Hace pocos días una experta en las cuestiones de la comunicción mostraba su extrañeza por el empeeño de los concejales de Gijón en mantener viva la polémica sobre las nubes negras llegadas a la ciudad desde El Musel. La experta consideraba que en estos días en los que la ciudad es un polo de atracción turística mantener encendidas las brasas del problema era un error que dañaba la imagen del municipio.
Pero la realidad es tozuda y el problema fue tan grave que ha vuelto al primer plano con el anuncio de la consejera de Fomento, Belén Fernández, de que las sanciones a las empresas expedientadas van desde los 20.000 hasta los 200.000 euros, que es dinero desde la primera hasta la segunda cifra. El Puerto, como se vio en el número de ayer de este periódico, informa de cómo se están regando los carbones almaacenados para evitar nuevos disgustos. Si ese riego se hubiera realizado en tiempo y forma no habrían existido los dos disgustos de referencia.
Tampoco parece que esté dando satisfacciones el futuro de la autopista del mar. Los transportistas y el Principado no ven solvencia en la empresa que quiere hacerse cargo del servicio, que desapareció en cuanto la subvención cumplió el calendario. Y eso que se nos dijo que la línea estaba alcanzado enorme relevancia para los puertos y para los usuarios. La autopista del mar ha buscado otros caladeros de los que no sabemos a ciencia cierta los resultados que están dando.
La autopista del mar va camino, según las opiniones más solventes, de convertirse en un bello recuerdo para el puerto gijonés, para los transportistas que la usaron y para los gijoneses curiosos que veían cada jueves entrar y salir el barco que hacía la línea. La línea va a desaparecer como desaparecieron las líneas con Canarias y antes, las líneas con Cuba o Argentina. Las líneas, como las olas, vienen y van.
