Esta sección no es, aunque tenga resonancias mercantiles, más que una galería abocetada de amigos muy queridos. Todos se merecen mi gratitud y ésta es ocasión de proclamarlo. Les debo mucho. Desde un razonable consejo a un emocionado abrazo, una amable palabra o un expresivo silencio, una crítica sincera o un halagador piropo, un alentador «sigue así» o un prudente «déjalo ya», una copa a deshora o un oportuno y reconfortante café. En algunos casos esta deuda viene de tiempos pasados, en época de vacas flacas o quebrantada salud, de alegría desbordada o de soledad compartida, noches de vino y rosas o temores e insomnios hospitalarios. Algunos, tal vez demasiados, ya no están entre nosotros, a otros ni siquiera les llegué a conocer personalmente pero si leí su obra y alguien me contó su vida.

Gijonés de la cosecha de 1921, ejerció como profesor en el Colegio de San Eutiquio y colaborando en el diario local «El Comercio» donde se hizo famoso por sus «Charlas marineras». Fue el sucesor de Adeflor, al saber captar magistralmente la idiosincrasia gijonesa. Defendió en todo momento el barrio de Cimadevilla, donde había nacido, y fue el paladín de la reivindicación del cerro de Santa Catalina, donde el Ejército tenía un ridículo fortín-granja para defender la villa de un posible desembarco de no se sabe qué hipotético enemigo.

Autor teatral del que la «Compañía Asturiana» representó algunas de sus obras, entre las que alcanzaron gran éxito «Sirena de la mar», «Mar de fondo» y «Cuando el roble muere».

Fue un gran periodista y persona muy querida en todos los ambientes por su bonhomía y solidaridad. Murió antes de cumplir los 60 años. El vecindario del barrio alto le erigió un monumento en el corazón de Cimadevilla, frente a la casa de Concha la Guapa, madre del siempre recordado Rambalín.