Grandas, S. PÉREZ

Un catálogo del año 1867 recogía ciento sesenta y siete tipos de patatas. Hoy se reconocen tres mil setecientas variedades. Abrirse paso ante esta marea de competidores no debe resultar sencillo. Sin embargo, en un pequeño reducto del Occidente, la apuesta por este tubérculo es firme y decidida. Hablar de la patata de Grandas es referirse a un alimento reconocido y envidiado cuya fama crece cada día. El Ayuntamiento grandalés trabaja desde hace dos años con el fin de conseguir la certificación de Indicación Geográfica Protegida para dos variedades, la kennebec y la gerland. Actualmente, mientras continúa la tramitación ante la Unión Europea para obtenerla, los diez productores del municipio interesados en este sello han optado este año por la comercialización a través de una marca de calidad alternativa concedida por el Principado.

Primera fase

Estamos en la primera fase, hace tres semanas que terminó la temporada de siembra. Si el tiempo acompaña, el mes de septiembre marcará el inicio de la recogida. Son cerca de diez hectáreas de terreno las que se han dedicado a plantar patata de la variedad kennebec, lo que supondrá una producción aproximada de trescientos mil kilos. Es una iniciativa experimental que, de salir bien, animará a aumentar la producción. Miguel Magadán, vecino de Bustelo del Camino, es, a sus veintiocho años, el productor más joven y el que más terreno ha dedicado, unas tres hectáreas, que le reportarán cerca de noventa mil kilos. Hay un segundo productor que espera cosechar unos veinte mil kilos y el resto produce una media de tres mil. Pero, ¿qué tiene Grandas para que su patata sea tan apreciada?

Dicen los productores que las características de la tierra en esta zona, sin cal (que perjudica mucho al tubérculo) y su crianza larga y reposada, son las que hacen que la misma variedad tenga un sabor completamente diferente si se cultiva allí, en zonas de costa o en otros sitios. «Todo el mundo que prueba la patata de Grandas la quiere. Mira si tiene calidad y fama que a mí vienen a comprarme hosteleros desde Oviedo, Gijón e incluso Villaviciosa», asegura Miguel. Desde el Ayuntamiento se está trabajando intensamente por sacar este proyecto adelante. El alcalde, Eustaquio Revilla, es un entusiasta defensor de esta iniciativa y pretende ir sumando nuevos activos a la producción. Convencer a los indecisos es uno de sus objetivos, quiere que vean cómo la patata de calidad tiene futuro.

La experiencia de Lugo

Así, el próximo mes, un grupo de productores realizará una visita a explotaciones de la provincia de Lugo, que ha apostado por este tipo de experiencia para observar su funcionamiento. «Nos encontramos en un proceso inicial, por lo que estamos tratando de convencer a la gente y esa visita puede aclarar posibles dudas para que se decidan», explica Revilla. Entre las reticencias se pueden encontrar la inversión que debe realizarse, pero los pioneros destacan que el desembolso que se hace es, a la larga, muy bajo. «Este año hemos comprado maquinaria y entonces puede que la inversión sea fuerte, pero después ya no. La semilla es cara pero es certificada y con garantías», recuerda Miguel.

Estos aventureros muestran su confianza en que esta idea sea viable económicamente. Actualmente, el kilo de patata se vende entre sesenta y setenta céntimos, cuando lo normal es que se venda entre cincuenta y sesenta. «Creo que sí se va a poder vivir de esto, pero te lo diré al final de la campaña, no es que vayamos a hacernos ricos pero se podrá vivir, asegura Miguel.

Diferencia de sabor

Y de la tierra a la mesa. El restaurante A Reigada lleva cincuenta años ofreciendo buena comida a sus clientes. Entre los secretos de su cocina se encuentra la patata de Grandas. Tanto es así, que con una media de dos mil cuatrocientos kilos consumidos al mes, los quince mil que plantan cada año son insuficientes para satisfacer la demanda. «La gente nota la diferencia en el sabor. He tenido clientes a los que tuve que venderles varios sacos de patatas de tanto que me insistieron», recuerda Alfonso López, propietario del restaurante. En su negocio trabajan con tres variedades: la roja, para freír, «es una patata dura que se pasa y no queda negra», explica Alfonso; la kennebec, para cocer platos de cachelos, «queda muy cocidita y no se deshace»; y la baraca, para guisar y hacer potajes, «porque al deshacerse deja un caldo muy grueso», describe. En cocidos, en guisos, en frituras o para hacer tortillas, la patata de Grandas no tiene comparación, ya no sólo por su sabor, también por su consistencia. «Cuando se nos terminan las existencias compramos patata de fuera y solamente al freírlas el color ya cambia, se quedan negras», señala Alfonso.

Recuerda la cara que ponen muchos de sus clientes cuando prueban por primera vez la patata -«alucinan con el sabor», señala- y, eso sí, en el momento que la prueban, ya no hay forma de darles gato por liebre, «viene mucha gente a comer el pote típico de Grandas y tenemos que hacerlo con la patata de aquí, con la de fuera no da el pego», sonríe. No hay mejor sello de calidad que probarlas y es que Grandas tiene mucho sabor y siempre da gusto volver.