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Apoteosis de la violencia

Los que han convencido a los demás que saben de estas cosas aseguran que la profesión de programador de televisión es la que más tensión profesional y sobrecarga emocional produce, después de la de controlador aéreo. No entiendo los motivos de eso que ahora le dicen estrés en el gremio televisivo, y es seguro que tanta tensión acumulada no obedece a sus desvelos por conseguir programaciones originales y de calidad. En prácticamente todas las cadenas proyectan lo mismo y a las mismas horas. Siguen los programas concurso que son más viejos que la tarara y las grescas de la golfería nacional de "famosos" y vagos ha sido sustituida por los analistas políticos, que aportan la originalidad sorprendente de que son ubicuos: a todas horas están en la pequeña pantalla debatiendo asuntos de carácter que tal vez exageraríamos si consideramos como políticos. Son señores y señoras que están debatiendo mañana, tarde y noche si se forma gobierno o si son inevitables nuevas elecciones. Antes miraba uno para la televisión, a cualquier hora de la mañana, tarde y noche, y siempre estaban en la pantalla Belén Esteban y los Simpson; ahora seguimos mirando y continúan los Simpson pero la Esteban ha sido sustituida por los analistas, que, a este paso, acabarán comiendo en el estudio, como hacía ella.

Pero lo que más sorprende de la agotadora labor de los programadores es que no hay día que no proyecten una o varias películas de los brutos de turno, que o bien rodaron infinitos films o repiten el mismo, porque son todos lo mismo. Si enchufamos el televisor y vemos a Van Damme, nos apresuramos a cambiar de canal y aparece Chuck Norris. Pasamos a un tercero y ahí tenemos a Steven Seagal en su doble versión de época que estaba presentable y en la que está fondón. Y si la desesperación nos induce a nueva tentativa, llena la pantalla la masa de carne de Sylvester Stallone. ¿Y este es el país del "buenismo" institucionalizado, con ese personal de violencia extrema como ejemplo? La violencia de Van Damme es la más desagradable porque, lo mismo que la de Stallone, es profundamente masoquista. Les pegan, los torturan, los crucifican, pero al freír será el reír. Chuck Norris parece más humano, a la busca del compañero desaparecido en combate, y Charles Bronson es el de aspecto más normal, con chaqueta y corbata, y siempre vengando la muerte y la violación de su esposa e hija. Seagal también tiene alguna cuenta que saldar con esos "malos" tan malos que van de cincuenta y cincuenta, armados de metralletas e incapaces de dar en el blanco una sola vez. Por si fuera poco, a veces sacan un helicóptero que estalla en el aire. Para dar un poco de descanso a los músculos de esos justicieros son inevitables los diez o veinte minutos de persecución automovilística, saltándose todas las leyes de tráfico imaginables. A veces también hay persecuciones a pie por tejados y saltando un gallinero. La imaginación de los guionistas es de encefalograma plano. Pero ya que los programadores se angustian tanto, ¿por qué no prueban a poner otras películas?

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