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Zamora, la Córdoba de Castilla

Las claves de cómo un bedel de instituto se convierte en el único alcalde de IU en una capital de provincia

De la Bien Cercada a la Córdoba castellana. Zamora abunda en tópicos. De lo demás, no le sobra nada. Quizá esto último haya sido el detonante para que los electores de una capital asociada a la reciedumbre y la austeridad, tan poco compatibles, a priori, con cualquier revolución, hayan dado la campanada al romper la hegemonía que sostenía el PP desde hace dos décadas para convertirse en el único Ayuntamiento de capital regido por un edil de Izquierda Unida. Los sociólogos de la tierra explican el cambio a través de una metáfora: Zamora, tantas décadas en la última fila, como predestinada por azar de abecedario, miró detrás y no vio nada, ni siquiera miedo. Así que de poco le sirvió al PP agitar viejos temores durante la campaña electoral. El "O nosotros o el caos" de los populares fue resuelto por una ciudadanía que ha aplicado la transversalidad que tan de moda han puesto las nuevas marcas políticas. Entre los casi 9.500 votos (a sólo 1.100 de los populares) que respaldaron a IU se cuentan los de una izquierda que ha vuelto a movilizarse tras años de desencanto por un PSOE cada vez más perdido en peleas internas, la penúltima justo antes de la investidura de este sábado.

La cuadratura del círculo, o el vértice de esa transversalidad siendo rigurosos, es que IU también ha sumado votos del PP, de gentes que han seguido fielmente, "toda la vida", los designios marcados por la dirección popular y que ahora se atreven hasta a decirle a la cara "te he votado", al que será su próximo alcalde, Francisco Guarido, con ocho concejales más tres del PSOE y dos del grupo mixto, adonde han ido a parar los exsocialistas.

Si Zamora fuera Córdoba, el "califa" se llamaría Francisco, Paco, Guarido. Pero ni Zamora es Córdoba ni Guarido tiene maneras de califa. Esto se parece más al cuento de la cigarra y la hormiga. Este bedel de instituto de 57 años, licenciado en Historia, Políticas y diplomado en Magisterio, lleva décadas de militancia activa. Los últimos 16 como concejal, en una labor de oposición reconocida por sus adversarios. "Si Guarido no sabe algo, viene, te pregunta, se informa y se lo trabaja", han reconocido siempre en el Consistorio concejales del PP que lo han sufrido como duro contendiente político en los plenos. Como la hormiga del cuento, Guarido iba aumentando concejales desde aquel 5% que le dio su primer representante en 1999. Concejal a concejal, voto a voto, mientras la cigarra del PP se dejaba tostar por un sol de mayoría absoluta que lo ha dejado chamuscado en las principales poblaciones de una provincia considerada "granero" seguro, y el PSOE se disolvía como un azucarillo en las aguas turbias de la escisión.

Una docena de siglos después de aquel famoso sitio del Romancero, a Zamora la cercan tropas mucho más mortíferas que las de Sancho II: la tasa de actividad más baja de toda España y los índices de paro por encima de la media de la comunidad de Castilla y León la convierten en un desierto en materia de trabajo, de donde huyen, sobre todo, los jóvenes mejor preparados. La emigración y el envejecimiento la colocan a la cola en PIB y renta per cápita. Por cada persona activa hay casi dos jubilados. La crisis acabó con los dos pilares que sostenían un mercado laboral obsoleto: construcción y comercio. El Ayuntamiento que deja el PP presume de superávit, a costa de haber subido los impuestos más de un 30% en los últimos cuatro años. Demasiado para cualquier paciencia, incluso para la de un austero zamorano que, esta vez, ha decidido confiar su futuro inmediato a la laboriosa

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