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Una ballena gris milenaria emerge en Asturias

Un hueso de los siglos IV o III antes de Cristo hallado en la Campa Torres (Gijón) en 1996 acaba de ser identificado como perteneciente al cetáceo, extinguido en el Atlántico hace cientos de años y hasta ahora desconocido en la región

Una ballena gris milenaria emerge en Asturias

Esta historia comienza en julio de 1996 y finaliza el pasado 20 de octubre (aún resta un epílogo, pero previsiblemente el desenlace no variará). Diecinueve años a la caza (arqueológica) de la ballena, en busca de la identidad de la especie a la que perteneció una escápula (omóplato) desenterrada en el yacimiento de la Campa Torres, en Gijón, en un nivel correspondiente al siglo IV o III antes de Cristo. El final es feliz (un hallazgo): se trataba de una ballena gris, una especie extinguida en el Atlántico Norte hace siglos y actualmente confinada al Pacífico. Su presencia en Asturias no estaba documentada.

Los protagonistas del relato, además del propio hueso (de más de un metro de longitud), son los biólogos José Antonio Pis, del Centro de Experimentación Pesquera del Principado de Asturias, y Carlos Nores, profesor titular de Zoología de la Universidad de Oviedo. Y hay dos actrices invitadas: Anne Charpentier, investigadora del Centro de Ecología Funcional y Evolutiva de la Universidad de Montpellier II, y Camilla Speller, del departamento de Paleontología de la Universidad de Nueva York y especialista en ADN antiguo, que aportó confirmación molecular al estudio morfológico de Pis y Nores.

"Aunque partimos del supuesto de que fuera una ballena de los vascos, especie capturada ampliamente en el Cantábrico durante la Edad Media, las proporciones no parecían coincidir con el material de comparación de esta especie que estaba a nuestro alcance ni con la iconografía publicada que habíamos podido reunir, ni tampoco con las de los rorcuales, que son mucho más aplastadas y proporcionalmente bajas. No obstante, era sólo una impresión, ya que a la escápula le faltaba buena parte del arco superior y, por tanto, la altura era puramente estimativa", comentan los dos autores del descubrimiento. Fue un viaje de Nores a Argentina, en diciembre de 1996, lo que amplió el horizonte de búsqueda e incluyó la ballena gris en sus pesquisas. "La primera impresión ante esta sugerencia -en una visita al Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Ribadavia"- fue de incredulidad, ya que en la actualidad esta especie se encuentra exclusivamente en aguas del Pacífico, si bien sabía que se había especulado sobre su presencia en las costas europeas situadas al norte del Canal de la Mancha".

Cinco años después, en la monografía "El castro de la Campa Torres", se clasificaba la escápula como atribuible a ballena gris, con las reservas de una identificación morfológica basada en material incompleto. Con respecto a su presencia en el poblado castreño se pensó en una "utilización probablemente casual" del hueso, "no debida a una captura activa". Nores lo explica: "No podemos saber si fue cazada o si, simplemente, apareció varada en una de las playas inmediatas, fuese del lado gijonés o del carreñense; sí hay señales evidentes de que fue descarnada, por lo que sabemos que se aprovechó su carne, y, además, tiene dos agujeros redondos que parecen haber sido hechos para colgarla de una pared, aunque desconocemos si era un trofeo, lo que podría relacionarla con una captura activa, o si era un simple adorno o un signo de distinción, sin relación con su origen".

Las limitaciones presupuestarias impidieron en 2001 el análisis molecular de los restos. Aunque se intentó llevarlo a cabo en 2010, en el marco de una colaboración con el área de Genética del departamento de Biología Funcional de la Universidad de Oviedo, los ensayos preliminares fracasaron y el proyecto se abandonó. Hasta este año. "La casualidad hizo que Anne Charpentier, investigadora del Centro de Ecología Funcional y Evolutiva de la Universidad de Montpellier II, se pusiese en contacto con José Antonio Pis para solicitar una copia del trabajo de 2001, del que ella había tenido noticia porque trabajaba en la distribución histórica de las ballenas en Europa. Y no sólo eso, ya que le preguntaba si estaría dispuesto a intentar lograr la confirmación de la identidad de la ballena gris por métodos moleculares, por medio de su colaboración con Camilla Speller, del departamento de Paleontología de la Universidad de Nueva York", dice Nores. Por fin se vislumbraba el ansiado desenlace.

