Quizás, viendo un día de agosto a unos obreros cavando una zanja, en vez de compadecerlos, haya admirado su aspecto enjuto, musculoso, moreno y relajado. Quizás haya observado el suyo, fofo, blanquecino y estresado. Quizás haya calculado los euros y las horas de gimnasio, lámpara y psicólogo que le costaría ponerse así y haya envidiado su suerte. O, tal vez, mientras cavaba un día una zanja empapado en sudor y mugre, haya visto con envidia pasar a unos tipos de traje y maletín, limpios y apresurados, y haya deseado ser rechoncho, calvo e hipertenso y no manejar más picos que los del IBEX ni más pala que la del pescado. Si se ha descubierto a si mismo diciendo a menudo «¡Tu sí que vives bien!» o «Eso no es nada, si yo te contara ?» es que sufre un déficit de empatía, que no es una vitamina, sino una cualidad humana que, cuando está demasiado baja, nos lleva a pensar que no hay trabajos mas fáciles que los ajenos ni penas más grandes que las propias. ¡Cuídese!