Tineo

En una época en la que el fútbol, el baloncesto o el tenis, encarnados en ídolos mundiales como Messi, Ronaldo, Pau Gasol o Rafa Nadal parecen acaparar la atención deportiva, resulta especialmente destacable que una disciplina deportiva como el mundo de los bolos asturianos, cuyos orígenes parecen remotos, continúe teniendo tanto auge como el que posee en la comarca occidental del Principado.

Antes de que la televisión apareciera en nuestras vidas y el fútbol se convirtiese en el gran espectáculo nacional, no había fiesta, romería o día de misa en el que los bolos autóctonos, en todas sus modalidades, no tomasen protagonismo con la disputa de concursos y desafíos que congregaban a cientos de personas en torno a todas las boleras.

Esos tiempos dorados fueron poco a poco cediendo ante el envite de los avances tecnológicos hasta el punto de que los bolos pasaron a ser, cuanto menos, una práctica arcaica que tan sólo resistía en celebraciones puntuales y en algún reducto de poblaciones pequeñas que aún seguían conservando sus tradiciones más originales.

En el caso de las modalidades de la comarca occidental, tan sólo el bolo Tineo, actualmente conocido como bolo celta, mantuvo el tipo conservando una estructura organizativa y competitiva. Eso le posibilitó la organización de campeonatos de índole nacional e internacional gracias a la adhesión a la modalidad de prácticas similares de Galicia y la difusión de la especialidad por parte de los emigrantes en diferentes en algunos puntos de dentro y fuera de España.

Peor suerte corrieron el bolo rodao y el bolo vaqueiro, que quedaron relegados a la práctica desaparición como tal de no ser por algunos pocos románticos que mantenían las costumbres que sus antecesores les habían transmitido de generación en generación.

Sin embargo, mucho ha cambiado en esta última década. Mientras el bolo celta ha mantenido su nivel de participación, el despegue protagonizado por el bolo vaqueiro y el bolo rodao ha provocado que las tres principales modalidades del occidente sumen actualmente una cifra de licencias federativas que ronda entre las 500 y las 600, dependiendo de la temporada.

Especial mención merece el vaqueiro, modalidad arraigada en Cangas del Narcea, Degaña y alrededores, que en poco más de diez años desde la constitución de la Asociación de Bolo Vaqueiro cuenta con alrededor de trescientas licencias federativas que le han aupado a igualar e incluso superar en alguna temporada, el número de afiliados en la modalidad de celta que concentra su mayoría de equipos en el concejo de Tineo.

Sin ir más lejos, el año pasado un total de 36 equipos participaron en la Liga Asturiana de bolo vaqueiro, que cuenta en la actualidad con cuatro categorías: División de Honor, Primera, Segunda y Tercera Categoría. A ellos hay que unir los equipos de categorías inferiores, cada vez más numerosos gracias, en gran parte, a la serie de clases impartidas en varios colegios y en el instituto de Cangas del Narcea. Este papel didáctico ha ido dando sus frutos en lo que a generación de jóvenes campeones se refiere, pues muchos de los jugadores que pelean por los títulos absolutos rondan los veinte años.

Este proceso de recuperación e impulso se vio recompensado el pasado año cuando el jurado de los premios Pico Peñamellera de Panes, considerados el galardón con mayor prestigio en el mundo bolístico, entregó uno de sus tres galardones anuales a la Asociación de Bolo Vaqueiro, que fue recogido por el joven campeón Álvaro Collar, uno de los principales exponentes jóvenes de la modalidad.

No menos méritos tiene lo conseguido por la modalidad de bolo celta, que ha sabido sobreponerse al paso de los años conservando su número de licencias regionales siempre por encima de las doscientes unidades. Buena parte del mérito lo tienen los alrededor de 25 equipos que regularmente compiten año tras año en la competición liguera que se celebra entre la primavera y el verano y comparten protagonismo con diferentes torneos de ámbito provincial y nacional que suelen congregar a centenares de personas en las principales finales de la temporada.

Cabe destacar que el bolo celta es, junto a la modalidad de bolo palma que se practica en la comarca oriental del Principado, la única especialidad que sigue conservando los campeonatos de ámbito nacional, que en el 2011, por ejemplo, llevó a los jugadores asturianos a tomar parte de competiciones celebradas en la Comunidad de Madrid y Galicia.

Más modestos, pero no menos meritorios, son los progresos logrados por los aficionados del bolo rodao, que tiene sus raíces históricas en Coaña y que, tras décadas prácticamente en el olvido, está viviendo una etapa ascendente desde que se fundara el Club Bolos Lloza allá por el año 2004. Eso dio lugar a un equipo que hoy por hoy cuenta con más de treinta jugadores que participan en varios campeonatos que tienen lugar a lo largo del año bolístico.

Especialmente reseñable resulta la capacidad de integración de esta recién creada modalidad, que cuenta entre sus lanzadores con personas de todas las edades. Merece especial mención la jugadora Pilar García, que a sus 85 años es una de las principales figuras del bolo rodao y acumula en su palmarés importantes premios tanto en categoría individual como en los torneos que se juegan por parejas a lo largo de la temporada.

De todos modos, el objetivo del colectivo presidido por Alberto Fernández tiene miras más altas de cara al futuro y por ello quiere que todos y cada uno de los niños de Lloza aprendan a practicar al juego de sus abuelos. Para ello, desde hace años ya ha comenzado a impartir en la bolera del club cursos para los alumnos de primaria del colegio Darío Freán de Jarrio. La próxima meta es la construcción de una bolera junto al centro.

Iniciativas como esta o las llevadas a cabo por los todavía muchos entusiastas del bolo celta y el vaqueiro son las que hacen que los bolos del occidente asturiano, lejos de caer en el olvido, resurjan de sus cenizas para vivir una nueva época dorada en la que las únicas diferencias con la anterior son las que marcan los cambios sociales y culturales provocados por el paso del tiempo.