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Catedrático de Estética de la Universidad de Oviedo

El filósofo de la amistad y la memoria ética

La tradición sólida del pensamiento clásico y las humanidades como base de una sociedad de concordia

Puede parecer un dato fútil decir que conozco a Emilio Lledó desde hace casi cuarenta años, ahora que él ha recibido el último de los numerosos reconocimientos que atesora, el del jurado de Comunicación y Humanidades de los Premios "Princesa de Asturias". Pero no lo es tanto si pensamos en dos al menos de los temas de vida y filosofía que Lledó ha cultivado. El tema de la amistad y el tema de la memoria ética. La amistad se resiste al paso del tiempo, de suerte que las edades cambian pero el vínculo afectuoso nos hace estar siempre con quien amamos y apreciamos -pase lo que pase- como si fuera el primer día. Yo creo tener ese vínculo con Emilio Lledó desde el día aquel de los años ochenta del siglo XX en el que fui a pedirle a su casa que dirigiera mi tesis doctoral y él con gesto doméstico y solemne a la vez me señalara, posado encima de la mesa de su salón, el libro que había de guiarme por las sendas de la teoría estética: "Verdad y método", la obra mayor de H.G. Gadamer. Y luego está la memoria ética. Me explico. Es evidente que Emilio Lledó ha llegado a suscitar en España, en mucha gente, la simpatía de quien aprecia el trabajo serio de hacer sociedad de paz y de concordia, de lograr de forma tan solemne como discreta que la posesión de una cultura basada en la tradición sólida del pensamiento clásico y de las humanidades se comparta y se convierta en un camino de segura y justa continuidad de los bienes de la vida. Por eso él recibe con tan serena virtud epicúrea los honores que se le tributan: sabe que forman parte de esa deseable memoria común y de la continuidad de las cosas bellas.

He citado a Gadamer, que ha sido maestro de Emilio Lledó. En realidad el día que el joven Lledó llegó al Seminario de Gadamer en Heidelberg algo empezó a cambiar para mejor en la filosofía española. Hasta hoy. Y como también yo puedo decir que estoy en esa línea de discipulado quisiera recordar aquí alguna que otra diferencia. Cierto que Emilio Lledó es maestro en la hermenéutica del lenguaje, del diálogo, del consenso y de la estética. Pero no hay que olvidar -y yo lo aprecio- que en momentos de incertidumbre política y de polémicas filosóficas acerca de los poderes democráticos jamás dimitió Don Emilio de una clara y rigurosa noción de ideología. Que cuando hizo falta siempre apoyó a los medios que luchaban por la democracia, o por acercarse a ella. Y que cuando nuestra democracia funcionó salió al paso de todo lo que fuera ambigüedad o payasadas en la interpretación del gobierno justo y de la vida racional. Desde aquí le hago a Lledó el homenaje mío particular de reconocerle eso.

Por último hay otra virtud de Emilio Lledó de la que soy testigo directo y que quisiera recordar por si no es evidente: si hay alguien que ha sabido enaltecer y comprender y apoyar la enseñanza de la filosofía a la adolescencia de nuestros Institutos de enseñanzas medias ese es Lledó. Las profesoras y los profesores le adoran y sienten que la función docente que ellos realizan se refleja en la actitud misma filosófica de Lledó. Ocurre que Emilio Lledó es abanderado también, por ser como es, de la necesaria restauración de los estudios de filosofía y de humanidades que casi todos anhelamos.

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