Sus manos, agrietadas por el trabajo, son testigos de décadas de dedicación y esfuerzo. Su mirada, cansada y al mismo tiempo muy viva, delata la pasión que han puesto en cada momento. Sus vidas han estado dedicadas, en cada caso, a la dura labor del campo o al sacrificio que exige la mar, pero han logrado salir adelante y superar todos los obstáculos. Ayer, Tapia quiso rendir homenaje a cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, dos de campo y dos de mar, "por el trabajo que realizan para poner productos de gran calidad en nuestras mesas, y también porque generan identidad y cultura", tal y como expresó la alcaldesa, Ana Vigón.Todo ello en el marco de la feria Campomar, que estos días anima las calles tapiegas.

Con apenas 16 años comenzó a trabajar como pescador el tapiego José Manuel García, enrolado en diferentes naves hasta que le llegó la mili, que curiosamente pasó en un barco de guerra. A su regreso, en 1970, embarcó en el "Virgen de Villaselán", en el que se jubiló al cabo de 32 años de faena. "Íbamos a las Azores, a Canarias, Francia e Irlanda. Eran viajes de muchos días, pasábamos meses fuera de casa", recuerda el marino, que asegura que los peores momentos llegaban "con el mal tiempo". Ahora mantiene una embarcación pequeña, "para ir a los calamares" y para disfrutar del mar "de otra manera".

También ligada a la mar pasó su vida Amelia García, que gestionó, junto a su marido, embarcaciones de pesca. "Se comienza con una lanchina y, poco a poco, se va a más y a más", dice. Todo a base de esfuerzo. Del mismo modo, se dedicó al oficio de redera, "que es un auténtico arte", y más tarde creando una empresa transformadora del pescado. "El mar ha sido todo en mi vida", asegura.

En tierra firme, dedicados a la labranza de su caserío, vivieron Elvira López, de casa Argul de La Muria (Mántaras), y Benito Fernández, de casa del Páxaro de Santa Gadea. Como en muchas otras familias, el sustento venía del cuidado de unas pocas cabezas de ganado, acompañado de la siembra y la cosecha del maíz y del trigo. Todo ello a mano, sin apenas medios mecánicos, con la fuerza de un par de bueyes o de vacas como única ayuda. "Fue una vida muy dura, en la que hubo que luchar para sacar a los hijos adelante", asevera López. "Había carros para llevar la hierba. Era lo que había entonces", concluye Benito Fernández.