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Economista

Cupos, cestas y zancadillas

Sobre los movimientos migratorios y las motivaciones de cualquier ser humano para buscar un mejor lugar en el mundo

Dice J. C. Mestre en un poema: "Bienaventurado el viajero que vaga en lo concéntrico (?)".

Desconozco lo que quería evocar exactamente el poeta en ese verso, pero me viene a colación con lo que nos está ocurriendo en Europa en estas últimas semanas, con la aplicabilidad o no de los acuerdos de Schengen, con la aceptación o no de cupos de refugiados y con el reforzamiento o no de las fronteras para impedir el paso a un imparable éxodo masivo. España acepta por ahora la cifra de exiliados; pero, según los expertos, será una solución puntual. Y es que estos flujos de población no han dejado nunca de tener un carácter global y continuado en la historia de la humanidad. El futuro es para todos incierto. Mañana el escenario pudiera agravarse, el "efecto llamada" intensificarse, una nueva guerra pudiera estallar o algún impredecible fenómeno natural pudiera acaecer, haciéndonos recordar nuestra nimiedad e impotencia.

Los movimientos migratorios existen desde que el hombre es hombre o, tal vez en un sentido más biologicista, desde que tenemos capacidad para detectar peligros y buscar una resolución a la supervivencia. Sea cómo búsqueda a la satisfacción de una necesidad primaria en la famosa pirámide de Maslow, como pudiera ser la fisiológica de la alimentación, una de segundo estrato, como la de la búsqueda de seguridad, u otras más elevadas, como las de necesidad de pertenencia a un grupo, el reconocimiento o la autorrealización, me pregunto quiénes somos nosotros para juzgar las motivaciones de un ser humano para querer desplazarse, para continuar caminando, para no conformarse y buscar otro lugar mejor en el mundo, una nueva "Tierra Prometida".

Y la verdad, me parecen tan tristes las zancadillas de la periodista húngara como las declaraciones del político inglés que culpaba de la muerte del pequeño sirio ahogado a la "codicia" de sus padres. Todos tenemos derecho a intentar mejorar nuestra vida sin pisar al prójimo. Si esas búsquedas son fruto del miedo, del hambre o de la persecución de un sueño, ¿por qué justificar unas y deplorar otras? Emigrar a otro país o a otro territorio nunca es fácil. Muchas renuncias afectivas van implícitas y el desarraigo deja huecos en el alma irreparables.

Por estas fechas, hace años, participé en un reunión en Oviedo con un líder político ahora muy en boga. Allí, uno de mis amigos más peculiares, de nombre Miguel, se atrevió a preguntarle en público a aquel joven "ciudadano" su opinión sobre la "supresión de las fronteras". Visionario era mi amigo y naif, y aparentemente ingenua, aquella pregunta trampa que el orador esquivó por la escuadra con escaso lucimiento. En cualquier caso, es una pregunta compleja donde las haya, casi incontestable. Hoy, a solas con mi conciencia, me la replanteo y me enredo en un dilema moral, no exento de prejuicios. Y es que a veces los seres humanos somos egoístas e incoherentes y la respuesta al soliloquio siempre dependerá por desgracia de nuestra circunstancial perspectiva. Dependerá de si somos ricos o pobres, de si somos refugios o refugiados, de si somos caballos ganadores o eternos perdedores en las partidas. Pero, a pesar de todo, creo que nunca podré entender la crueldad e injusticia de las zancadillas.

Personalmente, en estas últimas semanas en las que he sido más consciente de la desgracias de los desplazados y del juego azaroso de la vida, echo de menos más que nunca la sabia filosofía de mi abuela Adela. Tal vez porque estos días coinciden también con el aniversario de su fulminante ictus y posterior falta (para ella nunca diré muerte). Tal vez porque me gustaría volver a escuchar todas sus vivencias como refugiada en Francia. Tal vez porque simplemente la añoro demasiado. Desearía tanto oírla opinar sobre lo que está sucediendo, con su experiencia de mujer luchadora donde las hubo, caminante que fue de tantos caminos y de tantos sufrimientos. Güelita, tú que eras tan sincera, tan vivida, tan chispeante y tan empática: ¿qué pensarías de las zancadillas? ¿Olvidarías todas las que nos pusieron?

Estoy segura que si hoy estuvieras a nuestro lado mirarías "el parte" y no te callarías. Nos animarías a nosotros y a los sirios a continuar hacia delante. Y es que, como bien decía tú también desaparecido marido, la energía del ser humano ha sido y será como el agua en una cesta de mimbre: siempre incontenible. Pero hoy hay buenas noticias del hombre con el niño, aquel que caía. Está en España, en Getafe, y tal vez vuelva a ser entrenador de fútbol. Güelita, llámame tonta, pero creo que a veces aún pueden suceder pequeños milagros y surgir inesperadas manos amigas. A lo mejor aún hay esperanza y ésta pudiera ser "Tierra Prometida" para los bienaventurados. Bienaventurados los zancadilleados porque ellos serán resarcidos.

Las opiniones expresadas en este artículo vinculan únicamente a su autora.

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