La Atalaya (Cudillero),

Ignacio PULIDO

«Señorita, ¿recuerda el 9 de julio de 1966 a bordo del "S. S. Francia" en medio del Atlántico?». Roberta Danzansky, una ciudadana estadounidense afincada en el número 6120 de la avenida Oregón de Washington D. C., recordaba perfectamente esa jornada. Ese día lanzó al océano un mensaje dentro de una botella. Apenas un año después, el pescador pixueto Arcadio Fernández Pérez le respondió postalmente tras hallar su misiva a orillas del Cantábrico, en Zumaia. A punto de cumplirse cuarenta y cinco años de su hallazgo, rememora cómo vivió aquella experiencia.

Por aquel entonces Fernández se encontraba faenando en el golfo de Vizcaya a bordo del «Faro de la Guía». Su padre, Arcadio Fernández Martínez, era el patrón de la embarcación, que había sido adquirida tiempo atrás en Ribadesella. «Estábamos en plena costera del bocarte», subraya. La pesca había sido buena y la embarcación navegaba hacia Francia con unas nueve toneladas de pescado en sus bodegas. Sin embargo, una patrullera comenzó a seguirles y se vieron obligados a acelerar su marcha. «De repente, la hélice se rompió y atracamos en el puerto guipuzcoano de Guetaria para repararla», explica.

Tras pisar tierra, Arcadio Fernández y su cuñado se desplazaron caminando hacia el vecino puerto de Zumaia. Allí compró unos dulces que se dispuso a comer mientras estaba sentado en una playa. Entonces encontró una botella. «Observé que había algo en su interior. La partí y pude comprobar que se trataba de un mensaje escrito sobre una servilleta», comenta. El pescador pixueto fue incapaz de descifrar el contenido del manuscrito, redactado en inglés. Lo guardó y una vez fue reparado su barco embarcó de nuevo.

A su regreso, en Cudillero, habló sobre su descubrimiento con Alfredo Menéndez, director entonces de la sucursal del Banco Herrero. «Él se encargó de traducir el mensaje», comenta. La sorpresa fue mayúscula al comprobar que la nota había sido escrita por una joven estadounidense que señalaba encontrarse a bordo del trasatlántico «S. S. Francia». Al final del escrito, fechado el 9 de julio de 1966, Roberta Danzansky incluía su dirección y rogaba, a quién hallase la botella, que respondiera. A tales efectos, Arcadio Fernández y Alfredo Menéndez se encargaron de redactar una carta en respuesta. «Lo dejé todo en sus manos y marché a la costera del bonito», matiza.

Una mañana de mediados de junio de 1967 el cartero llamó a la puerta del hogar de Roberta Danzansky, en una avenida del barrio Chevy Chase de Washington D. C. La joven, que tenía en aquel momento veinte años de edad, no salía de su asombro. Su mensaje había sido respondido por un marinero español. «Espero que entienda mi inglés y que lea español. Me encantaría que recibiese esta carta», manifestaba Arcadio Fernández en la misiva. Roberta Danzansky, que cursaba estudios en la Universidad George Washington, tenía nociones de castellano. «Estaba muy excitada, no podía creerlo», llegó a señalar a la prensa de la época.

Y es que, apenas una semana después, el periódico «The Washington Post» se hizo eco del curioso acontecimiento. En un pequeño reportaje, la joven señaló que el día 9 de julio de 1966 disfrutó de un «glorioso atardecer» a bordo del «S. S. Francia». «Comimos en la mesa del capitán. Estaba acompañada por el joven Steve Meyers, de Chicago, a quién había conocido a bordo. Sus padres habían traído una botella de champagne. La bebimos, escribimos una nota, la metimos en la botella y la lanzamos al océano», comentó entonces. Tras cinco semanas de viaje por Europa y un año en la Universidad de Wisconsin, ni siquiera se imaginaba que fuese a recibir respuesta.

Durante dos días, Roberta Danzansky redactó una nueva carta destinada a Arcadio Fernández. En ella señalaba que sus abuelos maternos eran naturales de Andalucía, lugar que habían abandonado para buscar fortuna en América. El pescador pixueto intercambió tres o cuatro cartas más con la joven norteamericana. «Después, todo se acabó. Nunca más volvimos a saber nada más de ella», enfatiza. Fernández y su esposa, Elisa Valle, recibieron un aluvión de correos. «Tras salir todo publicado en el Washington Post empezaron a llegarnos cartas de personas de varios puntos del mundo. Incluso de un periodista norteamericano que estaba interesado en conocer como era la vida en la España del franquismo», afirma.

Elisa Valle mantuvo contacto durante cinco años con una de estas personas. «Me carteé con una española que había emigrado a Puerto Rico, donde trabajaba como maestra», precisa. Incluso estuvo a punto de conocerla en persona. «Me señaló que tenía intención de venir a Gijón. Era seguidora de "El Cordobés" y quería verle torear», subraya. Nunca llegaron a encontrarse. «Fui por dos veces a su hotel pero no constaba entre los hospedados», lamenta.

La historia cayó prácticamente en el olvido hasta que Joaquín Ruiz, nieto de Arcadio Fernández, decidió recopilar todos los documentos. Ha tratado sin éxito de localizar a Roberta Danzansky a través de internet y de varias redes sociales pero la búsqueda ha sido infructuosa. ¿Qué habrá sido de aquella joven que un día lanzó al océano un mensaje en una botella?