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Los que pagan el pato en Cueva

Los que pagan el pato en Cueva

En la playa de Cueva, en el occidente asturiano, -que no el lejano oeste, el "far west" que alguno pretende, como si se tratara de un territorio sin ley y a tiros- se revive cada primer domingo de septiembre, cuando la mayoría del turismo de la zona se ha batido en retirada, una celebración popular que cierto talibanismo ambiental se empeña en finiquitar. La fiesta del pato congrega en el arenal -más bien pedregal marítimo- a un millar largo de vecinos de la zona que recrea de manera animosa una suerte de sextaferia sentimental.

Familias enteras no comparten, como el resto del año, trabajo comunal sino viandas. Unos llegan con tortillas más o menos cuajadas; otros con embutidos y choscos inenarrables o suculentas empanadas; otros con vinos y sidras o con café de manga a los postres, en una demostración de sana y generosa cordialidad. Los animalistas que ven en la fiesta del pato la agresión a una especie animal volátil deberían hacérselo mirar. Por mucho que ayer me empeñé, no logré descifrar en directo el supuesto delito: soltaron en la playa tres palmípedos que tomaron en vuelo rasantelas de Villadiego, sin más estrés que soportar las elevadas temperaturas de un verano sobrevenido de manera tardía, y aquí paz y después gloria y si te he visto no me acuerdo. Dos agentes del Seprona, más equipados que los hombres de Harrelson, certificaron la legalidad del evento.

Acabar con esta fiesta es hacer pagar el pato a una gente acogedora empeñada en mantener en pie, contra viento y marea baja, un tradición que va más allá de soltar tres aves al viento y procurar cazarlas al vuelo. Quien no vea en la suelta del pato de Cueva un hecho de cohesión social, un hito de exaltación de las raíces, debería hacerse tratar tal estrechez de miras.

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