron pueda tildarse de menos dañina que las formas anteriores del SARS-CoV-2, porque hay personas que siguen sufriendo cuadros graves de enfermedad e incluso la muerte. No obstante, dado que en estos momentos una parte de la población, al menos en el Primer Mundo, cuenta con defensas inmunitarias debido a la vacunación, es evidente que el porcentaje de infectados que termina requiriendo atención hospitalaria es mucho menor. A pesar de ello, debido a la enorme capacidad de transmisión y al elevado número de personas que resultan infectadas por este nuevo virus, la cantidad de pacientes que requieren atención hospitalaria sigue siendo muy alta. Por tanto, no debemos dejarnos llevar por una falsa sensación de que si resultamos infectados no va a pasar la cosa de un simple resfriado.

–Inevitablemente, ¿tendremos que considerar natural vacunarnos cada seis meses a la vista de los acontecimientos?

–Esto es difícil de responder en este momento. Depende de cómo evolucionen el virus y la propia pandemia. Seguramente habrá que seguir administrando dosis de recuerdo, principalmente a los colectivos vulnerables, y tal vez adaptar las vacunas a las cepas circulantes en cada momento, como se hace actualmente contra la gripe. Para el resto de las personas, pienso que ayudaría mucho más vacunar al Tercer Mundo.

–¿Uno de los errores ha sido interpretar que bastaba con que cada país resolviese lo suyo? La OMS sigue insistiendo en la importancia de alcanzar óptimos niveles de vacunación en el Tercer Mundo.

–Cierto. Ha sido y sigue siendo un gran error. Los agentes infecciosos constituyen un problema de salud global que no puede resolverse con medidas locales o regionales. Su dispersión no puede detenerse con barreras geográficas o políticas, por lo que no tiene sentido pensar en solucionar el problema propio sin que los demás resuelvan también el suyo. Mientras el virus tenga individuos en los que multiplicarse, persistirá el riesgo para todos. Vacunar a la mayor parte posible de la humanidad es la única forma de acabar con este tipo de patógenos.

–Con el paso del tiempo, ¿cuáles han sido algunas de las reflexiones personales a las que le ha llevado todo lo vivido en estos casi dos años?

–Para una persona que investiga sobre virus animales resulta francamente aleccionador experimentar la sensación de vulnerabilidad ante este tipo de agentes infecciosos. Los que trabajamos con virus solemos ser muy conscientes de los riesgos que conlleva su manipulación, y esta pandemia, al menos en mi caso, me ha ayudado a ver con más claridad si cabe, la importancia de las medidas de bioseguridad.

–Más conclusiones...

–Otra conclusión que puede extraerse es la necesidad de incrementar el conocimiento científico y tecnológico en cualquier campo del saber para estar preparado para afrontar las crisis racionalmente y con rapidez. Las vacunas que están ayudando a controlar la pandemia actual no se habrían podido poner a disposición del público en apenas un año si no hubiera existido este conocimiento científico-técnico previo acumulado. Por último, y no menos importante, que la responsabilidad individual y la solidaridad entre las personas son los ingredientes fundamentales para resolver cualquier crisis, sea sanitaria o de otro tipo, y que la buena organización de la sociedad requiere no solo medios materiales, sino también liderazgo y capacidad en quienes nos dirigen. Un barco sin rumbo difícilmente llegará a puerto, o lo hará mucho más tarde de lo razonable.

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