La trama del agua sigue pasando factura: viajes, dinero depositado en zulos, documentos comprometedores, etcétera. Si se prueba la culpabilidad de Joaquín Aréstegui en los delitos que se investigan, la estancia con masajes pagos en el Balneario de Las Caldas, a cargo de la empresa que obtuvo la contratación del servicio del agua cuando su mujer era concejala, se va a quedar en una simple anécdota premonitoria del desenlace final.
El jueves por la mañana funcionarios de Vigilancia Aduanera practicaron un registro en el domicilio del matrimonio Aréstegui-Vega. Resultado: hallazgo de dinero y material comprometedor en escondrijos. La jueza quiere saber hasta qué punto la pareja fue beneficiada en metálico, obras y propiedades inmobiliarias. El auto incluye, además, muebles, viajes y gastos ordinarios, que no hacen más que proyectar nuevas sombras de sospecha. En vista del paquete de masajes y la estancia en Las Caldas, más de uno podría pensar que a Aréstegui y a su esposa le han pagado incluso el kilo de patatas de la cesta de la compra.
En Tangentopolis, la trama investigada a principios de la década de los noventa en Italia, se empezaron a perfilar las relaciones entre las empresas que buscan un contrato y pagan por los favores y los políticos dispuestos a corromperse. Inicialmente eran los últimos los que aguardaban a los empresarios, pero una vez establecidas las pautas del negocio ya no se sabía de quiénes partían las iniciativas. Los unos necesitaban el favor, los otros decidieron que cobrar por él era la solución para financiarse ellos y sus partidos. El "modus operandi" no se ha detenido.
Aréstegui, como otros, decidió desde hace ya mucho tiempo que la política era el principio de la subsistencia y se refugió en esa nube de impunidad que flota sobre el sistema y que ha convertido el servicio público en un estercolero. En fin...
