El valdesano Emilio Fernández García vivió hace 75 años en la casona castropolense de Sestelo las horas más críticas de su vida. Tenía 14 años cuando le diagnosticaron una meningitis que le hizo debatirse durante días entre la vida y la muerte. Separado de sus padres por culpa de la Guerra Civil, encontró el apoyo en un joven, pocos años mayor que él y de nombre Ovidio Agapito, que le cuidó y acompañó en este duro trance.

"Lo cubrían con hielo para evitar que la fiebre superara los 42 grados, y consiguieron que solo perdiera el oído, cuando en aquellos momentos con meningitis morían o quedaban muy mal", relata el hijo de Emilio, del mismo nombre. Ovidio y Emilio no volvieron a verse, pero el hijo de éste sí que se reencontró con Ovidio hace unos días y pudo darle un abrazo y agradecerle todo lo que hizo por su padre. "Es algo emocionante. Como me decía mi hija el otro día, si no fuera por este señor no hubiéramos existido", relata.

Cuenta Emilio hijo que Ovidio tenía entonces 20 años y vivía en la imponente casona de Sestelo, convertida en orfanato tras la Guerra Civil. "Me hice una foto con él y se la enseñamos a mi padre. No lo reconoció, pero él sí que recuerda que le cuidó un hombre llamado Ovidio. Cuenta que estuvo mucho tiempo convaleciente", relata. A Ovidio no volvió a verlo, pero Emilio, que hoy tiene 89 años y es asiduo lector de LA NUEVA ESPAÑA, sí que regresó a Sestelo varias veces, un lugar del que, con todo, guarda buenos recuerdos. Ovidio y alguno de sus nueve hermanos acabaron en Sestelo después de que apresaran a sus padres durante la Guerra Civil. "Se fueron los dos al frente y acabaron presos en las minas de wolframio de Orense", relata Emilio Fernández Corral. Pasados unos años la familia pudo reencontrarse y Ovidio, pese a la sordera, pudo llevar una vida normal, ejerció de zapatero, se casó y tuvo seis hijos. "Perdió la audición, pero habla perfectamente y lee mucho", cuenta su hijo.