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Cien líneas

¡Libres!

Día de la Liberación Fiscal. Este año se adelantó un poco, así que fue el pasado lunes. Llevamos ya 72 horas en las que nadie nos arrebata el fruto de nuestro trabajo. Hasta ahora, y desde el 1 de enero, todo, todo, todo era para el Estado. La mitad de lo que logramos nos lo expropian año tras año y aún las izquierdas quieren hipertrofiar las esferas públicas. Si en la Edad Media el diezmo era un escándalo, ¿cómo calificar el panorama actual en el que nos arramplan con la mitad? ¿Por qué el universo progre pretende explotarnos aún más?

Ya saben. Quitan a los ricos para darlo a los pobres. Redistribución angelical. Igualdad. Eso responden cuando se los pone contra las cuerdas.

Señores: o no se enteran de nada o tienen el rostro de cemento armado.

Los ricos no pagan impuestos. Y nunca los pagarán porque el Estado es de clase, como enseñó Marx -ya, ya sé que ahora para ser de izquierdas el requisito imprescindible es no leer ni una línea de los clásicos-, de manera que opera sin fisuras en defensa de sus intereses.

Sólo una revolución podría cambiar las cosas. No creo que nadie la desee. En todo caso, experiencias bien conocidas indican que así sólo se sustituye a la alta burguesía por el elevado partido: todo a peor, ya que el monopolio es aún más férreo.

Con la potencia de las nuevas tecnologías y las fronteras crecientemente líquidas el ideal recaudatorio -luego el Estado- va a menos.

No lo veré, pero antes de lo que se piensa el Día de la Liberación Fiscal irá retrocediendo hasta acabar en pleno invierno. Entonces los ciudadanos dispondrán de sus bienes. Todos libres y felices, superado el atraco sistemático de Leviatán y sus matones.

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