Langreo,

Miguel Á. GUTIÉRREZ

Un gran mural de trazo sinuoso dominado por el blanco y el gris preside el acceso a una de las alas dedicadas a la escultura del Museo de Arte Moderno (MOMA) de San Francisco. El visitante puede ver en la obra formas y colores, una interpretación envolvente del espacio, y un afán por sorprender. Pero si observa más allá y penetra en el mural, detrás de la pintura y a miles de kilómetros de distancia, también podrá contemplar la calle La Nalona de Sama, las clases de arte con «Pirichi», las tizas de un sastre langreano y todas las vivencias que configuraron la sensibilidad artística de Rosana Castrillo. Esta artista langreana, con una consolidada carrera en Estados Unidos, no sólo cuenta con un mural en el MOMA californiano. También expone en la colección permanente del centro cultural otras cinco obras: cuatro cuadros y una escultura.

Todo empezó a los ocho años. «De pequeña ya jugaba con las tizas de mi padre, que era sastre y las utilizaba para los patrones. Dibujaba en todo lo que me encontraba: en una mampara que tenía en su taller, en las telas, en el suelo?», relata Rosana Castrillo, que encontró la fórmula de encauzar sus inquietudes artísticas cuando, siendo una niña, sus padres la llevaron a recibir clases particulares de Pilar Braña, «Pirichi». «Hice cuadros, carboncillo, lápiz. Aprendí mucho de ella», rememora esta langreana, que pasó su infancia en el barrio de La Nalona, en Sama. Al llegar al instituto hubo que aparcar el arte «para dejar sitio a las matemáticas, aunque seguía dibujando donde podía».

Castrillo se decantó por dedicarse por entero al arte cuando tuvo que decidir qué estudios universitarios iba a realizar. «Dudaba entre Geología, Psicología y Bellas Artes. Entonces pensé en que actividad había en la que pudiera pasarme trabajando todo el día y hacerlo con gusto... y era el arte. El apoyo de mis padres, que siempre me respaldaron, también fue de gran ayuda», indica la artista langreana. Tras prepararse a conciencia para examen de ingreso -«llegó un momento en el que habría podido dibujar la Venus de Milo con los ojos cerrados»- Rosana Castrillo se fue a estudiar Bellas Artes a Madrid. «Allí aprendí muchas cosas, no sólo de todo lo que es la base técnica y el dibujo clásico, sino de otras materias como filosofía del arte o psicología».

Después de cursar sus estudios en Madrid, la artista langreana se trasladó a vivir en 1999 a Cleveland, en Estados Unidos, con su marido, al que había conocido años atrás en Salamanca. Allí completó su formación. Después trabajó como directora de publicidad aunque reconoce que llevaba mal «pasarse el día frente al ordenador» sin poder dar rienda suelta a su creatividad. La pareja se trasladó después a Boston y, más tarde, a San Francisco, «una ciudad muy cosmopolita y cercana a la naturaleza», donde Castrillo, en 2001, cursó un master de Arte en el Mills Collage.

Fue entonces cuando llegó su oportunidad. Fue una de las elegidas en un concurso de artistas jóvenes que le permitió exponer su obra en el MOMA de San Francisco (que también se conoce como SFMOMA para diferenciarlo del MOMA de Nueva York), un prestigioso museo donde se pueden admirar obras de Jackson Pollock, Paul Klee o Marcel Duchamp, por poner solo algunos ejemplos. Ya no habría marcha atrás. En aquellas obras que expuso Castrillo predominaba el dibujo lineal y la abstracción. «Eran lineas y puntos dejando marcas de papel, como un camino que había hecho hasta llegar allí. Creo que había mucho de la añoranza por tu tierra, como si de una senda del emigrante se tratara», destaca la artista langreana

Rosana Castrillo empezó a trabajar con la galería californiana Anthony Meier Fine Arts (actualmente también lo hace con la galería de Nueva Cork Ameringer/McEnery/Yohe) y empezó a vender obra para Europa y Estados Unidos. También creó un mural para la Universidad de California-San Francisco que hizo que el MOMA le encargara hacer una obra similar para una de sus salas. En esa época comenzó a utilizar la mica en sus trabajos, un material que logra una sorprendente gradación de brillos. Actualmente, Rosana Castrillo combina su faceta pictórica, donde manda el dibujo, el blanco y negro, con la escultura. «El dibujo me da tranquilidad, es la base de donde vengo, mientras que la escultura me permite un margen mayor para explorar», apunta.

Desde la distancia, esta langreana observa con preocupación la situación de la cultura y las artes en su región natal. «Hay que apostar por ello, por la pinacoteca municipal de Langreo, donde Gabino Busto hizo un gran trabajo, por la Laboral, por el Niemeyer, dando cabida también a los artistas locales. También me parece fundamental preservar el patrimonio arquitectónico. Es una pena que en Langreo estén desapareciendo muchos edificios emblemáticos, porque se dejan caer, o que haya unas pinturas murales de Eduardo Úrculo abandonadas. Todas estas cosas también forman el alma de un pueblo», concluye la artista de Sama.