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Con vistas al Naranco

Corbatas

Sobre el uso, decreciente, de la prenda de adorno

Tendría yo dieciséis años cuando Pepe Tartiere, Conde de Santa Bárbara de Lugones, propietario a la sazón de "La Voz de Asturias", en el que hacía mis primeras armas de plumilla, en terminología de Javier Cuervo, me hizo llamar a su Palacete, desaparecido luego con él, de la calle Uría. Me crucé con Evaristo Arce que se despedía para trabajar en LA NUEVA ESPAÑA. Las maderas de la gran escalera que conducía al piso alto rechinaban al compás de mi tribulación, seguro como estaba de que me caería una reprimenda familiar, pues se trataba de un pariente de mi padre.

Resultó, sin embargo, todo lo contrario:

-Uno de los hijos de Juan Sitges se ha quejado de un artículo tuyo contra el uso de la corbata en el Náutico de Salinas...

Enseguida el tono daba cuenta de que amparaba mi osadía:

-...se equivoca. Te vamos a apoyar pues estas polémicas benefician al periodismo.

Y así fue, a diferencia del pataleo descarado de La Voz de Avilés y de varios ingenieretes de Ensidesa, dispuestos a defender cualquier síntoma de acomplejada diferenciación social.

Ha tardado mucho, sin embargo, en caer, y no del todo, la corbata como prenda. Jarabo, el famoso asesino, quiso que el verdugo le diera de esa guisa el "garrote vil". Ahora hasta un ministro recomendaba no llevarla en primavera a los despachos para ahorrar energía. Mucho antes desaparecieron los tacones, que desde Luis XIV usaban los nobles pretenciosos, que volvieron efímeramente con Sarkozy, Aznar y Elton John. El General Patton obligaba a sus oficiales en el Norte de África a vestir corbata en primera línea de fuego, mientras el impresentable pro nazi Pierre Laval guardaba una cierta sobriedad, sin lazos, en el Vichy del engalanado Mariscal Pétain.

La corbata ha podido caer, o mantenerse, pero los problemas siguen atragantados.

Con o sin corbata... que nunca debió ser la cuestión.

Ciertos abonados al Náutico de Salinas, que José Francés mencionaba ya en su magnífica "Madre Asturias", no se podrían ni imaginar semejante desaforado desmadre.

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