Sea la aparición de los emergentes, sea la inflación de las encuestas (se publica una cada día) o el aprovechamiento del éxito del debate a cuatro, la realidad nos sitúa ante unas elecciones, las del próximo día 20, el 20-D, para las que va a ser necesaria no una jornada, la del sábado siguiente, de reflexión, sino una semana de reflexión.
La reflexión no va a hacer falta porque el español se ha acostumbrado a engañar a las encuestas y ese dato de que aún hay un cuarenta por ciento de indecisos no se lo puede creer nadie. La larga reflexión no se centra en el voto, sino en quién gobernará cuando se constituya el Parlamento. Ya casi nadie duda sobre el ganador de las elecciones, pero las dudas sobre quién jurará como presidente ante el Rey Felipe VI son muy grandes. La larga espera actual para investir un presidente en Cataluña puede convertirse en corta a la vista de lo que puede pasar en las Cortes Generales.
El final del bipartidismo y el panorama político de las cuatro esquinas ofrece nuevos matices nunca vistos hasta ahora; la reflexión se alarga a la semana previa y no se centra en qué votar, sino en qué partido y candidato van a hacerse con la Presidencia del Gobierno, previo pacto con otra u otras fuerzas, emergentes o tradicionales. Curiosa situación la de la política patria, que ve cómo sus protagonistas se ven obligados a unos cursillos acelerados de pactos nacionales a los que no están tan acostumbrados como a los autonómicos o locales. Son tiempos nuevos.