Por todos es sabido y conocido que, por este orden, lo primero que hago una vez practicada la higiene y el indispensable alimento de la mañana, es leer LA NUEVA ESPAÑA a través de este cacharro de internet y procurar enterarme de lo que ocurre en mi tierrina. Lo segundo, cuando me escapo de la meseta y quiero respirar «aires de Asturias», mi supletoria casa de «parada y fonda», como en ella bien me encuentro, es el Hotel Vaqueros, en La Felguera. Así que, practicadas ambas cosas y por el mismo orden, me entero de un gran evento bajo el título «Llangréu, natural» y, miren ustedes, cómo sin querer voy a dar con él de narices -después, yo apuntaría más con el sentido del oído-, justo detrás de dicho hotel ese fin de semana.

Era sábado y sobre las tres y media de la tarde. Intentando buscar aparcamiento, por una de las aberturas del gran entoldado instalado, veo, o quiero ver, un establo y en él, al menos, una vaca roxa -no entiendo de ganado, pero a Dios gracias sí de colores-. No acostumbro a jurar, cosa que me enseñaron en su día mis padres, pero se me apeteció el entrar a ver todo ese contenido bajo la lona, en parte por curiosidad y, por otra, porque el saber no ocupa lugar: pero no llegué a hacerlo o, mejor diría, no pude porque el tiempo apremia y, para menos de dos días que estuve, tantas cosas quiero hacer que se me «acumula la tarea». Salí a escape hora y media después de llegar a La Felguera, y no retorné hasta pasadas la una de la madrugada. Al hacer el mismo recorrido para aparcar y, con determinada sorpresa por mí parte, sí vi que en el interior del entoldado había luz. Pensé yo sobre la marcha: «¿será por seguridad?». Y me metí en la cama.

Serían ya las dos cuando me estaba acostando y mi cuerpo no respondía: tenía un frayazu? Y quedé como Roque. ¿Cuánto tiempo había transcurrido?. Ni idea. Pero éste que hoy os lo cuenta, medio en sueños y un ligero despertar, oyó perfectamente el mugido de una vaca: ¿estaré soñando?. Y volví a quedarme dormido. Más, poco duró aquello, porque en aquel momento no oí un bramido, sino más bien dos o tres, ¡qué se yo!. Y, entonces, sí que desperté del todo. Me moví y, como consecuencia, desperté a mí mujer y ella me preguntó: «¿Pásate algo?». Y yo respondí: «¿No oyes una vaca?». «Anda, duerme, son les de abajo». Con semejante consuelo, di la vuelta e intenté? ¿Intentar, el qué?. Entonces, como remate, canto un gallo como si lo tuviese en la misma ventana del hotel. «¡Coño!, ¿no oyes un gallu?. Entonces, ¿qué hora ye pa que cante?». Mi mujer ni me contestó. Entonces me levanté, hice la consabida necesidad fisiológica, tomé un Orfidal y, al fin, me quedé dormido. Lo demás es retórica: ¡qué voy facer, vieyu y repugnante!