Mañana comeré chuletón de vaca vieja pero no porque crea que haya que hacerlo con regularidad. Con regularidad, lo que se dice regularmente, no habría que hacer nada en esta vida salvo las imposiciones o deposiciones fisiológicas.
Las cantidades y las infrecuencias rigen el sentido común en la alimentación. De este modo no hay problema, cuenta Francis Vega, galeno y gastrónomo. La cantidad y la no frecuencia son el incuestionable guión alimentario, que consiste en comer todo lo que a uno le parezca bien, sin repetirse ni excederse. No así las advertencias de la Organización Mundial de la Salud y mucho menos los graznidos de las ocas que un día señalan al brócoli como el alimento más sano de la creación y al siguiente hasta le encuentran alguna que otra inconveniencia.
Lo último, basado en no sé qué estudios, es que el consumo de carne procesada, en calceta, aumenta el riesgo cancerígeno. De acuerdo con el cálculo de los investigadores, cierto hábito de comer salchichas, panceta o ahumados dispara los tumores de colon y de recto. En Alemania, donde se cenan a diario embutidos; en Polonia o Chequia, en que la salchicha es la comida más recurrente; o en los países escandinavos, que siguen una dieta regular de pescados ahumados, el cáncer tendría que estar causando desde hace décadas auténticos estragos. No digo nada en Italia, con las copas o las mortadelas; en Francia, con los omnipresentes salchichones, o en este país, con el jamón y el chorizo. Ya hubo más de todo esto y también de lo otro, los cerdos, los pollos, por ejemplo, han sufrido tormentosas cuarentenas. Y fíjense en el tiempo que pasó hasta que algunos decidieron volver a comer hígado de ternera.
El cáncer, igual que sucede con la vida, es el producto de una combinación de factores de riesgo. Esa es la versión más aceptada. Hay otra muy extendida de Groucho Marx: "Lo que no te mata, te hace más fuerte."