El pasado 25 de mayo se tomó una muestra del hueso y se envió a analizar. "Hubo que esperar al 20 de octubre para recibir noticias relevantes. Anne nos informó de que Camilla había logrado una identificación basada en el colágeno que apoyaba el resultado de la identificación morfológica". El hueso pertenecía a una ballena gris. Resta saber el resultado del análisis de ADN, "aunque todo parece ir en la misma dirección y esperamos que el proceso, que aún no se ha cerrado definitivamente tras veinte años de esperanzada búsqueda, culmine a lo largo de 2016 con la publicación del hallazgo en una revista científica".

Este hueso no sólo prueba la presencia de ballenas grises en el Cantábrico, sino que se trata, además, del resto de ballena más antiguo que se conoce en este ámbito geográfico (aunque otros hallazgos permanecen sin datar, por lo que no hay referencias de comparación). Con respecto a la presencia de ballena gris en el Atlántico Norte, está documentada por los huesos excavados entre el siglo XIX y principios del XX en dos puntos de Inglaterra, otros dos en los Países Bajos y un quinto en Suecia, que suman siete yacimientos. Sólo se conoce la antigüedad de dos esqueletos parciales, uno sueco y otro holandés, ambos datados hace entre 4.000 y 6.000 años, y de un cráneo parcial procedente de Imjuiden, en los Países Bajos, con 1.400 años. El registro fósil (entre el Mioceno y el Pleistoceno) amplía el área de distribución de la especie al Mediterráneo. La fecha de desaparición de la ballena gris en Europa se desconoce, aunque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) se aventura a situarla al inicio del siglo XVIII. Pis y Nores son de otro parecer: "No creemos probable la persistencia de la ballena gris hasta la época medieval por la falta de evidencias arqueológicas y porque no encontramos en la documentación conocida ninguna mención de la explotación de dos tipos de ballenas, algo seguramente distinguible para los balleneros medievales a causa del distinto valor que tendría cada especie, pues ambas difieren notablemente en cantidad de grasa y longitud", refieren.

Tampoco están claras las causas de su desaparición, aunque sin duda la caza, que abocó a la extinción a la ballena franca glacial o ballena de los vascos, tuvo que ver en ello. Ambas especies comparten características que las hacían las más atractivas para los balleneros artesanales: son grandes, de movimientos lentos, de hábitos costeros y poseen una gran capa de grasa que las mantenía a flote una vez muertas y hacía rentable su captura (la grasa se usaba inicialmente para obtener aceite, empleado como combustible para iluminación, y más tarde, una vez el queroseno y la electricidad dejaron obsoleta esa aplicación, se continuó demandando para la elaboración de jabones, margarinas, ceras y lubricantes; además, se consumía su carne y sus barbas tenían uso en corsetería y en otras industrias). Por el contrario, los rorcuales (los mayores cetáceos que habitan actualmente en Europa) son rápidos, viven en mar abierto, poseen menos grasa y se hunden al morir.

La caza de la ballena es una actividad antigua, "que probablemente se inició en el Cantábrico con carácter sistemático, aunque no podemos excluir que no se hubiese practicado en otras zonas de Europa o del mundo", comenta Nores. "Se ha discutido bastante si los vikingos y los normandos cazaban ballenas antes que los vascos, y por otra parte está la caza de ballenas en el norte del Pacífico, que podría remontarse varios milenios atrás. A este respecto, el arqueólogo británico Grahame Clarck, experto en paleoeconomía, sostiene en su libro clásico de 1947 sobre la importancia de las ballenas en la economía prehistórica que, si bien la posibilidad de que los grandes cetáceos fuesen cazados durante la Prehistoria no puede descartarse, la mera evidencia del hallazgo de sus restos no la prueba, por más que la aparición junto a ellos de arpones y otros aparejos apropiados para su caza apunte en esa dirección. En todo caso, añade Clarck, un paso previo a la caza artesanal hubo de ser el aprovechamiento de los animales varados en las playas. Tanto la ballena gris como la ballena de los vascos, de mayor tamaño, serían visibles desde tierra, dada su preferencia por las aguas poco profundas, y la llegada de sus cadáveres a la costa no pasaría desapercibida ni sería despreciada por la importancia del recurso.

La historia ballenera documentada en Asturias, entre los siglos XIII y XVIII, se escribió sobre el sacrificio de la ballena de los vascos. La ballena gris ya era entonces un fantasma. Un hueso ha logrado rescatarla para la fauna regional. Aunque sólo sea para dejar constancia científica de que un día surcó estos mares.

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